martes, 25 de febrero de 2014

Sequía



Es evidente que en los últimos tiempos tengo este blog un tanto abandonado. Se podría afirmar que estoy en el dique seco; o mejor, haciendo un guiño al título, que me encuentro bajo los efectos de una cierta (o segura) sequía goleadora.
Los motivos son diversos.
Escribir me lleva mucho tiempo y el tiempo disponible es poco, y las circunstancias, en general, desfavorables. Cansancio, ruido, elementos diversos disruptivos, falta de concentración o de ánimos, pocas ganas de concretar el pensamiento. Detalles que suman.
La dispersión. Esta es una causa importante, porque dedico muchas noches, viajes en transporte público, tardes de los sábados y otros ratos perdidos a leer libros y artículos que me conducen a otros libros, artículos y reportajes, en una sucesión sin fin que termina directamente en el estrés.
Por supuesto los domingos el periódico sigue siendo sagrado.
La lectura constituye la cara inversa de la escritura. La fuente principal de las ideas y la inspiración, a la que habría que añadir la experiencia diaria de los ratos en los que camino con los ojos abiertos, las conclusiones de mis soliloquios en la cocina, y los intercambios de opinión en conversaciones interesantes y variadas.
En esa dispersión positiva de la que hablaba y entre los elementos que pueden ampliar mis horizontes, tendré que añadir las visitas al cine de los miércoles, a las que nos hemos aficionado desde que podemos satisfacer esta afición por 3,90 euros, el curso de escritura y diversos eventos culturales previamente programados.
Y, frente a todos estos intereses, el reloj continúa con su propia sucesión de segundos, minutos y días, que van sumándose en semanas y meses.
Existen además otros motivos, más subjetivos, que añadir a las causas de la sequía; meditaciones sobre mi forma de escribir, sobre mis motivos y mis temas, sobre la pertinencia de lo comentado, sobre las ideas que expreso y sobre la coherencia de lo que manifiesto ante la manifiesta ausencia de claridad en mi pensamiento. En resumen: como consecuencia de las preguntas han aparecido las dudas. Como siempre.
Sin ser determinante ninguno de ellos, dos hechos han incidido en mis vacilaciones. El primero es que, vía correo electrónico, una mañana me comunicaron que no había ganado un premio de relatos. El segundo, la lectura de Marie Curie y su tiempo, de J. Manuel Sánchez Ron.
En un capítulo del libro, el autor comenta la reunión celebrada en Madrid, durante el mes de mayo de 1933, en la Residencia de Estudiantes, bajo el título “El porvenir de la cultura”. A la misma asistieron científicos e intelectuales de distintas ramas del saber, embajadores, escritores y poetas; todas mentes brillantes que dedicaron siete sesiones al análisis de temas tan diferentes como la cultura, la paz, la educación y la influencia en la sociedad de los nuevos descubrimientos de la física y la química. Todos hombres, por supuesto. Menos Marie.
Sánchez Ron finaliza el capítulo citado con un texto de Unamuno transmitido por la radio con motivo del encuentro, que no me resisto a transcribir:
“La reunión del Comité de Letras y Artes de la Sociedad de las Naciones que se está celebrando en Madrid no puede llegar a conclusiones prácticas, sino a algo mejor, a que nos conozcamos mejor los unos a los otros. Y a que preparemos algo más hondo que la paz, y es un reposo que la humanidad necesita para poder acomodar el consumo intelectual y espiritual a la producción. Porque la humanidad civilizada sufre de una gran fatiga y de los trastornos psicopáticos que a ésta se siguen.
Estas conversaciones son una especie de descanso en el trabajo mismo, y el esfuerzo por unificar en lo posible nuestros puntos de vista nos lleva a unificarnos a nosotros mismos.
España, la España de siempre, no puede sino aprovecharse de esta obra de universalización que es más que internacionalización.”
Cuando terminé la lectura de esta cita, volví, una y otra vez, a la frase que he puesto en negrita, mientras pensaba en la imposibilidad de decir algo que valiera la pena después de haberla conocido. Tras haber descubierto que se podía decir tanto con tan pocas palabras.
Ahora, pasado un tiempo y reposadas las ideas me queda el convencimiento de que mi escritura es demasiado rígida. Me cuesta un mundo obviarme e imaginar; y, no importa lo que diga, la sensación personal es que siempre digo de mí. El deseo de exactitud en el contenido me limita las formas de expresión y me conduce a la creación de textos monocordes.
Pequeños o grandes inconvenientes que quedan compensado por el enorme e íntimo placer que siento cuando, tras mucho tiempo ejercitando la neurona de pensar, tras múltiples revisiones y cambios, grandes al principio y nimios al final, doy una entrada por terminada y la publico.

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