martes, 4 de febrero de 2014

Desayuno de placer



Gracias, señor ministro.
Me consta que esta es una fórmula laudatoria, pero un tanto radical de comenzar cuando pretendo dirigirme a su persona. No se preocupe, que todo quedará perfectamente explicado a lo largo de este documento (al menos esa es mi intención).
Pero debo empezar diciéndole que, de no haber sido por su gallardía (segunda acepción del Diccionario de la RAE, por si tuviese a bien comprobarlo) el último hubiese sido, para mi persona, un fin de semana normal y corriente de sábado y domingo.
El viernes hubiese ido al teatro. Y eso que para estos menesteres prefiero los sábados por dos motivos fundamentales: uno es que me gustan los viernes de café. El otro… bueno, el otro mejor lo dejo para mis adentros.
En la cola me hubiese reencontrado con la gente después del parón que para ciertas cosas suponen las Navidades y, tras los besos preceptivos, le hubiese dicho a María:
-       Tenemos que hablar de Kevin.
Ella se hubiera reído y me habría contestado
-       Hablaremos, hablaremos…
En el teatro, hubiera visto Atlas de geografía humana, basada en una novela de Almudena Grades que, por cierto, estaba presente en el evento, en una sala de provincias, hecho que no le comento por nada especial, simplemente para que lo sepa, por si acaso le interesa, ya sabe, como a veces ustedes necesitan que les votemos y esas cosas, y ponerle cara a las personas públicas fuera de la televisión nunca viene mal, pues si quieren mantener el contacto con los ciudadanos, se me ocurre que podría ser una manera como otra cualquiera.
En fin, que me estoy enrollando. Continúo.
De la obra, con planteamientos exclusivamente femeninos, me hubiese agradado el tema; o, por mejor decir, me hubieran parecido interesantes casi todos los asuntos de los que trataba, pero no me hubiese gustado el resultado.
La pérdida del idealismo y la política actual o su ausencia, el paso del tiempo, la cadena permanente de los hijos, el realismo enfrentado a las esperanzas, el amor romántico que se esfuma y los sueños de amor romántico, la satisfacción del sexo y el sexo como recurso inmediato o vía de escape, la marca indeleble de las opiniones maternas no siempre oportunas, la imprescindible necesidad de asunción del propio cuerpo para poder continuar con la vida. Todos estos temas habrían sido picoteados por  diálogos que no nos hubieran conducido, ni a mí ni al texto, hacia ningún lugar.
Sin embargo, el título sí que me hubiera parecido apropiado, mire usted. Porque un atlas es un libro que sólo muestra las características superficiales de lo que contiene. Y, entre usted y yo y para entendernos, convendrá en que no es más que una simple acumulación de datos sin explicar.
Una vez finalizada la obra, el fin de semana hubiera seguido con sus hechos habituales hasta el domingo por la noche.
Pero, gracias a su generosidad, señor ministro, esta vez la historia terminó de forma diferente. No se preocupe, que después del rollo que le he soltado, creo que se merece que me explique. A ello voy.
Como sabe, sus señorías tuvieron a bien restituirnos a finales de 2013 -vía decreto ley-, uno de los días de libre disposición que nos habían sustraído para dicho año a finales de 2012 –vía (otro) decreto ley-.
Debo decirle que tuve mis más y mis menos con este regalo, y que al principio, hasta cierto punto, me sentó mal. No por el hecho en sí, sino por la forma en que lo hicieron público, hablando del día más que tendríamos libre, pero olvidándose de comunicar, a la vez, los que habíamos tenido de menos.
Ante la duda, lo dejé en standby.
Pero ocurre, señor ministro, que el ser humano es débil. Yo al menos lo soy. Y el viernes por la mañana puse en un platillo de la balanza la posibilidad de regalarle el día que usted me había regalado, y en el otro las ganas de perder de vista el trabajo siquiera fuese por unas pocas horas más.
Ante tal alternativa, me costó poco mandar al cuerno a la coherencia, a la rebeldía y a la conciencia en el mismo paquete, y decidir que hoy dormiría un rato más.
Aunque al final le confieso que tampoco ha sido exactamente así, porque he quedado para desayunar con mi amiga y, verá, desayunar con mis amigas es una cosa que me encanta por diversos motivos: nunca tenemos prisa, son ocasiones excepcionales porque habitualmente tenemos incompatibilidad de horarios (de agenda, dirá usted), comentamos algunas noticias del mundo e intentamos explicarnos a nosotras mismas.
Hoy, también hemos hablado de Kevin.
De vuelta a casa pensaba que el regalo ya había valido la pena. Y también pensaba en usted y en Benedetti. Él escribió el poema Detrás está la gente, y yo por el camino pensaba que la gente también está delante.
Y me preguntaba si ustedes lo saben. Si los políticos, los poderosos, los que entienden de la cosa pública son conscientes de, hasta qué punto, las decisiones que toman por poderosas razones de poder, condicionan las vidas de gentes para las que constituye un placer genuino desayunar bien acompañado en el bar de la esquina un lunes laborable.
Por eso al final he terminado agradeciéndole el regalo de las migajas.
En cuanto a Kevin, hablaré de él en otro momento.

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