jueves, 31 de diciembre de 2020

Que te den

En consonancia con su trascurso, el Año SIN termina con borrascas y gélidas temperaturas que nos dicen, ellas también, quédate en casa.

Lo recordaremos mas no lo añoraremos. Nos ha cambiado la vida sin consultas y sin permiso y nos ha enseñado cosas que no queríamos aprender. No le daremos las gracias por sus favores.

Alrededor de medianoche, con la última uva y el primer sorbo de cava del año que estrenaremos, pediré a 2021 que nos deje la ESPERANZA y adaptando la letra de la canción de Manu Chao a mis propósitos cantaré

Adiós año 2020

Que te den que te den por ahí…

          Nunca me gustó la perfección de los números pares. 




lunes, 27 de julio de 2020

Noticias del barrio


Esta mañana mientras el arroz y el bonito con tomate hacían chup chup en la cazuela me he acordado de ti; no es que no te recuerde habitualmente, pero esta vez era distinto, aparecían y desaparecían imágenes sin control y me he preguntado qué pensarías si hubieses vivido este presente.
En ese momento he decidido que no podía responder a eso, pero sí que podría contarte algunas cosas sucedidas desde que te fuiste. Ahora que me pongo a ello sólo se me ocurren detalles estúpidos así que voy a dejarme llevar.
Lo primero que quiero contarte es que le compré a mi madre el móvil que tanto te preocupaba; eso nos facilitó el contacto aunque no cambió la comunicación. Me quedé con tu aparato de música y con sus canciones y aún ahora de vez en cuando descubro alguna que no estaba pero que sé que te habría gustado. No las escucho muy a menudo, pero me tranquiliza saber que están.
Tus nietos, los que conociste, se han hecho adultos y son personas a las que tratar de tú a tú. Y, sí, Guillermo te dio la razón y ha llegado a ser el más alto de la familia; sólo tú creías en ello y todavía siento que no tuvieras la satisfacción de comprobarlo. Es alto y flaco como mi abuelo, como mi hermano y como Narciso. ¡Ah, Narciso! si te contará; pero eso me lo reservo.
Mi madre siguió tus pasos poco después de que te fueses y yo me desvinculé del pueblo; sólo me queda de aquello una parte de tu corral cada vez más hundido, recuerdos, y cierta añoranza puntual y superable, no sé si de las circunstancias o del tiempo que se fueron. Es posible que de ambas.
Después otros siguieron vuestro camino. Luis, tu colega de muchas tardes de merienda en la bodega. Y Benito que en algunos aspectos tanto se me parecía a ti; hasta su último verano siguió yendo a dar de comer a los gatos; después de él, la Roni, que te había echado de menos, también desapareció.
Diego, el hijo de Desi, soltó las amarras y vendió la casa, pero la compró mi hermano así que casi se podría decir que todo queda en familia. A mí me dio mucha pena.
Pero no todo son noticias melancólicas. Tienes dos nuevos nietos, una niña que nació el mismo año que nos dejaste y un niño, tres años menor. De momento, ellos han sido los últimos en llegar y de momento son la inocencia en nuestro mundo de adultos.
En cuanto a mí, ¿te acuerdas que siempre decías que si se hundía la casa no me pillaría debajo? Yo me reía y te contestaba que a alguien debía parecerme. Entonces te reías tú.  Ahora no me reconocerías.
También afirmabas, con tu sabiduría vital y acientífica que no hay bisiesto bueno; si estuvieras aquí sin duda te habrías reafirmado en tu idea porque este está siendo, literalmente, desastroso. El mundo se ha llenado de miedos no todos cuantificables ni visibles; todos profundos, intensos, diversos, distintos, nuevos. A veces cuesta verlos porque forman parte de la manera en que hablamos, de los temas que manejamos, de las lejanías que buscamos, del ocio que no disfrutamos, de las opciones propuestas, de la soledad que compartimos, del aislamiento  inducido.
Sé que estoy siendo poco explícita y seguro que entenderías mejor los detalles concretos, pero no me apetece entrar en ellos porque son demasiados para una misiva y porque tampoco me apetece hacer examen de conciencia, así que tendrás que conformarte con creerme si te digo que no recuerdo la última vez que tomé un café en un bar. Sólo podría afirmar que debió ser un día cualquiera del mes de marzo de este bisiesto.
¡Ah, se me olvidaba! Durante estos años he tenido una pesadilla recurrente y como estoy convencida con razón o sin ella de que los sueños que se repiten quieren decirnos algo, te la voy a contar. Los detalles puntuales variaban, pero siempre aparecías desde muy lejos de manera real o metafórica, siempre eras muy muy viejo, estabas en unas condiciones físicas desastrosas y, al final, te morías. En ese momento me despertaba con el corazón descontrolado.
La última vez  no llegaste a morirte y yo no he vuelto a tener el sueño. Tampoco he conseguido intuir qué parte de mí estaba manifestando, por eso creo que volverá.
Bueno Orejas, a muy grandes rasgos, este es el resumen de los últimos ocho años y medio, o al menos, esto es lo que me ha apetecido resumirte. Tal vez otro día me dé otra ventolera y te cuente más cosas. Nunca se sabe.
Mientras tanto, te mando un abrazo imposible, como todos los abrazos en este anómalo y atolondrado presente que se eterniza.

jueves, 21 de mayo de 2020

Las cosas, Josefina, siempre vuelven

- Esta tarde estaba leyendo una información que me afecta a partir de mañana y de manera automática he pensado “las cosas, Josefina, siempre vuelven”. Después he elaborado el razonamiento, pero la primera idea ha sido esa. Verás, por este barrio ha habido grandes cambios. Enormes cambios. Desde mediados de marzo no he ido al trabajo
- ¿No estarás mala?
- No, estoy bien
- Desde el catorce de marzo no he visto a mis hermanas
- No os habréis peleado ¿verdad?
- Que no
- Y desde el dieciséis de marzo no he salido de casa
- Venga ya, eso no me lo creo
- Bueno, tienes razón. He salido tres veces a comprar tabaco y un día fui al trabajo a recoger unas cosas
- Pero ¿no has ido al cine?
- No
- ¿Ni al teatro?
- No
- ¿Ni a los museos?
- No
- ¿Ni a las clases esas de los libros?
- No
- ¿Ni con tus amigas?
- No
- ¿Ni siquiera a tomarte un café con María?
- Qué pesada. Ya te lo he dicho. No. No he salido de casa. Ni yo ni nadie.
- Y... entonces… si no vas a trabajar no te pagarán
- Sí que me pagan, porque no voy, pero hago las cosas desde casa.
- ¿Y los papeles?
- No hay papeles. Lo hago todo con el ordenador. Te acuerdas del que teníamos en la mesa del salón, sobre la pared. Bueno, pues con uno parecido.
- ¡Qué modernidades!
- Sí, bueno, nos han venido bien. Muy bien de hecho. Además por primera vez en mi  vida desde que recuerdo  no tengo que madrugar
- Entonces estarás encantada
- Sí, eso y no tener que elegir la ropa por la mañana me gusta. Flipo con la comodidad del mismo atuendo todos los días y con el placer de acostarme cuando me da la gana. Pero todo lo demás es horrible. Hay un bicho
- ¿Qué bicho?
- Un virus
- ¿Qué virus?
- No te lo voy a decir. A ti qué más te da si ya sabes que el tuyo se llamó cáncer.
- Ya, mujer, pero…
- Muere mucha gente
- ¿Por qué?
- Por el virus. Sobre todo en las residencias de ancianos. No sé cuáles son exactamente las causas, pero la gente mayor ha sido la más vulnerable.
- Pues pobrecillos. ¿Y por qué es así?
- Pues por el virus, y por las condiciones, supongo. Y además, las circunstancias de la muerte y los entierros ¡eso es lo peor! la forma. Muertos y vivos aislados cada cual en una burbuja más o menos aislante en función de los medios. Solos en las despedidas, sin adiós y sin adioses, sin responso, sin misa, sin familia, sin un amigo. Solos el muerto y el médico. Solos el muerto y el enterrador.
- ¡Qué horror morirse ahora!
- ¡Qué horror, todo, ahora!
- Y se ha colapsado la sanidad
- ¿Por qué?
- Por el virus, por las circunstancias y por el miedo. Los trabajadores están sobrepasados por la tarea y por las condiciones. Se han paralizado seguimientos e intervenciones, se han reclasificado y reorganizado las especialidades de los hospitales, se han instalado nuevos en cuestión de días, se ha tratado a los enfermos por teléfono.
- Pero eso es imposible ¿y los que necesitan recetas?
- Pues se ha hecho. Malos tiempos para un dolor de muelas. Bueno, para cualquier dolor de los muchos que sobran. Se han cerrado todas las tiendas, menos las de los suministros imprescindibles, alimentación, farmacias y poquito más.
- Pues la economía se va a ir al garete
- Ya se ha ido
- Pero no entiendo porqué
- Te lo he dicho. Por el virus, por las circunstancias, por precaución, por miedo y por los decretos
- ¿Qué decretos?
- Los que cada vez nos iban diciendo lo que no podríamos hacer durante los siguientes quince días. No se puede salir de casa
- Tú sí puedes, tienes el patio
- Sí claro, tengo ese privilegio. Pero no hay ferreterías, ni mercerías, ni peluquerías, ni papelerías, ni quioscos, ni tiendas de ropa, ni de chuches, ni cines, ni teatros, ni bares, ni restaurantes, ni bailes, ni fiestas, ni conciertos ni... Vamos, que si te pilla esto en nuestros años jóvenes algún disgusto te hubieses ahorrado. No hay reuniones, no hay bibliotecas. Los niños no van al colegio
- ¿Y qué hacen?
- Se quedan en casa
- ¿Con quién?
- Con los padres
- ¿Y si los padres tienen que trabajar?
- Muchos no trabajan porque sus empresas están cerradas o sus labores son innecesarias. A los demás se les ha facilitado la ausencia de su puesto, al menos hasta donde yo sé.  Los estudiantes mayores tampoco van a la universidad
- ¿Y los exámenes?
- Desde casa, con el ordenador. La policía vigila que no salgamos. Y ponen multas. También hay policías de balcón, que no sancionan pero echan broncas y señalan a los que se porta mal
- No lo entiendo. Nunca he visto nada igual
- Ni yo, pero en las salidas imprescindibles hay que ir con mucho cuidadito, no sea que quien te cruzas a tres metros se crea con la legalidad moral de montarte el pollo porque opine que estás incumpliendo su interpretación de las normas. No nos podemos acercar.
- ¿Y los saludos?
- Hola y hasta luego
- ¿Sin tocarse?
- A dos metros
- ¿No se pueden dar besos?
- Sólo a la gente con la que estés encerrada. Bueno, los diarios escriben con la que convivas. Y los niños. Me tienen muy preocupada. Están en el centro de dos teorías, porque son asintomáticos elementos de contagio
- Pero si tú no tienes niños
- Ya, pero eso no quiere decir que no me preocupen. Fueron los primeros a los que se permitió salir, una escueta hora por la mañana y otra por la tarde, siempre vigilados. No pueden juntarse, no pueden compartir, no pueden tener contacto físico, no pueden jugar en la calle. Los parques infantiles están chapados.
- Pues pobrecillos…
- Pues eso, pobrecillos ¿qué te decía yo? Ahora las cosas se están relajando un poco, como no hay recreo en los colegios el recreo se ha generalizado con horarios muy específicos durante los cuales, en función de la edad, podemos salir a pasear o practicar algunos deporte. En el caso de los paseos, no más lejos de un kilómetro de distancia del lugar de residencia.
- ¿Y cómo se calcula eso?
- Pues más o menos, imagino y si no, seguro que hay una aplicación para el móvil que te lo dice, total, hay aplicaciones para todo. De todos modos, yo no salgo
- ¿Y eso?
- No me apetece
- Ya, pero ¿por qué?
- Porque es el único caso en el que soy yo la que puede decir no
- Qué rara eres
- Eso no es nuevo. Además, tengo miedo
- ¿Del virus?
- No. Del mundo. Del mundo aséptico e incomunicado de las distancias y las mascarillas, porque también tengo que decirte que a partir de mañana son obligatorias en los espacios públicos. Por eso me he acordado de ti y de mi infancia. Cual buena ciudadana que no soy pero cumple como tal, buscando en el periódico las condiciones de su uso he visto que los “protectores faciales” (con este ridículo eufemismo las citaban), serán obligatorias para los niños desde los seis años, y recomendables a partir de tres. Ya te he dicho que el tema de los niños se las trae y me trae por la calle la amargura.
- Será para protegerles del virus.
- Claro. Será por eso. El caso es que, nunca te lo he dicho, cuando era pequeña odiaba la chalina sobre la boca, detestaba la humedad producida por la respiración y sentirla después mojada y fría. Entonces no había este virus, estaban la polio, la tuberculosis, la viruela, el sarampión, la tosferina y algún dengue más del que me olvido. También hacía mucho frío para el que carecíamos de ropa adecuada. Pero teníamos chalina.
- Y más de una vez y más de dos tuve que decirte que te la colocases bien.
- Sólo cuando me pillabas porque según dejabas de verme me la bajaba.
- Es que luego las preocupaciones eran para mí
- Eso seguro. Pero ahora que las dos somos adultas casi viejas, bien podrías intentar comprender tú lo mal que me sentía yo. Bueno, ya te he entretenido bastante con las noticias del barrio, a lo mejor en otro momento te cuento más cosas, pero no es seguro. Ya me conoces.

domingo, 10 de mayo de 2020

Marzo


Y entonces, llegaron ellos
Me llevaron a empujones a mi casa
Y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas,
Donde no vienen a verme mis amigos
Siquiera de mes en mes, de dos en dos y de seis a siete.
De cartón piedra.
Joan Manuel Serrat

Los vientos de marzo soplaron este año con inusitada virulencia arreciando a mediados de mes en dirección imprevista y desconocida por todas las brújulas.
Cayeron nuestros pedestales.
Los odiados lunes podían ser domingos y podría resultar que en la tarde de un viernes viviéramos un miércoles por la mañana; abril siguió a marzo y mayo a abril; vendrá junio y será otro nombre sin significado.
Disueltos en la nada los estímulos y placeres posibles, sin mirar atrás, sin freno, sin capacidad de asimilación, encontramos una realidad distópica y monotemática de muertos, ausentes y ausencias que nos obligó a inventar neologismos y a redefinir las palabras para encajarlas en los campos semánticos de inseguridad y miedo.
Nos forzó a rellenar muchas veinticuatro horas de días entre cuatro paredes con las mismas vistas e idénticas caras cada vez más desarregladas, sin guía, sin experiencia y sin cuaderno de viaje.
Hablar de ocio en estas circunstancias es un sarcasmo, pero imagino que en el sinsentido cada cual ha organizado su tiempo multiplicado con los elementos a mano, siguiendo a su humor, eligiendo sus salvaguardas.
Por lo que toca a mi persona, una vez comprobé que el único liviano programa de televisión al que soy fiel había desaparecido de la parrilla, desde que vivo encerrada he visto la película Dos papas, los cuatro capítulos finales de la serie El mundo en llamas, el primero de El ministerio del tiempo, tres documentales de Cosmos y otro de dos horas sobre el final de la Segunda Guerra Mundial.
¡Esto es todo, amigos! No anuncios, no telediarios, no noticias, no programas del corazón, no cotilleos, no ruedas de prensa, no comparecencias del presidente, no viajes imaginarios, no bellezas por descubrir, no realidades alternativas, no otras ficciones.
Nada de nada. Un día volveré a ver El club de los poetas muertos que está disponible. No tengo prisa.
Las estadísticas dicen que en este tiempo hemos consumido (sí, seguimos necesitando consumo, aunque sea alternativo) más televisión que nunca, mas ya conocemos que las estadísticas muestran los datos pero esconden la realidad.
Sí he dedicado más tiempo a la lectura. He terminado dos libros; ninguno me ha resultado fácil, pero los dos me han parecido fascinantes. El buen soldado Svejk es el mayor alegato pacifista que por mis manos ha pasado; gótico, lento, sarcástico, irónico, exagerado pero muy realista, no apto para todos los paladares (y no hablo de exquisitez).
De Elsa Morante, Mentira y sortilegio narra los desamores o, mejor, los distintos amores no correspondidos de su familia, entre la sensatez y la locura, entre lo genuino y lo especular, entre lo real y lo imaginado. Es un libro muy denso, que me ha costado terminar pero al final me ha proporcionado el placer de muchas historias complejas con multitud de matices e interpretaciones.
 Como continuación de los retos literarios iniciados el año pasado, en mayo estoy leyendo una recopilación de poemas, una oportuna coincidencia dado lo bien que se compadecen la realidad introspectiva de la poesía y mis presentes anímicos. Por eso incluí el Romance del prisionero en la entrada del otro día e incluyo los versos que inician esta. 
Bueno, por eso y porque ambos me parecen oportunos y me gustan.
La inmensa mayoría de mi minoría lectora no necesita que le explique que la negrita marca cambios y añadidos míos a los versos finales de la canción de Serrat pero no estará de más aclararlo, que no quisiera perder amigos por una acusación de plagio que no es sino una muy admirativa paráfrasis de una estrofa que nos dice de conflictos seguros entre un hombre enamorado a contracorriente y una organizada sociedad a la que resulta intolerable tamaño desmán.
Para ilustrar este texto busqué poemas que contuvieran “marzo”. Encontré pocos y esos pocos me dijeron menos;  no me pareció significativo el nombre del mes en el sentido de los textos.
O tal vez el subconsciente ya había elegido porque cuando daba el intento por baldío, mi cerebro recuperó una canción, 16 marzo, cantada por Acchile Lauro, la he descubierto estos días en la radio. Suena continuamente.
Es una balada, una típica canción italiana de desamor, música pegadiza y letra infumable.
 El estribillo asegura que ella se volverá a enamorar en marzo, el 16 en concreto; en la primera estrofa, chica deja chico sin remordimiento; en la segunda, chico abandona a chica para ser el primero. Al final, cada uno a su casa.
Como nosotros.

P.D.: Después de publicar esta entrada caí en la cuenta de que uno de los versos de la canción de Serrat dice "nos sonreía la luna de marzo". Tanto buscar para acabar en el principio.

martes, 5 de mayo de 2020

Mayo


Para Mon.



Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
dele Dios mal galardón.
Romance del prisionero

Mi padre resumía las situaciones con refranes y, como hombre bien curtido en el campo y en su vida mirando al cielo, explicaba de este modo las estaciones. Así, desde bien pequeños nosotros aprendimos que marzo ventoso, abril aguanoso, sacan a mayo florido y hermoso. Este año se han cumplido los designios y, con aplastante lógica la primavera llegó y está pasando como una venganza.

Cuando yo iba a la escuela, mayo me resultaba odioso: todos los días, con la modorra de la digestión y los primeros calores, a primera hora de la tarde teníamos que rezar el rosario. Creo que cualquiera puede imaginar el sopor de una letanía completa dicha o escuchada, además, en estas circunstancias, santa María, ruega por nosotros; santa Madre de Dios, ruega por nosotros; santa  virgen de las vírgenes, ruega por nosotros; santo no sé quién, ruega por nosotros, santo no sé cual, ruega por nosotros.
Así hasta terminar el santoral.
Entonces y allí, además, el campo era nuestra normalidad y lo que nos daba de comer. Vivíamos bastante ajenos a sus bellezas.
En la actualidad soy una privilegiada de los tiempos. Tengo una calle muy tranquila siempre, ahora habitada por el silencio espeso y expectante por el que todos transitamos, una casa muy luminosa, y un espacio pequeño pero exterior al que hemos sacado los silloncitos que podíamos cambiar de lugar en función de la temperatura, que se nos han mojado más de una vez con los chubascos repentinos, pero que nos han permitido respirar. La rampa del garaje se quedó pequeña desde el primer día.
Este pedacito de terruño, unido a mi evolución personal de conceptos y aprecios y a la falta de mayores o mejores distracciones, me ha permitido descubrir y disfrutar este transcurso por la primavera con consciencia:
He seguido las fases de la luna y visto un diminuto cuarto creciente que le daba la espalda a Marte, cual pareja peleada.
He visto verdear a la hiedra, y a la higuera, y al manzano, y al ciruelo; florecer y marchitarse a los tulipanes y a los lirios. He descubierto a una planta de maceta, ahora salvaje, renaciendo desde una única hoja tísica y partida que después se murió como explicando que su trabajo había terminado. He seguido el desarrollo del primer capullo del rosal amarillo y encontrado después esa primera rosa y las posteriores; hoy he descubierto otra primera rosa: rosa.
He sentido renacer a una gardenia tísica, y nacer a las abundantes hojas y capullos de los cactus, que prometen un día espectacular de floración, más espectacular por ser solo uno. He visto revivir a las cintas, al tronco de Brasil, a los potos, a la alegría, a las begonias, al coleo, y a la hortensia que consiguió sobrevivir a mis intentos, mi joya de la corona.
Y a la caída de la tarde, cuando abro la puerta de la cocina, aún puedo sentir el olor de los árboles del paraíso florecidos en un espacio estancado.
Sí, la primavera llegó y está pasando.