sábado, 28 de junio de 2014

Recuerdo



Hoy hace un siglo del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, oficialmente causa del comienzo de la Primera Guerra Mundial, aunque en realidad hiciera mucho tiempo que se supiera de la inevitabilidad de la contienda, y muchos poderosos, sectores y personas, se frotaran las manos entreteniendo la espera.
Nada nuevo.
En realidad este constituye uno más de los numerosos aniversarios que todos los días celebramos de cada acontecimiento que memorias individuales han ido recogiendo en eso que, reunido e interpretado, llamamos Historia.
Tomando posición ideológica ante acontecimientos del pasado y sucesos ocurridos cuando no éramos, eliminados los riesgos de afrontar consecuencias de decisiones equivocadas, sin arriesgar fama ni moralidad, frente a los muertos y las injusticias de la Historia resulta fácil posicionarse.
No nos jugamos nada.
Así que desde mi cómoda atalaya del presente que mira al pasado, desde mi pequeñez como individuo perteneciente a un grupo, Homo sapiens sapiens, actor de las mayores gestas y de las más profundas miserias, tomando como excusa este aniversario oficioso, se me han ocurrido algunos comentarios.
Porque todas las instituciones sobreviven a los conflictos, tal vez con otro nombre, quizás con otros socios, pero no existe repuesto para cada vida rota con remedio.
Porque muy pocos controlan el sufrimiento de la mayoría, y la evolución de los conflictos es tan imprevisible como los cambios de los intereses de esas minorías.
Porque me niego a comprender que se celebre con euforia el envío de una generación entera al encuentro del dolor más inútil, evitable primero e ineludible después, en nombre de un ideal que, si tuviese mínima moralidad, jamás podría justificar métodos semejantes.
Porque los ilusos, los idealistas y los interesados interpretaron como la última de las contiendas la que sólo constituyó el aperitivo de todas las posteriores, diseminadas por los largos cien años del siglo XX.
Porque cualquier guerra transmuta la educación de siglos en siglos de odio.
Porque ninguna es corta para quien la padece.
Porque todas constituyen nuestra derrota como especie.
Porque muchos son, somos, hijos de un amor, pero todos somos descendientes de muchos conflictos, alguno ganado, perdidos los más.
Este pretende ser mi inútil y diminuto homenaje a todos los inútiles muertos de todas las guerras.
Y, porque la música, que en las bandas de los regimientos anima a matar o morir, y morir así es también una forma de matar, puede, en otras circunstancias y contextos, manifestar el espíritu mejor que nos une más allá de destinos puntuales y personales, comparto este enlace con los que os habéis acercado hasta aquí para dedicarme un ratito de vuestro tiempo.
GRACIAS.

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