sábado, 5 de julio de 2014

Sabato. Nostalgia

A primera hora de la mañana, buscando en el Quirinale la iglesia de San Silvestre con pinturas de Caravaggio, hemos encontrado otras dos. San Andrés, con proyecto de Bernini, y Santa María de los Ángeles y los Mártires; construida sobre las termas de Diocleciano, su proyecto inicial, posteriormente modificado, fue el último trabajo de Miguel Ángel.
Luego, en la Universidad de La Sapienza (La Sabiduría) nos esperaban, por este orden, inscripción, presentación en un aula clásica, comida comunitaria, una conferencia-clase-aclaración-de-dudas (en las que todas las preguntas se han salido por la tangente) y, para finalizar, teatro.
En el tiempo libre de la comida he osado dirigirme al profesor para agradecerle la organización del evento, que he utilizado como excusa para volver a Roma, y que sus lecciones me sirvieran a la vez para comprender un poquito mejor un tema difícil y para practicar el italiano.
El teatro. Yo tenía verdadera curiosidad por conocer cómo podía hacerse una obra sobre un tema a la vez tan científico, abstracto y poco intuitivo. Lejos del aburrimiento el resultado me ha divertido, entretenido, placido y gustado. Mucho.
Una introducción, un corto epílogo y siete actos independientes intermedios, cada uno introducido por una breve introducción teórica sobre su tema específico, constituían el argumento de RMQ14. Commedia Quantistica Relativistica, ideado por el profesor y realizado en colaboración con el Laboratorio de Ciencia del Teatro, del Curso de Grado de Artes y Ciencias del Espectáculo.
La introducción planteaba un juicio, con acusado (los conceptos de la física moderna), y acusador (la física clásica), y cuestionaba la posibilidad de mezclar dos conceptos en apariencia tan lejanos como la física y el teatro.
Los actos constituían los argumentos de la defensa.
I.  Rosario.  Se rezaban los conceptos más importantes y conocidos de esta rama del conocimiento, transformando la letanía de santos en letanía de conceptos científicos  puestos en relación con situaciones cotidianas un tanto exageradas.
Divertido.
II.   L’urto. La misión de los doctores es intentar curar a los enfermos; pero cuando estos son neutrones y los médicos deben enfrentarse con sus métodos clásicos a pacientes cuya naturaleza y función desconocen por entero, tienen un grave problema de partida.
Filosófico.
III.   La funzione d’onda. Cubiertos con preciosas máscaras blancas venecianas, los actores aparecían, en cualquier lugar y en cualquier momento, desde el interior de una tela brillante y ondeante que cubría todo el suelo del escenario.
Máscaras anónimas, apariciones imprevisibles y música de piano para comunicar la seguridad de la probabilidad y la imposibilidad de la seguridad.
Me gustó muchísimo.
IV.Onda Particella. Un psicólogo intenta catalogar y sanar, según sus conocimientos y conceptos, a un bosón que jamás se ha interrogado sobre sí mismo porque esta es una actitud propia sólo de los hombres. El informe emitido al final según criterios clásicos significa que no ha comprendido nada.
Interesante y divertido.
V.  La collina. El tiempo que se dilata y se contrae y sus consecuencias. Una madre dominante piensa viajar un fin de semana a los Anillos de Saturno, pero antes compra dos tumbas; una es para su hija, porque para ella habrán transcurrido más de sesenta años y ya será vieja cuando la madre regrese; con el deseo de que ambos permanezcan juntos en la eternidad, la otra tumba es para su marido. El hándicap añadido es que la hija es lesbiana.
Muy divertido.
VI.Higgs Tango. Música de milonga y danza para representar el equilibrio y el azar del universo, expresados a través de una partícula elemental, el bosón, que inicia (y explica) el resto de la materia.
No llegué a comprender bien su significado.
VII.   Wormholes. Los agujeros de gusano. Mientras una pareja mira la televisión, el mando a distancia adquiere la propiedad de que quien lo maneja se mimetiza con las transmisiones y hace exactamente lo que está viendo en la pantalla. Todavía están preguntándose por las causas cuando el mando se rompe. Se miran y manifiestan a la vez lo que harán al día siguiente: comprar otro mando.
Interesante, educativo, divertido.
Sin que sirva de precedente y en contra de mi costumbre contaré la conclusión: la física moderna fue declarada inocente, lo que no significa demasiado con un jurado formado por un juez, su mujer (especialista en física) y su hija (especialista en teatro).
Lo normal.
 Un largo paseo por calles residenciales, feas y llenas de tráfico, bordeadas en una de sus aceras por murallas muy bien conservadas y de altura impresionante en algunos tramos, nos ha conducido hasta un café con descanso en el parque de Villa Borghese al que, hoy sí, hemos llegado de día.
Después, sentada en una baranda, esperando el final del día, mientras Roma anochecía, se desdibujaban los contornos y se encendían las luces, he sentido a mi pasado cercano diluyéndose y alejándose, desde el mirador del Pincio hacia la plaza del Popolo invadiendo las calles de esta hermosa ciudad.


viernes, 4 de julio de 2014

Venerdì. Calor, mucho calor

Hoy ha sido un día de Sanpedros y miguelángeles.

Hemos iniciado el día en San Pedro Encadenado y el Moisés y, tras un buen paseo, un café y siete minutos de espera al sol hasta pasar el arco del escáner, llegábamos finalmente a la basílica del Vaticano, a la búsqueda de la Piedad y la cúpula.

En plaza del Popolo nos hemos dirigido a las dos iglesias gemelas primero y a Santa María del mismo nombre a continuación, para ver los dos caravaggios que allí se exponen: La conversión de san Pablo y el Martirio de San Pedro.

Normalmente cada capilla de las iglesias tienen una maquinita en la que, a cambio de un euro, se encienden las luces. Cuando he buscado no tenía ninguno, Luci tampoco, por lo que hemos debido esperar a que un alma caritativa sintiera compartiera nuestro interés.

En plaza Navona por fin hemos conseguido entrar en un templo que hasta ahora siempre habíamos encontrado cerrado y, tras nueva visita al Panteón, hemos subido la cuesta y las escaleras de la colina del Qurinale, sede de la presidencia de la república y desde allí hemos retornado al nido temporal.

Hoy tengo pocas ganas de pensar y menos aún de escribir, así que resumiré las anécdotas, impresiones y reflexiones de este día.

El Moisés no nos ha hablado, pero impresiona su expresividad, con las tablas de la ley recién entregadas por Dios firmemente sujetas baja el brazo derecho, la relajada colocación de su pierna izquierda y la mirada desafiante de alguien que se siente elegido y en posesión de la verdad.

Ha hecho calor. Mucho calor. Ha sido sin duda el día más caluroso desde nuestra llegada.

Entre las canciones escuchadas  a músicos callejeros he reconocido un bolero, música de Santana, por primera vez una canción italiana (Volaré) y algunas canciones mexicanas que me han pillado en mal momento, con hambre, asfixiada por la temperatura ambiente y esperando la comida, motivo por el cual no me estaba permitido salir corriendo en ese momento.

En general, las iglesias son bastante permisivas con la ropa de los visitantes, pero no lo son en El Vaticano. He visto cómo a una chica no le era permitida la entrada porque llevaba tirantes, motivo por el cual es muy práctico llevar siempre en el bolso un pañuelo fino o un fulard. Los venden por toda la ciudad.

Me he quemado. Primero fueron la frente y el ridículo (por pequeño) trozo del escote que dejaba al descubierto la camiseta. Y hoy, las piernas.

Delante de La Piedad, una señorita me ha dado un empujón; sin mirarme, ha pasado a primera fila, ha levantado el móvil, ha disparado y se ha ido.

La grandiosidad de la basílica y de sus detalles me han sugerido la idea de que los papas probablemente estaban convencidos de que irían al cielo tras, su muerte; pero por si acaso, se cuidaban muy mucho de vivir muy bien en la Tierra y de que quedara constancia eterna de su paso por ella.


Vamos, que más o menos, debían compartir las dudas comunes a todos los mortales.

Giovedí. Gente, montones de gente

Esta mañana hemos cogido el autobús. Hemos sido ciudadanos civilizados y previamente habíamos comprado el billete, pero después no hemos podido validarlo porque ya en la estación de inicio ha subido tanta gente que alcanzar la máquina era imposible. Así que ahí está, tan mono en la cartera.

No me gustan los museos vaticanos o, mejor dicho, no me gusta su organización,  pensada para multitudes e ignorante de las personas. Son tan enormes que, para los que no somos VIP y encima vivimos lejos, ver tantas salas inmensas llenas de tesoros sólo puede crearnos ansiedad, provocada por la seguridad de que, hagamos lo que hagamos nos perderemos casi todo.

Y las colas. Colas, al sol de la mañana de Roma, para visitar a la basílica; colas para ir al baño y, aunque esta nos la hayamos ahorrado, -gracias, Internet-, colas para entrar a los museos. Colas. Y gente. Y más gente.

Una vez en el interior se hace imprescindible gastar su buen cuarto de hora para estudiarse el plano, y algo más de tiempo hasta decidir cómo deben interpretarse los datos. Después, armarse de paciencia e intentar acceder a los lugares de tal manera que no se coincida con uno de los múltiples grupos organizados que, siguiendo a su guía, entran, hacen la foto con el móvil o la tableta mientras y se marchan sin mirar lo que tienen ante sus ojos.

De esta manera puede disfrutarse de los mapas maravillosos de las regiones italianas, frescos localizados en la sala homónima alguno de los cuales se encuentra en periodo de restauración, o la sala de tapices de brillante colorido y perfecta conservación o, aprovechando los trozos que los visitantes van dejando libres, los fantásticos mosaicos de la época clásica que cubren el suelo, trasladados a lo largo de la historia desde los lugares de la ciudad en que fueron apareciendo.

 Guillermo me había dicho que no hay forma de conocer de antemano si las estancias de Rafael están abiertas o cerradas al público un día determinado, dado que pertenecen al ámbito privado del Vaticano. Hemos tenido suerte.
Vale la pena visitar las salas del Museo Etrusco por dos motivos, porque posee una fantástica colección de piezas, cerámicas y bronces sobre todo, y porque no hay apenas visitantes.

La Capilla Sixtina.

Por fortuna, al igual que en las estancias de Rafael, las pinturas se encuentran a una altura superior a la de las personas, por lo que pueden contemplarse a pesar del continuado montón de montones de gente que en ella se concentran.

Por lo demás, en el precio de la entrada están incluidas las continuas sugerencias e indicaciones del personal del museo obligando a continuar caminando, y sus indicaciones de silencio sobreponiéndose a los murmullos y las conversaciones de fondo, ayudándose del sonido grabado de un aparato cuando el tono de su voz queda sobrepasado por las circunstancias.

La audioguía, que en general resulta muy útil, sobre todo porque ayuda a elegir y dirigir la atención del visitante hacia lo fundamental, en la descripción del Juicio Final se pierde en una disquisición católico-filosófica que no termina nunca. Tal vez intenta poner de manifiesto la importancia fundamental de dividir al mundo en buenos y malos.

Tras semejante baño no deseado de multitudes necesitábamos un receso y ha llegado el momento de comprobar que no en todos los recuerdos de Roma mi memoria me estaba engañando.

La comida del autoservicio del Vaticano sigue siendo igual de mala que hace veintisiete años.

Prácticamente solos hemos recorrido el Museo de Carruajes y la pinacoteca. En el primero, a la entrada, han creado un pequeño espacio expositivo con los regalos futbolísticos recibidos por el papa Francisco I. Amén de otros objetos menos significativos, allí están las camisetas de las selecciones de Argentina e Italia firmadas por los jugadores y una foto de la misa compartida, entre ellos y con Su Santidad.
El resto del museo lo conforman uniformes de los palafraneros, arreos de las caballerías, palanquines, carrozas de viaje y paseo, dos papamóviles de Juan Pablo II y el coche de su atentando, dos Mercede y un automóvil similar al utilizado por Al Capone. No sé si se me olvida alguno.

En cuanto a la pinacoteca, de por más de cuatrocientas obras, allí están el Giotto, Caravaggio, Leonardo, Rafael y el Veronesse compartiendo pared con otros autores de menor nombradía.

Al salir, como la basílica ya había cerrado, un paseo  hacia el Castillo San'Angelo, pasando por el impresionante palacio sede de la Corte de Apelación y cruzando el río nos ha depositado en plaza Navona donde, sentados frente a la fuente he descubierto el Instituto Cervantes y su librería. En el Instituto, una exposición de pintura de Celso Varona.

En la librería, música de Gardel, muchos libros en español e italiano, algunos en inglés y, al final de la tienda, tres personas estudiando el léxico del español de Argentina con las letras de la mala vida de los tangos.
Por eso Gardel.

Después se ha cruzado con nosotros la heladería Giolitti, según mis hijos tan famosa en Roma que hasta los guardias de tráfico pueden dar indicación de su ubicación. Como con el helado de ayer ya tengo para una buena temporada, me he decidido por un frapuccino: café, chocolate, nata y virutas de chocolate amargo.

Camino ya del hotel hemos encontrado abierta la iglesia de San Marcelo, y a determinadas horas las iglesias en esta ciudad sólo se abren para los funerales o por algún otro motivo determinado y menos luctuoso.

Un concierto de órgano, tenor, soprano y mezzosoprano, -no necesariamente en este orden-, ha puesto el mejor final de los posibles a esta jornada.

Cuando he abandonado la iglesia podía caminar con más alegría.

No sé si la música, que amansa las fieras, amansa también el dolor de pies y de espalda provocados por el mucho caminar.

jueves, 3 de julio de 2014

Mercoledí. Paseando la ciudad

Estoy matada, así que me parece que voy a ser un poco breve con este comentario y tal vez también menos precisa de lo que me gustaría.

Desconozco cuántos kilómetros hemos caminado pero me duelen los pies y, cada vez que me siento, me levanto después como los muñecos de Plaimobyl, por partes.

Hoy he aprendido una lección sobre zapatos.

A partir de ahora, llevaré siempre de viaje zapatillas deportivas porque son las que me resultan más cómodas; a pesar de que llevo unas de suela gorda, sentía cada adoquín debajo de mis pies; de vez en cuando miraba el calzado de los demás caminantes preguntándome cómo podían soportar las chanclas .

De mañana, camino de San Giovanni in Laterano,  nos hemos cruzado en otra iglesia con la Escalera Santa y la gente que la subía e rodillas. Nosotros, que no somos muy píos, hemos ascendido por el lateral para descubrir, a través de una reja, una capilla cuya puerta de entrada aún nos estamos preguntando dónde se esconde. Había personas dentro, luego la puerta existe, pero no la hemos encontrado.

Retrocediendo en la historia hemos tomado el camino del Coliseo, también Anfiteatro Flavio, desde donde he hecho las fotos maravillosas del Arco de Constantino que ayer no pude porque me había olvidado la cámara en el hotel.

Camino del Trastevere nos hemos cruzado con la Bocca della Verità, pero había mucha cola por lo que e momento continuaremos teniendo dos manos y la duda de si decimos o no decimos mentiras.

Siendo turista en esta ciudad es imposible seguir un camino decidido de antemano, porque por cualquier lugar te encuentras iglesias que llaman tu atención y sin pensártelo cambias de idea sobre la marcha. Y casi siempre el resultado hace que haya valido la pena.

Es lo que nos ha sucedido tras cruzar el Tíber, que por fin se ha dignado a aparecer ante nuestros ojos. En una placita nos hemos encontrado Santa María in Trastevere, con muy pocas personas visitándola y más o menos otras diez o quince en los primeros bancos, cerca del altar, donde también se encontraban expuestos, en sus respectivos atriles, cuatro tablas visigodas.
Sintiéndome muy ufana, he sido la única que se ha acercado a mirarlas. Me faltaba más o menos un metro para llegar cuando un señor se ha acercado a mí, en un susurro y con una educación exquisita me ha preguntado:

- ¿Habla italiano?

- Sí

- Es que... no puede acercarse porque, como ve, estamos celebrando un funeral.

Inmediatamente he seguido con mis ojos la dirección que me indicaba con su brazo y allí, en medio de la nave principal, en el suelo, al lado del altar, había un ataúd.

- Scusi, scusi, scusi, non l'avevo visto.

A la salida hemos visto, esperando, el coche fúnebre.

Tras cruzar el puente de la Isla Tiberina, buscando los lugares de sombra que por fortuna son fáciles de encontrar en general, hemos pasado por el Teatro Marcelo, con casas construidas sobre los restos modernos y, subiendo al Campidoglio creí que moriría en el intento como consecuencia del calor (aquí no había posibilidad de sombra) y de la sed.

La belleza de la plaza, ubicación del Ayuntamiento de Roma y diseño de Miguel Ángel, me ha hecho olvidar el mal humor que por momentos me invadía. El alivio de encontrar finalmente una fuente ha contribuido a mi vuelta a la normalidad.

En el Campidoglio se encuentra también la famosa -y diminuta- estatua de Rómulo y Remo, esa que veíamos en todos los libros de Historia de nuestra querida EGB, subidos encima de una columna, las loba los sigue amamantando después de siglos mientras contemplan cómo los tiempos han cambiado a la ciudad desde su creación.

Atravesando el Gueto hemos terminado en Campo dei Fiori, con parada de café incluida, y continuado hacia el Panteón,  donde  nos esperaban su famosa cúpula, la tumba de Víctor Manuel I, rey de la unificación de Italia, y el sarcófago con los restos de Rafael y su hermoso epitafio: "aquí yace Rafael, vivo la naturaleza temía ser derrotada, y muerto también ella temía morir".

Vale la pena transcribir el texto original, más teniendo en cuenta que la traducción es mía: "Qui giacce Raffaello, di cui, lui viviente la Natura temeva di essere vinta, e lui morto temeva di morire anch'essa".


Siguiendo uno cualquiera de los ríos de turistas hemos encontrado, sin buscarla, la iglesia de San Luis de los Franceses, llamada así porque los Borgia cedieron a los galos, desconozco a cambio de qué, los terrenos para su construcción. Era una de las recomendadas por Jorge en su estupendo resumen de una hoja, y en su interior se encuentran la capilla de Santa Catalina, una con tres caravaggios sobre la vida de San Mateo y, un dato en verdad extraño, la única pintada por una mujer en el Renacimiento de la que yo tenga noticia. Lamentablemente, a estas horas de la noche no puedo recordar su nombre.

Para celebrar el día, en la plaza Navona me he zampado un helado con tres tipos diferentes de chocolate, contemplando la fuente de Bernini y a la gente. Mucha gente.

La siguiente estación ha sido plaza del Popolo, la subida de noventa y seis escalones y una cuesta hasta el mirador, que hoy sí hemos encontrado, para despedirnos del sol hasta mañana y contemplar su luz en el ocaso sobre las múltiples cúpulas renacentistas de Roma, con el regalo añadido del Concierto de Aranjuez, versión para trompeta en lugar de guitarra.

En la plaza de España hemos cumplido con el rito y nos hemos sentado en las escaleras, mirando la rectilínea Via dei Condottieri, probablemente la más contemplada de toda la ciudad. En una de sus esquinas, Christian Dior; en la de enfrente, Prada.

Camino ya del hotel nos hemos desviado en busca de la Fontana de Trevi, pero la hemos encontrado sin agua, empapelada con andamios y envuelta en paneles de metacrilato tranparente que imposibilitan la imaginación de su belleza y el cumplimiento del rito de la moneda.

No quiero pensar que semejante hecho pueda significar que no volveré a Roma.

Mañana, El Vaticano.

miércoles, 2 de julio de 2014

Martedì. Arrivo

Veintisiete años transforman a un bebé en joven, a un joven en maduro, a un maduro en viejo. En el mejor de los casos.

Por eso deberíamos intentar volver más a menudo a los sitios que amamos si las circunstancias se ponen de nuestro lado.

Tras veintisiete años, la conclusión principal de mi reencuentro con Roma e que la memoria nos miente seimpre. Como una bellaca. Transforma las cosas que en algún momento vimos adaptándolas a sí misma, y si esto lo hace con los datos comprobables en cualquier mapa, en cualquier libro o en cualquier aparato electrónico, me pregunto qué mentiras no nos contará con las cosas importantes que en algún momento nos sucedieron y de las que ella es la única depositaria.

El día comenzaba a las cuatro y media de la noche y el avión despegaba a las siete y cuarto de la mañana, dirección Sureste. Tras sobrevolar Mallorca nos hemos adentrado en un limbo azul de mar y nubes, sin referencia de movimiento.

A las nueve y diez, un cuarto de hora antes de lo previsto según el comandante, aterrizábamos en Ciampino, autobús, arrabales de Roma y llegada a la estación de Termini. Los aviones tienen estas cosas, siempre te posan en el aeropuerto, lejos de la ciudad.

Café con leche y croasán, entrada al hotel y visita a Santa María Maggiore, a los mosaicos bizantinos de su altar y a la capilla de los Sforza, duques de Milán, con pintura de los Sforza primer descubrimiento, porque nada tenía que ver con lo que yo recordaba.

El resto de la mañana ha transcurrido en los Foros Imperiales, descubriendo y contemplando los restos de los palacios de Augusto, Livia, Nerón y compañía, los arcos de Constantino y Tito, las columnas que van apareciendo en las excavaciones.

Yo no creo que Roma sea la Ciudad Eterna porque tiene documentados, muy documentados, más de dos mil años de historia, ni porque en ella viva Dios a través de sus representantes en la Tierra. Yo creo que se le da ese nombre porque está eternamente descubriéndose, eternamente por hacer.

Hemos comido tarde, incluso tomando como referencia nuestros horarios españoles tan denostados. Y, que una cerveza valga cara, puede pasar; pero que encima esté caliente, me parece una tomadura de pelo.
Luci dice que un robo. En esto estoy de acuerdo. En la dirección en la que coloca el mapa para interpretarlo no. Y esto es muy importante porque con un mapa al revés se corre el riesgo cierto de caminar en sentido contrario.

Callejeando hemos descubierto una iglesia,  san Cosme y san Damián, con dos bellezas, la del edificio y la del belén que escondía. Y he recordado a Monserrat, dado que conozco su debilidad por este tipo de recreaciones en miniatura.

El primer destino de la tarde, plaza Venecia, manifestación de la megalomanía de Mussolini que si le hubieran dejado tiempo suficiente de gobierno tal vez hubiera destruido la ciudad imperial para crear una representación megalómana del poderío que creía tener.

A estos dictadores nadie les dijo que las mejores esencias se venden en frascos pequeños.

Tras pasear por la Columna de Trajano, y ver la exposición fotográfica, permanente y en la calle, copia de todos los detalles de la columna explicando las batallas romanas contra los dacios, con la visita de dos iglesias vecinas de planta circular hemos decidido que necesitábamos un descanso.

Por supuesto, a mí me ha cundido y me he dormido.

Buscando un mirador, bonito según Jorge mientras el sol se pone, hemos llegado, con la oscuridad de la noche villa Borguese pero, una vez dentro, sin referencias exactas de nuestra ubicación y sin poder leer las diminutas letras de nuestro mapa a la luz de las farolas, hemos decidido salir de allí y cambiar de rumbo.

Enfrente de la parte superior de la escalinata de la plaza de España nos esperaba el brillo de la luna en cuarto creciente y, a medida que bajábamos, toda la gente sentada en los peldaños, sin la cual este lugar resultaría sin duda diferente.

Atajando por calles desconocidas hemos vuelto a esta residencia temporal.

Buena notte.