sábado, 28 de septiembre de 2013

Una mente maravillosa envuelta en alas de mariposa



Una tarde de principios de este verano, en uno de los múltiples diales del Canal Plus, habían programado la película Una mente maravillosa. Jorge quería verla y yo quería cambiar de dial. Porque ya la había disfrutado cuando la estrenaron, y porque sabía que me engancharía a ella y me quedaría sin siesta.

La vimos.

La historia, conocida, se basa a grandes rasgos en la biografía de John Forbes Nash, americano de Bluefield, proyecto de ingeniero químico en la Universidad Carnegie Mellon y doctor real en matemáticas por Princenton, (la única línea de la carta de recomendación rezaba “este hombre es un genio”), trabajador en las fuerzas aéreas norteamericanas y profesor, arquitecto fundamental de la teoría de juegos, Premio Nobel de Economía en 1994.

Y esquizofrénico.

Llenó de ecuaciones imposibles pizarras, papeles y paredes; se creyó perseguido hasta llegar a pedir asilo político en Europa; estuvo internado en diversas ocasiones, en las que no le ahorraron ninguna de las terapias que los protocolos de la época indicaban para este tipo de enfermedades.

Pero, en algún momento de su biografía, abandonó todo tipo de ayuda, asumió que determinadas historias sólo estaban en su mente y, por sí mismo, aprendió a convivir con fantasmas que aún siguen acompañándolo. Si lo pensamos bien, un final bien parecido al de casi todos.

Volvió a ganarse el respeto y la admiración del mundo.

Siempre me ha parecido que algunos tipos de enfermos mentales viven en un mundo hecho y organizado con patrones a la medida de los otros. Terrible problema en un lugar que no se adapta a la realidad de minorías constituidas por un solo individuo: porque cada esquizofrénico es único en sus visiones.

No es un caso aislado el de John Nash.

Existen muchas mentes locamente maravillosas, históricas y actuales, lejanas, cercanas o vecinas, que nos demuestran que genio y locura son dos extremos de una misma madeja que en ocasiones se acorta peligrosamente.
Una noche, de otro día, también de este verano, estaba cenando sola; para no aburrirme, encendí la televisión buscando pasar el tiempo y me encontré con Alas de mariposa.

Aunque sabía de su existencia, no había visto esta película, y el acto de recoger los pocos trastos de la cena tuvo que esperar hasta que los créditos empezaron a desfilar por la pantalla.

En Wikipedia está el resumen completo, final incluido.

Yo no lo repetiré. Añadiré en cambio que, mientras disfrutaba de mi frugal cena, entre bocado y bocado contemplé el drama de tres personas: un matrimonio y su hija de unos seis o siete años.

Un hombre tierno y comprensivo, incapaz sin embargo de transmitir su cercanía ni sus sentimientos a ninguna de las dos. Una niña que, como todos los niños, sólo deseaba sentirse amada por su padre y por su madre; por ser ella, y por ser su hija. Una mujer ama de casa, fría y distante, obsesionada -hasta conseguirlo- con la idea de dar un hijo varón a su marido.

Algún día, cuando nos olvidemos de lo correcto para interesarnos por todos los aspectos de lo real, tendremos que ponernos serios y estudiar de forma concienzuda cómo las mujeres han contribuido a transmitir comportamientos y actitudes machistas en historias recientes y en la Historia no tan lejana.

Sólo entonces podremos dar respuesta veraz a los porqués.

Mientras tanto, aquella noche, yo sólo me recreaba en una historia ajena, identificándome con la niña sin comprender a la madre. Cuando la película terminó, no supe decidir por qué no me resultaba creíble.

Un rato después supe que el problema era el desenlace.

Me resultaba inconcebible que dos meros actos simbólicos (acariciar una tripa muy al principio de su embarazo, y empezar a preparar un biberón para el nieto -o la nieta- aún no nacido), pudieran borrar de un plumazo, de las vidas de una madre y su hija, tantos años de incomunicación sin tregua, buscada y ejercida.

Como expresión de sus propios sentimientos, la niña pintaba alas de mariposas.

De brillantes colores en el inicio, oscureciéndose a medida que el drama de su vida se agudizaba, las alas de estos lepidópteros, tan bellas, tan variadas, tan diferentes, tan finas, tan sutiles, tan delicadas y tan etéreas, opino que son una perfecta metáfora de la fragilidad de las relaciones humanas, que la película pone de manifiesto.

Fragilidad en las relaciones comparable a la fragilidad de la mente. A la fragilidad en la vida.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Riassunto, fine e principio




Viernes, 6 de septiembre

Resumen de catorce días por Emilia Romaña, el Véneto y la Lombardía, cuya publicación han retrasado hasta ahora la falta de tiempo y mi posterior pérdida interesada en una aldea sin Internet.

Si pincháis en el mapa  podréis apreciar  todos los detalles en un tamaño más apropiado.

Para leer el texto, ya sabéis. Pestaña “más información”.

Como siempre.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Tredicesimo giorno. No hay bien que cien años dure (ni bolsillo que lo soporte)



Jueves, 5 de septiembre

Día dedicado a Milán.

De mañanita, con la fresca, subida -andando- y paseo sobre los tejados del Duomo, desde donde hemos contemplado los de la ciudad y su skyline, hemos sido conscientes de la enormidad del tamaño de gárgolas, arbotantes y otros elementos cuando se les mira de cerca, y hemos descubierto perspectivas diferentes.

Después de saldar una vieja cuenta pendiente con un café en la Gallería Vittorio Emanuele, en la Pinacoteca de Brera nos han dado una guía en la que figuraban unas cuantas obras que no deberíamos perdernos.

Ya he aprendido que cuando se visita un museo de esta características hay que seleccionar A falta de otro criterio y mayor conocimiento, hemos decidido fiarnos de esa documentación, gracias a la cual no hemos terminado saturándonos de cuadros.

       A la salida hemos pensado en comprarnos un equipo ciclista de Gucci, pero hemos desistido porque no sabíamos cómo transportarlo hasta España. Bicicleta, 9.700; casco, 690; bidón, 70. Total: 10.460 euros.

A las cuatro teníamos entradas reservadas, desde antes de salir de España, para visitar La última cena, de Leonardo da Vinci, en Santa María de Gracia.

Cuando viví aquí la pintura no estaba restaurada; a cambio pude permitirme el lujo de contemplarla yo sola el tiempo que quise. Ahora las cosas han cambiado: la duración de las visitas es de un máximo de quince minutos y veinticinco personas cada vez.

Sin reservar es casi imposible conseguir una plaza para un día determinado.

La guía ha resultado fundamental para hacernos conocedores del significado de cada detalle; pero hubiera venido bien un ratito más con Jesús, Pedro, Tomás, Judas y compañía.

La iglesia fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial, incluidas las tres paredes restantes de la sala en las que se encuentra la pintura, que sólo se salvó porque la bomba que explotó en el claustro se la encontró protegida con sacos de arena.

En este viaje hemos sabido de edificios que fueron destruidos por el fuego, las riadas, los aluviones, las guerras, los terremotos y hasta los rayos, como el que se llevó por delante el campanile de la catedral de Parma.

Después de las últimas compras familiares, un helado para Guillermo y un café para mí en el McDonald, nos hemos separado: él ha seguido rumbo hacia el hotel y yo a buscar la iglesia de San Ambrosio y el número que me interesaba de la casa en la que viví.

El santuario, porque recordaba que entonces me lo habían recomendado, pero no los motivos de la recomendación. Una vez allí mi memoria ha tenido a bien hacerme saber que no eran otros que el majestuoso claustro y el mosaico bizantino situado encima del altar.

También he encontrado el número. El nueve de la Via Carducci. Pero el estanco de al lado ha sido sustituido por un negocio, con cabina de rayos UVA y otros tratamientos de embellecimiento corporal.

Después de tanto paseo, después de tanto ajetreo, tras tantos días de iglesias, museos y otras actividades varias, el resto de la tarde lo hemos reservado como periodo de descompresión. Hotel, escritura, lectura, móvil (sólo Guillermo) y preparación del espíritu para la vuelta.

Vuelta a la que encuentros pendientes convertirán en importante.

Dodicesimo giorno. Nunca calienta a gusto de todos



Miércoles, 4 de septiembre

Finalmente hemos cambiado el monte Cervino por la ciudad de Parma, debido a que la excursión de un día a la montaña nos salía por una pasta. Y cuando digo una pasta, quiero significar justo eso.

De buena mañana, en la estación he mandado a Guillermo a tomar viento fresco con palabras más duras que estas y le he dicho que era imbécil.

Tras un viaje del todo en silencio, hemos llegado a una ciudad llana, dispersa, que vive para sí misma y no para los visitantes, que tiene una catedral con frescos estupendos y un baptisterio que bien merece la visita.

Me parece que el cansancio empieza a hacer mella en los cuerpos y el calor sofocante de hoy no ayudaba a la relajación, más en un lugar en el que resultaba difícil encontrar lugares sombreados en las horas del mediodía.

Mientras él dormitaba sentado en un banco del conservatorio de música, en el primer piso he visto una exposición sobre la presencia de Verdi en los medios de comunicación (ingleses, franceses, alemanes e italianos).

Cada hoja completa de la publicación original estaba insertada entre planchas de metacrilato, lo que permitía ver la noticia aparecida sobre el compositor por un lado, y por el otro las que quiera que tocaran en suerte en su momento.

Una de estas últimas páginas ha llamado especialmente mi atención. Correspondía a un periódico alemán del 1 de septiembre de 1937 (lo sé porque la fecha estaba escrita con números) y en ella aparecía la foto de un niño haciendo el saludo nazi, rodeado de cuatro jefes militares; uno, mirando hacia otro lado, se desentendía de la historia mientras el resto reían la gracia.

A su lado, un crucigrama que, a falta de dos letras, alguien había resuelto. Pensé en la casualidad, y en lo improbable de que el aficionado a los juegos de palabras hubiera imaginado nunca que sus letras autógrafas  terminaran expuestas en Italia, aunque no fueran ellas la causa.

El vagón del ferrocarril de vuelta carecía de aire acondicionado y, aunque hartos de sudar nos hemos cambiado a uno de primera, la sensación general del día en estas horas de la noche es de calor, calor y calor.

Y cansancio. Mucho cansancio.

Undicesimo giorno. En busca de George Clooney



Martes, 3 de septiembre

El hotel que tenemos en Milán está muy bien situado y andando nos lleva poco tiempo llegar a cualquier lugar turístico de la ciudad, incluida la estación ferroviaria de Cadorna, de la que parten los trenes para Como.

Y hacia allí nos hemos dirigido esta mañana después del desayuno, con las mochilas y la cámara de fotos dispuestas para lo que hiciera falta, dejando atrás las feas construcciones de los arrabales de Milán para introducirnos, de forma progresiva, en paisajes que presienten los Alpes.

El lago que baña esta ciudad tiene una forma similar a una Y invertida, con Como situada en el extremo inferior izquierdo, Bellagio en el vértice y Sorico y Lecco en los otros extremos (ver mapa).

A la hora que hemos llegado ya no circulaban barcos hasta el lugar más alejado y, además, teníamos que pensar en la vuelta primero por el lago y después por tren hasta Milán. Teniendo en cuenta todos estos detalles hemos sacado pasaje con destino a Bellagio.

Tras tantos días de arte, hemos disfrutado paisajes maravillosos de cielo y montañas; vegetación que se perdía desde sus pináculos hasta el borde mismo del agua; y casas construidas a lo largo de toda la orilla, pero con tan escasa densidad que no molestaban a los ojos.

Hemos llegado tarde a Bellagio, por lo que la comida ha tenido horario español; y nos hemos encontrado una pequeña población formada con la acumulación de unas pocas casas, que vive por y para el turismo.

A pesar de que el lago es de origen alpino, el agua no estaba fría. Lo sabemos porque Guillermo se ha bañado entero y yo me he bañado los pies: no era fácil la maniobra porque el lecho lo formaban piedras cubiertas de algas resbaladizas, y caminar sin zapatillas resultaba muy complicado.

La vuelta en el barco ha coincidido con la puesta de sol y, de nuevo en Como, nos hemos dirigido a la catedral para continuar con la tradición de las ciudades por las que hemos pasado. Estaba cerrada.

Un paseo por el camino que rodea el agua nos ha permitido pasar el tiempo de forma agradable hasta la partida del tren.

Y, chicas, lamento deciros que  George Clooney non si è fatto vedere.

Ante semejante desgracia, tendréis que conformaros con el beso que os envío.