miércoles, 2 de julio de 2014

Martedì. Arrivo

Veintisiete años transforman a un bebé en joven, a un joven en maduro, a un maduro en viejo. En el mejor de los casos.

Por eso deberíamos intentar volver más a menudo a los sitios que amamos si las circunstancias se ponen de nuestro lado.

Tras veintisiete años, la conclusión principal de mi reencuentro con Roma e que la memoria nos miente seimpre. Como una bellaca. Transforma las cosas que en algún momento vimos adaptándolas a sí misma, y si esto lo hace con los datos comprobables en cualquier mapa, en cualquier libro o en cualquier aparato electrónico, me pregunto qué mentiras no nos contará con las cosas importantes que en algún momento nos sucedieron y de las que ella es la única depositaria.

El día comenzaba a las cuatro y media de la noche y el avión despegaba a las siete y cuarto de la mañana, dirección Sureste. Tras sobrevolar Mallorca nos hemos adentrado en un limbo azul de mar y nubes, sin referencia de movimiento.

A las nueve y diez, un cuarto de hora antes de lo previsto según el comandante, aterrizábamos en Ciampino, autobús, arrabales de Roma y llegada a la estación de Termini. Los aviones tienen estas cosas, siempre te posan en el aeropuerto, lejos de la ciudad.

Café con leche y croasán, entrada al hotel y visita a Santa María Maggiore, a los mosaicos bizantinos de su altar y a la capilla de los Sforza, duques de Milán, con pintura de los Sforza primer descubrimiento, porque nada tenía que ver con lo que yo recordaba.

El resto de la mañana ha transcurrido en los Foros Imperiales, descubriendo y contemplando los restos de los palacios de Augusto, Livia, Nerón y compañía, los arcos de Constantino y Tito, las columnas que van apareciendo en las excavaciones.

Yo no creo que Roma sea la Ciudad Eterna porque tiene documentados, muy documentados, más de dos mil años de historia, ni porque en ella viva Dios a través de sus representantes en la Tierra. Yo creo que se le da ese nombre porque está eternamente descubriéndose, eternamente por hacer.

Hemos comido tarde, incluso tomando como referencia nuestros horarios españoles tan denostados. Y, que una cerveza valga cara, puede pasar; pero que encima esté caliente, me parece una tomadura de pelo.
Luci dice que un robo. En esto estoy de acuerdo. En la dirección en la que coloca el mapa para interpretarlo no. Y esto es muy importante porque con un mapa al revés se corre el riesgo cierto de caminar en sentido contrario.

Callejeando hemos descubierto una iglesia,  san Cosme y san Damián, con dos bellezas, la del edificio y la del belén que escondía. Y he recordado a Monserrat, dado que conozco su debilidad por este tipo de recreaciones en miniatura.

El primer destino de la tarde, plaza Venecia, manifestación de la megalomanía de Mussolini que si le hubieran dejado tiempo suficiente de gobierno tal vez hubiera destruido la ciudad imperial para crear una representación megalómana del poderío que creía tener.

A estos dictadores nadie les dijo que las mejores esencias se venden en frascos pequeños.

Tras pasear por la Columna de Trajano, y ver la exposición fotográfica, permanente y en la calle, copia de todos los detalles de la columna explicando las batallas romanas contra los dacios, con la visita de dos iglesias vecinas de planta circular hemos decidido que necesitábamos un descanso.

Por supuesto, a mí me ha cundido y me he dormido.

Buscando un mirador, bonito según Jorge mientras el sol se pone, hemos llegado, con la oscuridad de la noche villa Borguese pero, una vez dentro, sin referencias exactas de nuestra ubicación y sin poder leer las diminutas letras de nuestro mapa a la luz de las farolas, hemos decidido salir de allí y cambiar de rumbo.

Enfrente de la parte superior de la escalinata de la plaza de España nos esperaba el brillo de la luna en cuarto creciente y, a medida que bajábamos, toda la gente sentada en los peldaños, sin la cual este lugar resultaría sin duda diferente.

Atajando por calles desconocidas hemos vuelto a esta residencia temporal.

Buena notte.

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