martes, 28 de julio de 2015

Réquiem por un café


De un día para otro, sin aviso de cortesía, sin nocturnidad pero con alevosía, han echado el cierre al café Comercial.

Sus puertas quedaron varadas en un ángulo definitivo.

No volverán a girar.

Es posible que sus propietarias lo sientan como una posesión, o un motivo de discordia familiar, o una posibilidad de negocio.

No, no han pensado en nosotros.

No han pensado en mí.

Lo conocí primero a él, a su esquina y a su plaza. Después, frecuentándolo fui descubriendo su historia, sus personajes, su ambiente genuino, sus veladores de mármol, sus camareros de toda la vida.

Me gustaban sus nubes de humo luego desaparecidas en aires de tiempos nuevos, su tranquilidad, sus habituales, muchos más habituales que yo, su aspecto bohemio ya decadente y anacrónico en aquellos años.
En un intento vano de supervivencia, se movía a pasitos en el mundo cambiante a ritmo de Ferrari. La modernidad le llegó cuando los clientes sustituyeron la libreta y el bolígrafo por el portátil y el móvil, pero siguieron manteniendo las ganas de conversar. 

Lo conocí con diecisiete años y fueron muchos los cafés que saboreé entre sus paredes y las lluvias que vi caer a través de sus cristaleras en los tiempos del Lope de Vega.

Siempre buscábamos la mesita más arrinconada.

Estudiábamos. O nos contábamos secretos con la intensidad y vehemencia que sólo los adolescentes quieren, saben y pueden manifestar.

Después, la vida me alejó de aquel barrio y yo me fui separando de él sin dejarlo nunca del todo, volviendo en cada oportunidad para dejarme envolver por su nostalgia y las mías, para sentarme otra vez a su mesa, para pedirme otro café.

Él formaba parte de esas gentes a las que veo poco pero desde la distancia me transmiten el placer de saberlas incluidas en mi normalidad.

Un tarde de la última primavera, finalizado Edipo Rey en el Teatro Abadía, me senté con dos jovencitos ni siquiera veinteañeros a comentar la tragedia en una terraza de la zona. Caminando después llegamos a su calle.

No entre, me limité a mirarlo y hablar bien de él; lo había recordado demasiado tarde.

No sabía que era la última oportunidad.


jueves, 16 de julio de 2015

Desde Santiago con amor

Esta tarde hemos llegado a Santiago de Compostela, ciudad de conocimiento obligatorio, y ciudad a la que siempre vale la pena volver si la fortuna y las circunstancias se ponen de nuestra parte.

Pero hoy mi comentario irá por otros derroteros.

El hotel de Ribadeo tenía una salita, coqueta y recoleta, con vistas a la ría del Eo, cómodos sofás y revistas de todo tipo, muchas de cotilleo.

Allí empecé a hojear Semana y me enteré, con pocas hojas de diferencia, de que Vargas Llosa e Isabel Preysler habían disfrutado en amor y compañía de un fin de semana en Lisboa, y de que los hijos de él intentaban arropar a su madre tras la separación.

El conocimiento simultáneo de ambas noticias y concienzudos análisis posteriores me han conducido a formular el principio fundamental de conservación de la felicidad y la infelicidad: al igual que la energía, no se crean ni se destruyen; sólo cambian de sujeto.

No me agradezcáis el descubrimiento.

sábado, 11 de julio de 2015

Asimetría

Él arrastraba los años y la única esperanza del próximo trago.

Ellas compartían mesa, risas, copas, amigos y noche de verano.

El lugar… cualquier lugar.

Él gritó un nombre entre exclamaciones: ¡qué guapa eres!

Después una mirada:

-Tu no.

-Ya lo sé.

Le pidió perdón.

Aceptó las excusas recordando otros momentos.

Después pensó que lo entendía mejor que ninguno de los presentes, pero aquello no cambiaba nada.