lunes, 27 de julio de 2020

Noticias del barrio


Esta mañana mientras el arroz y el bonito con tomate hacían chup chup en la cazuela me he acordado de ti; no es que no te recuerde habitualmente, pero esta vez era distinto, aparecían y desaparecían imágenes sin control y me he preguntado qué pensarías si hubieses vivido este presente.
En ese momento he decidido que no podía responder a eso, pero sí que podría contarte algunas cosas sucedidas desde que te fuiste. Ahora que me pongo a ello sólo se me ocurren detalles estúpidos así que voy a dejarme llevar.
Lo primero que quiero contarte es que le compré a mi madre el móvil que tanto te preocupaba; eso nos facilitó el contacto aunque no cambió la comunicación. Me quedé con tu aparato de música y con sus canciones y aún ahora de vez en cuando descubro alguna que no estaba pero que sé que te habría gustado. No las escucho muy a menudo, pero me tranquiliza saber que están.
Tus nietos, los que conociste, se han hecho adultos y son personas a las que tratar de tú a tú. Y, sí, Guillermo te dio la razón y ha llegado a ser el más alto de la familia; sólo tú creías en ello y todavía siento que no tuvieras la satisfacción de comprobarlo. Es alto y flaco como mi abuelo, como mi hermano y como Narciso. ¡Ah, Narciso! si te contará; pero eso me lo reservo.
Mi madre siguió tus pasos poco después de que te fueses y yo me desvinculé del pueblo; sólo me queda de aquello una parte de tu corral cada vez más hundido, recuerdos, y cierta añoranza puntual y superable, no sé si de las circunstancias o del tiempo que se fueron. Es posible que de ambas.
Después otros siguieron vuestro camino. Luis, tu colega de muchas tardes de merienda en la bodega. Y Benito que en algunos aspectos tanto se me parecía a ti; hasta su último verano siguió yendo a dar de comer a los gatos; después de él, la Roni, que te había echado de menos, también desapareció.
Diego, el hijo de Desi, soltó las amarras y vendió la casa, pero la compró mi hermano así que casi se podría decir que todo queda en familia. A mí me dio mucha pena.
Pero no todo son noticias melancólicas. Tienes dos nuevos nietos, una niña que nació el mismo año que nos dejaste y un niño, tres años menor. De momento, ellos han sido los últimos en llegar y de momento son la inocencia en nuestro mundo de adultos.
En cuanto a mí, ¿te acuerdas que siempre decías que si se hundía la casa no me pillaría debajo? Yo me reía y te contestaba que a alguien debía parecerme. Entonces te reías tú.  Ahora no me reconocerías.
También afirmabas, con tu sabiduría vital y acientífica que no hay bisiesto bueno; si estuvieras aquí sin duda te habrías reafirmado en tu idea porque este está siendo, literalmente, desastroso. El mundo se ha llenado de miedos no todos cuantificables ni visibles; todos profundos, intensos, diversos, distintos, nuevos. A veces cuesta verlos porque forman parte de la manera en que hablamos, de los temas que manejamos, de las lejanías que buscamos, del ocio que no disfrutamos, de las opciones propuestas, de la soledad que compartimos, del aislamiento  inducido.
Sé que estoy siendo poco explícita y seguro que entenderías mejor los detalles concretos, pero no me apetece entrar en ellos porque son demasiados para una misiva y porque tampoco me apetece hacer examen de conciencia, así que tendrás que conformarte con creerme si te digo que no recuerdo la última vez que tomé un café en un bar. Sólo podría afirmar que debió ser un día cualquiera del mes de marzo de este bisiesto.
¡Ah, se me olvidaba! Durante estos años he tenido una pesadilla recurrente y como estoy convencida con razón o sin ella de que los sueños que se repiten quieren decirnos algo, te la voy a contar. Los detalles puntuales variaban, pero siempre aparecías desde muy lejos de manera real o metafórica, siempre eras muy muy viejo, estabas en unas condiciones físicas desastrosas y, al final, te morías. En ese momento me despertaba con el corazón descontrolado.
La última vez  no llegaste a morirte y yo no he vuelto a tener el sueño. Tampoco he conseguido intuir qué parte de mí estaba manifestando, por eso creo que volverá.
Bueno Orejas, a muy grandes rasgos, este es el resumen de los últimos ocho años y medio, o al menos, esto es lo que me ha apetecido resumirte. Tal vez otro día me dé otra ventolera y te cuente más cosas. Nunca se sabe.
Mientras tanto, te mando un abrazo imposible, como todos los abrazos en este anómalo y atolondrado presente que se eterniza.