martes, 30 de septiembre de 2014

Maniqueísmo

Ella se percibía inteligente y fea cada vez que respondían con silencios a sus argumentos y todas las madrugadas de vuelta a casa sola.
Tras tantos amores de una noche como abandonos en su currículum, él se sentía extremadamente guapo  y un pan sin sal.
Al coincidir los dos se reafirmaron en sus íntimas convicciones.  Él, cuando sin volverse supo que lo miraba, ella, al ver los ojos vacíos que le pedían perdón.
En la sección de ropa para bebés, despreciando la infinidad de modelos diseminados a su alrededor, el instinto de cada uno eligió un bodi con mensaje.
“Inteligente como papá”, rezaba el de él.

“Guapa como mamá”, decía el de ella.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Bruselas (Bruxelles, Brussel)


10 de septiembre de 2014. Miércoles
Hoy tocaba partir y decir adiós. Esta historia se terminaba.
Pero, antes, aún teníamos el tiempo y la perspectiva para un hola a Bruselas, en castellano; a Bruxelles, en francés, a Brussel, en neerlandés. Un único lugar y un solo concepto para tres nombres diferentes. En realidad para muchos más.
Una ciudad más ecléctica y nerviosa que Brujas, Gante o Amberes.
La hora de partida condicionaba sin remedio nuestros movimientos que nos han conducido, tras atravesar por primera vez la espectacular Grand Place, hasta los sesenta y uno centímetros de bronce del Manneken Pis, impasible en su actividad habitual; después, hacia la catedral gótica de san Miguel y santa Gúdula, que por sus dos torres cuadradas laterales puede recordar a Notre Dame de París, por sus bellas cristaleras a la catedral de León, y por la disposición simétrica de los apóstoles en sus columnas interiores, a san Juan de Letrán en Roma.
Por cierto, que a pesar de su diminuto tamaño, el Manneken Pis es la fontana más grande que hemos descubierto en estas tierras, y sin embargo hemos visto conjuntos de caños surgiendo del suelo, cual manantiales, en Bruselas y en Brujas. Parece que por estas tierras no se estilan las fuentes monumentales.
El resto del día hemos paseado sin rumbo, buscando murales callejeros y encontrando alguno que otro, hemos subido hasta el parque y paseado  por los alrededores del Palacio Real y el Parlamento, y hemos vuelto a la estación de tren, que aunque muy bien situada es horrible.
Hemos pasado de las instituciones europeas, porque nos pillaban lejos y porque ni Guillermo ni yo teníamos interés en ir a buscarlas.
De vuelta en mi tierra firme he recordado que en nuestra infancia, cuando nos veía despeinadas que era casi siempre, mi madre solía decirnos “ven aquí que te peino que pareces una belga”.
Al hilo de este recuerdo me he preguntado qué relación podían tener nuestros malos pelos con los habitantes de unas ciudades tan tranquilas y urbanas.
Una ciudades que me han dejado, como compendio de los cinco días que se me han ido por sus lugares, la curiosidad de las patatas fritas que de forma sistemática nos colocaban en la mesa, en cada comida y en todos los restaurantes; el gusto de las cervezas que he probado y el del chocolate que he comido; la admiración por el estío de campos verdes, descubiertos a vista de tren y campanario; la envidia por la ubicuidad del agua;  el descubrimiento de su tradición arquitectónica de formas distintas.
Y la sorpresa de que los profesores de inglés me han engañado. Ellos me hicieron creer que nuestro “sí” se correspondía con el “yes” de esa lengua, pero aquí siempre he oído “yeah” cuando afirmaban.

Y cada vez me acordaba de Julio Iglesias.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Gante (Gent)

9 de septiembre de 2014. Martes
Cuando era pequeña, en uno de aquellos libros de historia de la EGB, aprendí que “el emperador Carlos I de España y V de Alemania nació en Gante, en 1500”. En aquellos tiempos el mundo terminaba en Aranda, y por mi cabecita de niña modosa no pasaba la idea de que algún día mis pasos pudieran seguir los de un señor tan importante, que se estudiaba en los libros. Así que el nombre de esta ciudad forma parte de mi memoria histórica; muchos otros llegarían después.
Esa ha sido mi primera idea al llegar aquí, donde nos ha recibido un mastodonte municipal, un edificio formado por un tejado moderno de formas tradicionales apoyado sobre cuatro pilares.
Debajo, una banqueta y un piano de cola esperaban a cualquier transeúnte que quisiera, o supiera, sacar de sus cuerdas la música que almacena.
Hoy teníamos decidido de antemano hacia dónde nos dirigiríamos. En la catedral de san Babón se encuentra la obra de arte más importante de esta ciudad, La adoración del cordero místico, también conocido como El políptico de Gante, mano a mano realizado por los dos hermanos Van Eyck, sin que los especialistas hayan podido determinar qué partes de toda la composición pertenecen a Huber y cuáles son méritos de Jan, porque en la firma consta sólo el apellido.
Como toda creación con muchos años, han sido cuantiosos y variados los avatares que la pintura ha sufrido; aún hoy continúa desaparecida una de sus doce tablas originales, sustituida por una copia, lo que permite a los profanos contemplar la totalidad de su grandeza. Es posible que los especialistas en arte difieran de esta última opinión.
En su última aventura conocida, La adoración compartió suerte con La madonna de Brujas; ambas fueron saqueadas durante la Segunda Guerra Mundial, y las dos fueron encontradas en una mina de sal, siendo su recuperación el argumento, muchos años después, de Monument men.
De eso hablaba la pareja argentina con la que coincidimos en nuestra visita a la escultura de Miguel Ángel, de la trivialidad de su resultado partiendo de una historia real tan interesante. Mientras les escuchaba, emitía para mis adentros mi conformidad con su juicio, pero (me decía yo) en la película aparecen un chico guapo y Matt Damon.
Cuando planeamos este viaje Guillermo no quería incluir Gante en nuestro itinerario, creyendo (con razón) que yo pretendía seguir los pasos que el cine me había sugerido. Tras contemplar maravillado La adoración del cordero místico, me parece que ha cambiado de opinión.
Por supuesto, en estas tierras de campanarios sonoros, también aquí había uno. Y también hemos subido, aunque aprovechando la excusa de mi tobillo hemos hecho trampas y, por primera vez en nuestras múltiples elevaciones a las alturas, hemos utilizado el ascensor. Por el camino nos hemos encontrado con otro tambor de otro carillón y con una enorme campana, sustituta de otra de nombre Triomphante y a su vez sucesora de la famosa Roland, símbolo de la ciudad, que Carlos V mandó destruir tras su reconquista. 
En la Oficina de Turismo nos han propuesto un recorrido por los lugares y rincones emblemáticos.
Hemos aceptado la sugerencia, y hemos comenzando por el céntrico castillo-fortaleza, residuo del poderío histórico de los condes, sede en su momento del Consejo de Flandes y actual museo. Desde sus atalayas hemos contemplado la ciudad extendiéndose en el horizonte, y en el interior austeras y nobles salas de piedra desnuda, un altar, una antigua cárcel, un pozo de los condenados, una grimosa muestra de elementos y prácticas de tortura y una exposición de armas antiguas, algunas tan trabajadas y objetivamente bellas que sin duda formaban parte del traje de domingo que los señores llevaban a las guerras.
Después de reponer fuerzas en una preciosa plaza, sede oficial de ejecuciones públicas en el pasado, hemos continuado con el itinerario previsto, descubriendo recoletos rincones de aguas, piedras y árboles, calles adoquinadas en las que mi tobillo protestaba, cafés colmados de turistas tomando cerveza, y piedras centenarias que recuerdan pasados esplendores.
Todavía nos esperaba una última sorpresa antes de abandonar la ciudad.
Nuestro tren partía de la última vía, situada a una altura considerable del pavimento, y por tanto con una vasta vista sobre los alrededores. Entreteniendo la espera, desde allí hemos avistado un enorme aparcamiento disuasorio. Pero no eran coches los que allí esperaban a sus dueños.
Eran bicicletas.

Miles de bicicletas.

Más Brujas (Brugge) y más historias

8 de septiembre de 2014. Lunes
Hemos encontrado a La Madonna.
En la primera puerta a la derecha, antes de entrar a la nave central de la iglesia, en una capilla lateral, entre dos imágenes sin identificar, colocada tras un cristal y protegida por una valla que evita el paso de los visitantes, y a los visitantes la contemplación del gesto de la virgen, por fin hemos podido mirarla en compañía de una pareja argentina.
Admirar el perfil aéreo y los tejados de la ciudad nos ha costado el esfuerzo de subir trescientos sesenta y seis escalones, uno por cada día de un año bisiesto. Por fortuna, en el trayecto se ubicaban una sala con puertas de nueve llaves donde en tiempo se guardaron los documentos de la ciudad, el tambor del carillón, y las campanas; su distribución en alturas diferentes nos procuraba descansillos intermedios que hemos agradecido.
El aforo máximo en el interior de la torre es de setenta personas, número controlado escrupulosamente por la técnica. En el tramo final, cuando el recorrido se angosta, la escalera de caracol, de madera y sin contrahuella, hace el trayecto más oportuno para la gente con una cierta tendencia claustrofóbica.
A la salida me he comprado un bolso de gatos que Guillermo dice que es un bolso de loca.
Un paseo posterior por sus canales nos ha permitido obtener una perspectiva diferente de Brujas. En una barca llena de pasajeros con cámara o móvil en ristre, paparazzi en busca de paisajes y caminos trillados y obvios, el capitán de la nave nos informaba de los lugares interesantes que habíamos dejado en tierra. En inglés, en francés y en neerlandés.
A ratos yo conseguía entender lo que decía en la lengua de Shakespeare, pero justo cuando empezaba a emocionarme, cambiaba de idioma. Y servidora volvía a perderse.
Estos lares, tan llanos que desde las torres se divisa la línea del horizonte cual si de un mar verde tratara, como un arco perfecto de circunferencia, han hecho posible que en el interior de las ciudades los vehículos de dos ruedas y los peatones sean dueños absolutos de las calles, el tráfico rodado se reduzca al mínimo imprescindible y los conductores cedan el paso. Siempre.
Aunque tengan la preferencia. En toda la zona interior del canal mayor que la rodea, Brujas no tiene semáforos.
Por eso, tras la comida en una recoleta y tranquila plaza, acompañada de una tranquila y fructífera conversación, hemos alquilado dos bicicletas, en una tienda en la que únicamente nos han solicitado el nombre; ni documentación ni fianza. Vamos, que han confiado que las devolveríamos.
Una vez motorizados nos esperaban los molinos, que no estamos en Holanda, pero estamos cerca. Y, antes de llegar al primero, al arrancar, me he esmoñado, lo que traducido del lenguaje de mi familia significa que me he caído.
¿El resultado? Un enorme moratón, varios arañazos sin importancia en la pierna, y una contusión en el tobillo que por fortuna me ha permitido continuar,
Del resto del trayecto sólo cabe destacar un diálogo sin acuerdo con Guillermo; él mantenía que la bicicleta es un vehículo del que no puede uno bajarse mientras circula, y yo le contradecía afirmando que existen las señales de stop.
A las nueve de la noche, en la lonja que forma unidad con el campanario, con las estrellas por sombrero y ubicados en sillas colocadas para la ocasión, esperábamos en comienzo de un concierto de carillón.
En estos eventos, al aire libre, gratis, y sin mucha demanda, individuos que se los encuentran por casualidad y se acercan por curiosidad, se mezclan con otros, expectantes y conocedores, que acuden expresamente y tienen el privilegio de disfrutar a la vez del espectáculo y del ir y venir de los demás.
Sin duda ha sido extraña la sensación de escuchar las obras sin ver al ejecutante, situado a más de cien metros del suelo,  escondido en el interior del campanario, al lado de su teclado, mientras los espectadores mirábamos al cielo o a las paredes circundantes, o contemplábamos la torre o el arco gótico que teníamos enfrente.
He degustado la mitad del concierto en compañía. Después, Guillermo ha decidido que aquella era una música patética
Mientras me preguntaba qué milagro, o qué física, permiten que elementos tan compactos como las campanas puedan producir un sonido tan nítido y delicado, ha sido emocionante escuchar a la gente musitando la melodía, en un suave murmullo sincrónico con el carillón, para finalizar.

Mañana, Gante.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Amberes (Antwerpen)



7 de septiembre de 2014. Domingo
 Tras once horas de sueño reparador, a las ocho y media nos dirigíamos hacia el tren, por una Brujas desierta, tan diferente a la de ayer, que no hemos resistido la tentación de hacernos unas fotografías por el camino.
La primera sorpresa nos esperaba antes de llegar a Amberes, con la perspectiva, según nos acercábamos, de su estación. Grandiosa, antigua, fabricado en piedra el vestíbulo y en hierro y cristales sus andenes protectores de inclemencias, lo que supongo agradecerán especialmente los viajeros que lleguen o partan en invierno o con mal tiempo.
No ha sido nuestro caso, el mal tiempo, porque la temperatura es agradable aunque variable; y con variable quiero decir que depende de nuestra posición respecto al astro rey. En las zonas de sol, basta con una manga corta, en las de sombra, hay que colocarse el jersey, con lo que nos pasamos el día con el quita y pon.
De camino a la Oficina de Turismo hemos pasado por la calle más comercial, es decir, aquella en la que están las mismas tiendas de todas las ciudades turísticas: H&M, Swarowski, Nike, Christian Dior, Burger King, Fnac, todas las que ahora no puedo recordar y alguna made in Bélgica.
Rubens nació en esta ciudad, aquí está su casa-museo y hacia ella nos hemos dirigido, para descubrir que está formada por un edificio tradicional de ladrillo unido a otro, de diseño italiano realizado por el propio pintor, donde estableció su taller. En el exterior, tres arcos de estilo romano clásico inspirados en un diseño de Miguel Ángel, comunican patio y jardín.
En el interior, objetos de la época, unos que pertenecieron a Rubens y otros que se supone que le pertenecieron, poquitos cuadros suyos, algunos de artistas protegidos por él o de sus amigos, cerámicas de la zona,  y una explicación sincera de cómo se llevó a cabo la restauración del edificio durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y los motivos por los que hoy sabemos que el museo actual no se corresponde con la realidad de la casa en la época en que el pintor la habitó.
Como curiosidad, una estatua de Adán y Eva que, tras ser robada, fue encontrada y sacada sana, salva y entera por la policía del fondo del río, y no hablamos de un río cualquiera.
Yo creo que las ciudades cuentan múltiples historias de sus ríos, pero también que sus ríos esconden secretos de las ciudades que bañan, así que siempre los visito cuando me los encuentro de camino.
Eso hemos hecho hoy con el Escalda (Schelde en su idioma original). Hemos ido a rendirle honores, y de paso a descubrir el cauce más ancho que yo recuerde, con barcos de enorme calado anclados en sus orillas, con aguas tranquilas y curvas serenas.
Así que sí, que Adán y Eva, con su tamaño de unos veinte centímetros y su delicadeza de alabastro fuesen rescatados intactos de tal inmensidad, puede considerarse un milagro análogo al de su creación en el Paraíso Terrenal.
El resto del día se nos ha ido en comer, tomar un café, pasear por la amplia zona peatonal, encontrar cerrada la iglesia de san Carlos Borromeo (diseñada originalmente por Rubens), e intentar entrar en la catedral donde cuatro vigilantes nos han impedido el paso, primero porque se acercaba la hora de la misa y después porque la misa ya había empezado.
Por supuesto, hablamos de Amberes, y en el trayecto de vuelta nos hemos embelesado con los diamantes, con los diseños de joyas con diamantes, con los engarces de los diamantes y con el brillo de los diamantes. El precio no figuraba.
Libres de impuestos para los turistas, y con un cincuenta por ciento de descuento (al menos eso ponía en el escaparate), hubiese yo elegido muchas de las preciosidades que mis ojos han contemplado para mi colección privada, pero en aquel momento no tenía a mano ni la Visa, ni la chequera ni el número de teléfono de mi banquero.
El viaje de vuelta nos ha regalado una lluvia de globos aerostáticos suspendidos en el cielo.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Brujas (Brugge)


A las cuatro de la mañana, sonaba mi amigo. Tras el desayuno y demás menesteres propios del despertar impropio a esas horas (al menos para la que suscribe), a las cinco y media, en el aeropuerto. A las seis menos diez, en la puerta de embarque. A las siete menos cuarto, ocupando nuestros asientos. A las siete y veinte, despegaba el avión con Guillermo y conmigo entre los pasajeros.
Seguimos.
A las nueve la aeronave aterrizaba en el aeropuerto de Charleroi, después de un vuelo tranquilísimo si exceptuamos el bote en la toma de tierra. A las diez menos cuarto subíamos al tren que nos trasladaría hasta Bruselas y tras la espera pertinente, al que nos ha conducido a nuestro destino definitivo en Brujas. Minuto arriba, minuto abajo a las doce entrábamos en el hotel, situado en el centro de la ciudad tal como esperábamos y que hemos encontrado con facilidad.
Total, una hora y cuarenta minutos de transporte aéreo convertidas en ocho horas efectivas de traslado. Menos mal que viajamos convencidos de que el viaje es el camino.
Con el mapa en las manos de Guilermo, en un primer contacto con la ciudad nos hemos dirigido a la vecina plaza Grote Markt, flanqueada por el ayuntamiento al Este, por la catedral al Sur, por casas multicolores típicas en todo su perímetro… y por la Fnac, que nos ha sacado de un apuro porque allí hemos encontrado una tarjeta para la cámara de Guillermo, que había olvidado la suya en casa.
Hemos ido luego en busca de la Madonna de Brujas, escultura de mármol y una de las  pocas obras de Miguel Ángel fuera de Italia. Pues bien, hemos encontrado la Basílica de Nuestra Señora, pero no hemos visto a la virgen porque desconocíamos el lugar exacto en el que se ubica.
No importa, volveremos. Después nos hemos dedicado a callejear, y hemos aprendido que a partir de ahora pediremos tamaños pequeños de comidas y bebidas, porque nos han venido grandes el tamaño grande de las patatas y el mediano de las cervezas.
Desde el hotel hemos oído música procedente de la calle; asomados al balcón hemos descubierto su origen y hemos decidido seguir a los intérpretes. Ellos nos han conducido hasta la plaza, y han premiado nuestra curiosidad con un concierto de música moderna adaptada para banda.
Con el idioma no hemos tenido problemas porque todo el mundo habla inglés, pero estamos en la zona flamenca, su idioma es parecido al holandés (eso al menos he leído) y no tienen buenas relaciones con el francés.
En cuanto a su lengua autóctona, imposible. Fundamental el mapa, buscar las calles letra a letra y conocer la equivalencia del nombre en español y en flamenco de las ciudades, porque el instinto y la intuición no sirven de nada.
La gente llama a Brujas la Venecia del Norte. Las dos tienen turistas y las dos tienen canales. Bajo mi punto de vista, ahí acaban los parecidos.
Porque Venecia tiene más turistas y muchos más canales que Brujas. Venecia es una ciudad de piedra y Brujas es una ciudad de ladrillos, Venecia es renacentista, barroca y cuadrada, mientras que las fachadas y tejados triangulares de Brujas recuerdan formas góticas. En Brujas se pasea y en Venecia se sube y se baja. Brujas está inundada de bicicletas, un medio de transporte impensable por imposible en Venecia. Brujas es cómoda, Venecia es incómoda. Los canales de Venecia son su medio de transporte mientras que por los canales de Brujas sólo circulan los turistas en barcos de grupo.
Así que, como no consigo encontrar el parecido entre ambas, sólo se me ocurren dos explicaciones para el nombre, uno el afán de hacer literatura, y el otro, la necesidad humana de comparación entre dos ciudades bellas cada una a su modo pero completamente distintas e incluso, diría, opuestas.
Tras este largo y trabajado (aunque el trabajo haya sido apetecible) día, son las ocho y media de la tarde y todavía luce el sol (esto es un decir, porque hay niebla), pero estamos matados y la cama nos llama insistentemente, así que hoy creo que dormiremos unas cuantas horas más de lo que aconsejan las estadísticas.

Tenemos que recuperar.