sábado, 7 de diciembre de 2013

Almonacid de la Cuba

Viernes, 6 de diciembre. Día de la Constitución. Día de la única fiesta laica del calendario anual español. Día de eventos institucionales que a los españolitos de a pie nos importan un bledo. Porque lo que nos apetece es salir corriendo desde la dirección que figura en nuestro DNI hacia cualquier lugar aprovechando que, en contra de las intenciones expresas de los que nos gobiernan, siempre cae en puente.
Así que, cumpliendo con este protocolo y aprovechando la oportunidad, a las siete en punto de la mañana ha sonado el despertador, a las ocho estábamos camino de la M 40 y antes de la una, tras más de doscientos kilómetros por autovía y alrededor de cincuenta por carreteras que nos parecían eternas, hemos llegado los primeros a Almonacid de la Cuba.
Debo decir que he vuelto a los primeros días de mi vida; he vuelto a un molino, situado en una casa inmensa, asomado a un impresionante barranco de rocas graníticas, separadas por el río y unidas por el puente que sobrevuela una presa romana, de los romanos de verdad, del siglo I de nuestra era.
Una vez medio ubicados hemos seguido el camino de la iglesia intentando buscar el bar, en la creencia de que en los pueblos pequeños ambos suelen compartir vecindad.
No era el caso, pero una vez encontrada la taberna, y dado lo pronto que anochece en estos días invernales, el día se puede resumir en una cerveza, la comida, un corto paseo, tres cervezas más en el otro bar (hay que hacer amigos) y la recogida del rebaño.
Después de haber llenado la andorga con una cena variada, aquí estamos reunidos representantes de un amplio abanico de añadas, y de cuatro comunidades autónomas.
Castilla León, Cataluña, Madrid y Euskadi, se han puesto de acuerdo para colaborar en el intento de pasar un fin de semana de risas compartidas, legislando como podemos por unanimidad, sin peleas por las competencias y conformándose cada cual la parte de poder que le corresponde.
Los ludópatas han montado la timba, con cazuela de sangría incluida, mientras yo comenzaba este resumen.
Con el fin de la partida, mientras la mayoría se dirigía a soñar con los angelitos (o con lo que tocara), cuatro valientes hemos continuado la costumbre veraniega del pueblo y, con guantes, gorros, abrigos y bufandas, un paseo nocturno de cuatro kilómetros ida y vuelta nos ha permitido buscar a la Osa Mayor y encontrar la constelación de Orión, mirar a la luna en cuarto creciente, descubrir  la Vía Láctea ligeramente visible y el mismo brillo de siempre en las estrellas, y desear momentos eternos mientras veíamos caer estrellas fugaces.

Ahora se ha hecho el silencio y ya solo me queda intentar poner en orden las pocas ideas que me quedan a estas horas de la madrugada y desearle buenas noches al mundo.

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