martes, 24 de noviembre de 2015

Pago riñón vital con polvo en cama ajena

Aviso: esta entrada contiene un puñado de palabras que dudo de que pasaran el filtro de la mojigatería de Facebook y Twitter. Por lo que me toca, espero que Google sea un poco más tolerante.

Una calle de Bruselas. Fotografía publicada en El País. 22 de noviembre de 2015

Mientras Bruselas continúa atrincherada, Guillermo se aburre, Jorge se pelea con los proyectos y yo convivo con mis miedos de madre, las noticias colaterales siguen llenando los espacios de prensa que dejan libre la actualidad inmediata y la publicidad; por eso ayer pude encontrar en el suplemento dominical la sección habitual de «Psicología».

Pop, añadiría yo.

El título, La necesidad de complacer, a una que conoce de primera mano las peleas habituales con la palabra «no», no podría por menos que llamarle la atención.

Empecé a leer.
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Llegué al siguiente párrafo:

«En otras ocasiones, el sacrificio hacia los demás no presenta ni un ápice de correspondencia. Entonces aparece la rabia, el enfado, la furia o, incluso, la pena y la depresión profunda. En una semana he escuchado dos historias estremecedoramente parecidas. En ambas, una mujer donaba a su marido un riñón para salvarle la vida. En la primera historia, una vez el marido estuvo recuperado totalmente, le fue infiel con otra mujer. En la segunda, el hombre, ya sano, la abandonó por otra. Un desgarro doble. Sin riñón y con el corazón roto. […] La conclusión es que si lo damos, no podemos esperar nada a cambio. En el momento de dar (un riñón o un bolígrafo) debemos interrogarnos profundamente sobre el motivo por el que lo hacemos. ¿Lo hacemos por el amor que sentimos o por el que esperamos?»

La síntesis y capacidad expresiva de dos refranes me permitieron resumir de manera automática la situación: encima de puta poner la cama, además de cornuda apaleada; en este último me pareció que un cambio en el orden de los adjetivos lo adaptaría mejor a las circunstancias.

Volví atrás, releí el párrafo, comprendí que lo había entendido a la primera y terminé el artículo, ya sin demasiado interés.

Después pensé que la pregunta tiene trampa
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Los bolígrafos se fabrican, son sustituibles y sólo necesitan un soporte para escribir; no eligen a quién sirven, son baratos y de general disponibilidad,  los regalamos y nos los regalan, los perdemos y los encontramos; los prestamos, nos los prestan y a veces nos olvidamos de devolverlos.

Sin embargo, que se sepa, aún no podemos fabricar riñones, vienen de serie con cada uno, normalmente por parejas, y son ellos los que seleccionan qué cuerpos, además del propietario natural, pueden continuar en este mundo gracias a su funcionamiento.

Donar un riñón es regalar una vida y su traslado implica riesgos importantes para el donante, así que cuando alguien decide comprometerse en semejante gesta, puede que no espere amor a cambio, pero sí al menos un poco de agradecimiento y mucho respeto.

Pensé más cosas, pero no quiero aburrir.

También elucubré.

Metí a los cuatro en el mismo paquete, e imaginé a dos tíos acojonados al vislumbrar a la Dama de la Guadaña y a dos mujeres descubriendo el principio del Calvario en lo que creían su final. Imaginé las visitas a los hospitales, los malos diagnósticos, las caras de circunstancias.

No, no, esto no tiene remedio… bueno, la única solución es un trasplante, pero ya se sabe… es complicado encontrar un donante compatible… ya ha quedado inscrito en la lista de espera…, verá, habría otra solución, un donante vivo… si lo encontrásemos sería estupendo… después de todo, con un riñón se puede vivir perfectamente… en estos casos, la familia… ehem… siempre es un recurso a valorar…, pero ya sabe… ¿tiene hijos mayores de edad?... su esposa…, podría ser, pero ella y usted son genéticamente distintos aunque… es verdad, a veces el azar juega a nuestra favor… siempre es mejor no perder la esperanza…

  A continuación, dos conciliábulos conyugales, las dudas, y posiblemente la decisión de las mujeres de que las vidas de sus maridos sí valían un riñón (el de ellas). Porque los cuerpos o sus componentes no se piden, se ofrecen.

Al menos así suele suceder entre la gente más o menos normal.

Pero cariño, ¿estás segura de que quieres hacer esto (por mí)? gracias, gracias, gracias, no lo olvidaré, ahora estoy seguro de que podré superar esto... Tenemos que ser fuertes.

Conclusión temporalmente feliz para todos. Ellos se curarían y recuperarían, junto con la consciencia más agobiante que nunca de la finitud del tiempo, el impulso irrefrenable de experimentar en camas ajenas. Hasta que... lo siento mucho pero no lo puedo evitar, después de todo es mi vida.

Sí, claro, pedazo de capullo cabrón. TU VIDA CON MI RIÑÓN, contestaría una. El silencio de la otra constataría el vacío de las palabras ante tanta vileza.

Por fin me dediqué a soñar una venganza sin culpables, un epílogo poético para esta historia en el que la interesante nueva vida sexual de ellos continuaría viento en popa hasta el momento indefinido en que, tras un periodo más corto que largo, en días diferentes, en hospitales diferentes, escucharan el mismo diagnóstico: RECHAZO.

martes, 17 de noviembre de 2015

Olvido y recuerdo

Desde el sábado, en tres días, he escuchado en la radio más música en francés que en toda mi vida anterior. Y hace muchos años que soy oyente habitual, aunque selectiva, de este medio de comunicación.

Desconozco por completo la lengua francesa, pero aunque no pueda entenderla me gustan sus sonidos y sus canciones, motivo por el que me produce tristeza que únicamente tras una masacre los recuerden aquellos que programan contenidos en nombre de nuestros gustos, de sus intereses, y de una globalización que sólo incluye el inglés.

Lamentable. Aunque nada signifique comparado con el horror de saber que 129 personas, con sus importantes pequeñas vidas a cuestas, salieron a trabajar o a disfrutar de una velada de viernes en lo que ellos creían fuese un viernes como tantos anteriores o posteriores, desconocedores de que el destino se les cruzaría en una sala de conciertos, en un restaurante, paseando la calle.

Para mí, 129 desconocidos, una noticia en los diarios, la suerte de que no nos tocó y la constatación del sinsentido. Para muchos, 129 personas conocidas y queridas con las que seguir compartiendo vidas, 129 esperanzas de reencuentro y al final, de madrugada, 129 cadáveres sumados uno a uno.

Por desgracia no son los únicos.

Hay muchos más que pasan de puntillas por los periódicos y por nuestras consciencias, sin número exacto con el que ser recordados.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Humilde homenaje

Sábado, mañana, día de colada y de apremios.

En el fuego la sartén, en la encimera los ingredientes, en la cabeza, una división inexacta entre las cosas pendientes y el número de horas antes de irse a dormir.

Se rompió la lavadora, quedó una sola urgencia.