domingo, 12 de enero de 2014

Recuento



Retomando costumbres y hábitos abandonados desde el año anterior, voy con mi primera comunicación unidireccional en este medio de expresión que, aprovechando las nuevas tecnologías, me saqué de la manga hace ya (aproximadamente)  un bienio.
Por fin terminaron las Navidades. Otro periodo de supervivencia superado.
Por encima de crisis de todo tipo, objetivas o subjetivas, reales o imaginarias, endógenas o exógenas, profundas o superficiales, efímeras, duraderas o permanentes, mi texto de hoy es un intento de rescatar las cosas que valieron la pena más allá de estados de ánimo para olvidar, intentando obviar el hecho de que toda posibilidad de recuento es una mentira.
Por dos motivos fundamentales: porque la memoria sólo registró los detalles que le parecieron importantes en su momento, y porque recordar siempre es reinterpretar lo sucedido a través del tamiz de la totalidad de experiencias.
Empezaré por la lectura. Lamento tener que reconocerme que, aparte de los escritores obligados (por devoción) en el periódico de los domingos y algún artículo de mi interés, avancé muy poquito entre las páginas de L'airone.
Del resto, según mi percepción (variable) en el momento preciso en que esto escribo, siguiendo mi interpretación actual de los hechos (que puede cambiar), e intentando transcribir lo que en algún lugar de mi cerebro se encuentra grabado (antes de que se borre), de los quince días en los que el mundo se envuelve en una hipócrita capa de colores pastel, en mi realidad cotidiana aparecen, en orden cronológico y por motivos varios, un aperitivo, una cena, un concierto, una serie de televisión, un documental y una película.
El aperitivo. Por lo inesperado y por la compañía, por la conversación y las cervezas, por no formar parte de mis hábitos y por el buen tiempo que nos permitió permanecer en el exterior. También, por ser el último acto libre antes de comenzar con los ritos.
La cena. Con algunos de los compañeros del curso pasado, me permitió comprobar que todos seguimos al pie del cañón compartiendo intereses por la misma cultura. Y me descubrió una vista nocturna fantástica de Alcalá de Henares desde un duodécimo piso.
De esa noche prefiero dejar al olvido la música y los kilómetros innecesarios, autopista de peaje incluida, hasta el destino.
El concierto. Destacable por la música (de Mozart a Strauss pasando por Rossini, Verdi, Borodin, Berlioz y Tchaikovsky) y el lugar; por la compañía, la charla y las confidencias posteriores, habituales y conocidas, pero diferentes.
La serie. Hijos del Tercer Reich. Alemana y con un color que remite a la época, está formada por tres episodios de noventa minutos cada uno. Pensando en ver sólo el primer capítulo comenzamos tarde en la noche; pero, con la curiosidad y la falta de sueño como excusas,  llegamos hasta el desenlace.
Cinco jóvenes amigos. Dos chicas y tres chicos, dos de estos hermanos. Cinco vidas afectadas, cada una de manera diferente, por el dramatismo de la época.
Uno, teniente del ejército. Realiza su trabajo lo mejor que sabe y  puede. Tras desertar vive en soledad al margen de la guerra, hasta ser encontrado por un cerdo del que se tomará venganza.
El hermano pequeño. Interesado por el conocimiento y crítico en el inicio, primero pelea para quedar al margen de atrocidades, después se adapta para sobrevivir, y termina pagando el precio de sus contradicciones. Bajo mi punto de vista, es el personaje que mejor representa las profundas y variadas brutalidades de las guerras. De todas las guerras.
El tercer chico. Con más posibilidades teóricas de morir que ninguno, diversos encuentros con personas decentes lo conducen por caminos inesperados hasta el final.
La enfermera. Un error de conciencia, un intento imposible de solución y una lección aprendida. Después, el descubrimiento de que actuar correctamente puede no servir de mucho cuando no se posee el poder para determinar el desenlace.
La artista. La conquista del éxito a través de caminos que mezclan el amor, una buena causa y la ambición personal, la conducirán hacia la indiferencia por el exterior, un cierto poder y un mal cálculo de fuerzas que le cambiarán el destino.
En definitiva, cinco pequeñas historias entrecruzadas, todas posibles en el interior de la Gran Historia de aquella época (y de otras). He de añadir que Jorge se pasó el tiempo de visión comentando que no le resultaría creíble la serie si todos finalizaban vivos.
El documental. El símbolo y el cuate. Rodado a partir de imágenes de la gira sudamericana Dos pájaros contraatacan, me permitió sumergirme en la nostalgia y el idealismo de mi juventud mientras admiraba la coherencia de Serrat a través del tiempo y las circunstancias, y la capacidad de Sabina para aceptar hechos y cambios sin tirar balones fuera.
La película. En versión original, con un italiano RAI y una maravillosa fotografía, mientras la veía anhelaba pasear aquella ciudad, siempre que fuese posible encontrarla en algún momento tan desierta como aparece en La gran belleza. Vale la pena esperar a los créditos para descubrir la imagen panóramica que, con el protagonismo indudable del Castello Sant'Angelo, recorre sus alrededores.
Por esa Roma aristocrática, elitista y de vacaciones, y por la vida del protagonista, van pasando todo tipo de encuentros, reencuentros y desencuentros de personas y personajes, nuevos o conocidos, esporádicos o habituales. Desean conocer por qué el ahora periodista no volvió a publicar más después de su primer libro.
La respuesta explica el título de la película.
Al margen de este exhaustivo recuento del ocio elegido, me quedan destellos condenados a quedar en el olvido salvo si, acaso, vuelvo a leer estas palabra.
Entre ellos se cuentan el mensaje a Jorge por su cumpleaños, que admitiera (al final del documental) que me adeuda el descubrimiento de las canciones de Serrat y Sabina, y el placer muy íntimo de vivir en directo la hazaña de Irene subiendo el primer escalón de su vida.
En definitiva: puede que, desde la distancia, las Navidades no me resulten tan negativas.
Aunque también esto constituya un punto de vista.

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