jueves, 5 de septiembre de 2013

Decimo giorno. Volver



Lunes, 2 de septiembre

Milán supuso mi primer contacto con Italia, con el italiano y con los italianos; por eso siempre he deseado volver y, ahora que se ha presentado la ocasión, sentía curiosidad ante la perspectiva de retornar a los lugares de entonces.

Y he descubierto que, o veintiséis años son demasiados o tengo memoria de pez.

Me he encontrado una ciudad señorial en las construcciones por toda la zona del centro y fea a poco que se camine hacia el extrarradio; con muchos ejecutivos, todos con traje y maletín, bastantes con traje y en bicicleta, y alguno que otro con traje, mochila y bicicleta.

Una urbe cara (sobre todo para comer), con muchísimos visitantes y hecha a la medida del turismo de lujo; cómoda para moverse, autobuses, tranvías y metro -1,50 el billete sencillo-  forman su sistema de transporte urbano; y con poco tráfico en la zona por la que pululamos los guiris.

Había olvidado por completo la grandiosidad de la estación Central, que a primera vista me ha llevado a pensar en Mussolini, porque sólo los regímenes dictatoriales necesitan dejar constancia pública de su poder en los edificios civiles.

Investigando he descubierto que, en efecto, fue inaugurada en 1931, bajo el gobierno fascista. No obstante, impresiona y los andenes tienen el aspecto de las viejas estaciones de trenes que tanto me gustan.

La fachada del Duomo luce espléndida tras la restauración y la limpieza de la piedra (aún continua en algunas partes), el interior sigue siendo tan elegante y etéreo como siempre (más porque no tiene capillas laterales ni bancos en la nave central) y la iluminación nocturna, que la empalidece, resalta de forma fantástica su blancura y sus detalles.

Curiosa me ha resultado la presencia de los militares controlando la entrada y revisando las mochilas. Desconozco si es porque tienen poco trabajo o porque Siria está más cerca de lo que creíamos. En todo caso Dios y las armas no deberían estar en buenas relaciones, bajo mi punto de vista.

El castillo de los Sforza y su parque está como lo recordaba, incluso en el ambiente serale y a la caída de la tarde. También estaba en su sitio, pero cerrada cuando  hemos ido, la Scala.

Via Carducci. En esta calle vivía yo en mi primera estancia. Pero no recuerdo el número, sólo que había un estanco justo al lado, saliendo del portal a la izquierda.

Con estas referencia nos hemos encaminado hacia allá, intentando encontrar la casa pero sin conseguirlo, aunque no me importa demasiado, porque en los tres días que aún estaremos en Milán espero tener un momento para volver a intentarlo.

Hartos de pizzas y de pasta, una hamburguesa en McDonald, enfrente del Duomo, nos ha llevado a descubrir capuccini grandes a  1,50 y cruasanes a un  euro. Un chollo.

Ya sabemos dónde tomaremos los cafés en los próximos días.

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