domingo, 24 de enero de 2016

La ciudad alternativa


22 de enero de 2016

Jorge se ha traído a Berlín un gorro de cosaco que tiene una placa con la hoz y el martillo. Tiene además, Jorge, un abrigo azul fosforito que le distingue de los colores negros u oscuros de la gran mayoría. Y ambas cosas me vienen al pelo para encontrarlo a primera vista. No es que haya demasiados turistas en esta ciudad y en este momento, pero ayer, sin ir más lejos, camino de Sachsenhausena bajando del tren ambos nos despistamos del grupo, perdimos el autobús y nos tocó caminar dos kilómetros, pero gracias a lo colorido de su indumentaria siempre lo encuentro en las multitudes.

Hemos dedicado la mañana al Hamburguer Bahnhof, un museo con arte del siglo XX y que podríamos considerar organizado en tres apartados diferentes. En el ala derecha, según se entra, destacan el gran formato en general de las obras expuestas y el número de las mismas. Más allá de las sopas Campbell y la botella de Coca Cola de Andy Warhol y sus cuadros de Marilyn, Mao, Elvis, zapatos cuchillos y algún elemento más que ya se ha perdido de mi memoria.

Cuando se visita un museo, a no ser que se tomen notas, la mayoría de las cosas no se recuerdan ni siquiera en el momento de salir. Al menos a mí me pasa, por eso no puedo recordar ya al autor de dos cuadros enfrentados, del mismo estilo y cuya característica fundamental era el brillo de sus colores, ni al de tres fotografías fantásticas.

Si me acuerdo de Kiefer, Anselm Kiefer, al que no conocía de nada, pero una de cuyas obras me ha impresionado tanto por la angustia que provocaba que he memorizado su nombre para buscar después información sobre su obra y su vida.

Desconozco el título de la obra porque estaba en alemán: un vestido con cristales clavados de tamaño considerable en forma de trapecios . Por la forma podíamos intuir una mujer por debajo. La escultura no tenía cabeza.

En la parte izquierda del museo hemos encontrado una pequeña muestra de pinturas y esculturas catalogadas por los nazis como arte degenerado.  pero que tuvieron suerte y se salvaron de la quema. Entre ellos un picasso y varios cuadros de artistas italianos.

La tercera parte de la que hablaba es la parte mayor y me parece que es un lugar de experimentos en el que la primera pregunta que me sugiere es qué se puede entender por arte. Había vídeos, noticias de periódicos, una especie de taller, había cosas colocadas sin orden ni concierto, algo que podía considerarse el rodaje de una película, un apartamento de enanos (por lo pequeño), en fin, cientos de cosas, y entre ellas, en unas sala, dos monitores de televisión enfrentados, uno en cada extremo. En uno de ellos, un hombre gritaba continuamente, en el otro, un hombre bailaba. ¿Y en medio, qué?

La incomunicación.

A las dos y cuarto teníamos cita para una visita guiada por el Berlín alternativo, o sea, para ver grafitis. Y ha sido muy interesante. Partiendo de la ex-casa okupa Tacheles, hemos visto, desde cierta distancia, eso sí, el único dibujo de Banksy en la ciudad, hemos entrado en la sala de baile más antigua de la ciudad, recuerdo de los alegres años veinte, decorada aún como entonces y a la que me gustaría volver a tomar una cerveza, pero me parece que ya no tendremos tiempo; en el barrio judío hemos encontrado la sinagoga que buscábamos ayer, patios, tiendas y bares completamente alternativos y el callejón del Pollo Muerto y hemos aprendido el porqué de tan curioso nombre; tras la pausa y un café hemos recorrido los grafitis del Muro y hemos vuelto a cruzar el puente Rojo, de nombre oficial impronunciable en alemán, para terminar en el mismo barrio que ayer. El barrio turco se llama, pero nosotros no lo sabíamos.

Cuando las potencias se dividieron Berlín al final de la guerra, esta zona quedó bajo la influencia de los americanos, que como siempre negociaron con posterioridad según sus intereses: si Turquía les permitía construir una base en su territorio, ellos concederían visados a los turcos para que pudieran trabajar en la reconstrucción de la ciudad. El número, por lo visto, se les fue de las manos, tanto como para provocar el cambio de nombre del barrio.

Durante todo el recorrido hemos ido conociendo también las presiones urbanísticas de la ciudad tras la caída del muro, casos de especulación y los movimientos de personas producidos cuando los barrios marginales se transforman en sitios de moda.

Al terminar el guía nos ha recomendado un bar para tomar una cerveza de las de Alemania – medio litro, positivo en el control de alcoholemia en España- y allá que nos hemos ido. Era un bar grande, con mesas, de reuniones y charlas… y con sala de fumadores.

Ni qué decir tiene que ha sido uno placer enorme tomar una cerveza, fumar, charlar y estar en un sitio caliente todo a la vez. Y mayor placer aún por la rareza de semejante oportunidad en los tiempos que corren.

Al salir hacía muchísimo frío y he llegado a casa helada.

Mañana, las letras del tiempo de Internet dicen que nevará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario