miércoles, 11 de junio de 2014

Historia de una mesa





Como ya el título indica, esta es la historia de una mesa. También de algunos figurantes; pero identificarlos carece de importancia para los hechos que se pretenden relatar, por lo que les llamaremos Conjunto X cuando hablemos de todos, y X al mencionar a cualquiera de sus elementos individuales o agrupados.

Si de una persona se tratara, diríamos que nuestra protagonista conoció al Conjunto X cuando ya era anciana, pero como es un mueble, afirmaremos que ya era vieja cuando se cruzó en las vidas del resto de personajes de este cuento.

Era vieja y estaba vieja, con una vejez que se escapaba a través de la madera mutilada de sus esquinas, de sus patas y de las esquinas de sus patas; que se escapaba por las múltiples capas de colores desconchados que manifestaban su trayectoria de cambios y los cambios de sus sucesivos propietarios.

Había sido además considerada inservible, porque fue encontrada en la basura.

Pero en tiempos de casas de alquiler y muebles de reciclaje, algún X comprendió que aquel desecho tenía la altura justa y un tablero horizontal sobre cuatro patas. Sobre la marcha decidió que eran las únicas condiciones indispensables en una mesa proporcionándonos, a ella una nueva oportunidad de vivir, y a mí la oportunidad de inventarme esta historia.

Así su recorrido conocido empieza en un cubo de basura y continúa subiendo a un cuarto piso y aposentándose en un saloncito mini mini. Vestida con los mismos trajes, tiempo después bajó de nuevo las mismas escaleras, subió otras y terminó instalada, siempre de paso, en un cuarto de estar diferente, este un poqui…ito menos mini.

Fue en un penúltimo descenso, mientras otro definitivo viaje al contenedor terminaba, cuando en un arrebato de coquetería la mesa decidió mostrar a los X que su colorida vestimenta escondía brillantes tablas de madera ensambladas milimétricamente.

Volvió a subir escaleras y volvió a ocupar otro centro. Esta vez sí, de un salón salón.

De forma simultánea a todo este trajín, algunos de los componentes del Conjunto X desarrollaban intereses y aficiones, a veces complementarios, que acabarían por converger.

Y por divergir.

Comenzó la transformación.

De la mesa. Que acabó libre de las capas añadidas una a una. Que fue curada de las heridas y arañazos con los que el tiempo y los sucesivos propietarios habían pagado sus servicios. Que recuperó su madera esencial y quedó dispuesta para lucir cualquier traje posible.

Fue sólo un paso inicial.

La mesa vio tapadas de nuevo sus desnudeces, con un barniz transparente que insinuaba sus nobles vetas, con ornamentos copiados de algún viejo título de algún X. Con mimo. Con el resultado último de un lucimiento esplendoroso; tanto, que se encerró en una sábana para evitar el polvo.

De esta manera se protegía el día que le fue presentada en su nuevo estado a un X, quien impresionado por aquella belleza y llevado por su atrevimiento, solicitó el usufructo temporal de la joya, ofreciéndole así la oportunidad de salir del escondrijo y lucirse.

No hubo ni quórum ni decisión.

El reloj siguió su curso y  la mesa continuaba su existencia  estúpidamente protegida bajo la sábana. Al menos eso creían los X que en un encuentro como tantos se toparon con la ¡sorpresa!

En el centro de un salón, en el mismo lugar central que había ocupado en cada una de sus casas, brillante y agradecida tras las múltiples cirugías, lucía su nueva vida.

Había llegado para quedarse.

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