martes, 19 de enero de 2016

Berlín, por fin


El viaje era una asignatura pendiente desde el verano de Italia y  una casilla por rellenar en el cuadro de proyectos.

Mientras iban quedando atrás por unos días los agobios habituales, el avión se elevaba y amanecía sobre Madrid dibujando en el horizonte circunferencias concéntricas de la Tierra, el cielo ya iluminado por los rayos nacientes y otra zona todavía sumida en la noche.

Después ha terminado de amanecer y yo me he dormido.

Un viaje absolutamente tranquilo nos ha depositado, a las diez y media, con sol y diez grados bajo cero, en una ciudad blanca. Sí, María, he tenido suerte. He visto Berlín nevado, como en las películas.

Tras deshacernos temporalmente de las maletas a cambio de euros nos hemos dedicado a callejear. Jorge ya había estado aquí;  en su momento me abandonó por sus amigos y ahora, a cambio, me aprovecho de sus conocimientos, dado el control que ha demostrado tener de los lugares por los hoy hemos circulado. También lo utilizo de intérprete porque el alemán (el idioma) es una cosa imposible y de mi inglés no me fío.

Nuestro paseo sin rumbo ha incluido en este orden la travesía del Tiergarten, restos varios del Muro, más restos de otro muro que en otra época formó parte del refugio antiaéreo, el Ministerio de Economía actual, sede de la Lufwafe y ministerio de Goring durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los pocos que se salvaron de los bombarderos, el Checkpoint Charlie y el exterior del Museo de los Horrores.

Después de comer, el Reichtag. Con cita previa, como el médico.

He de decir que a la entrada me he sentido un poco oveja, porque éramos un grupo muy numeroso y por cómo nos conducían de un sitio a otro con señas y palabras cortas y elementales. Esto no es una crítica a los organizadores, sino un intento de explicación, porque una puede entender que en semejante babel los gestos constituyen la única posibilidad.

La cúpula de sir Norman Foster espectacular en mi opinión, ecológica según la audioguía,   maravillosa por el contraste y la interacción entre los cristales (hoy, además, con nieve), los espejos, la altura, el larguísimo embudo vertical que recoge el H2O caído por el óculo superior abierto y la aún más larguísima rampa horizontal (o casi horizontal, que por algo es una rampa). La perspectiva incluye además, hacia abajo, el salón de plenos del Bundestag con las ultramodernas sillas azules de sus señorías alemanes incluídos y hacia el lateral, un ángulo de 360 grados sobre la ciudad.

A todos estos efectos hoy se ha añadido la espectacularidad de la puesta de sol.

En la base de la cúpula puede visitarse una exposición permanente de fotografías sobre el propio edificio, su historia y sus historias. Una me ha llamado la atención. Fue tomada en el momento de la caída del Muro, cuando la gente se volvió y loca y comenzó a romperlo con cualquier cosa que tuviera a mano y le sirviera para la ocasión. Un chico con cara de asombro y alegría atraviesa el agujero en la dirección prohibida durante tanto tiempo.

En la película El puente de los espías otro chico más o menos de la misma edad, con cara de angustia, intenta traspasar el Muro antes de que cierren el único sitio que aún se lo permite. Los dos son jóvenes, los dos quieren salir, los dos buscan horizontes. Ambos van en bicicleta.

 Aquí anochece sobre las cinco.

Mañana iremos a la Puerta de Bradenburgo para hacer un free tours y después aguantaremos en la calle mientras soportemos las gélidas temperaturas. Jorge dice (con razón) que no me queje porque fui yo la que se empeñó en venir en esta época precisamente… ¡porque quería sentir el frío de verdad!

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