martes, 7 de febrero de 2012

Música de momentos (o momentos de música)

Mi padre tenía un MP3 con su música preferida, que yo le había grabado, que escuchaba habitualmente y que, a veces, utilizaba para hacer más llevaderos los momentos difíciles. A mí me gustaba oírlo cuando estábamos juntos. Algunas veces, incluso, nos colocábamos cada uno un auricular y lo escuchábamos a pachas.
La última vez que me lo prestó y lo usufructué, sonó una canción que me hizo pensar –una vez más-, en el poder evocador (tan curioso, casi onírico) de la música. Era una canción en vasco que (supongo) se titula (algo así como) Euría da ta euría (al menos eso es lo que más suena). No tengo ni idea de euskera.
Al escucharla veía un semisótano de una casa, un sofá, una chica cuyo nombre recuerdo (pero cuya pista perdí, en el espacio y el tiempo) y un chico del que no recuerdo nombre: sólo que tocaba la guitarra para hacer sonar (entre otras, supongo) esta canción y Dos cruces.
Este recuerdo me llevó a otro. Mi hermana (con un vestido rojo) y yo (con uno azul), siendo dos niñas, cogidas una de cada mano de mi padre, yendo a la velada de la fiesta. Al torcer una esquina (recuerdo perfectamente cuál) oímos a la orquesta tocando Angelitos negros. Mi padre comentó “esta canción es muy bonita”. Y él también la cantó.
Las pasadas navidades escuche (después de muchos años), el villancico de José Luis Perales Canción para la Navidad. Y de pronto vi una mañana de mi juventud, una Nochebuena, una casa que no era mía (pero recuerdo perfectamente), una encimera amarilla típica de aglomerado, un radiocasete y a mí delante, dando la vuelta a la cinta para que volviera a sonar ese tema.
Cada vez que escucho Y nos dieron las diez, pienso en Arandilla, en un catorce de agosto, en dos chicos y en otra serie de cosas, muy diversas –y lejanas- entre ellas, pero siempre las mismas.
Noches de blanco satén (por supuesto, Moody Blues) está ligada, invariablemente, a La Vid, al día de san Agustín, a su fría plaza, a una noche de frío sólo aparente, a mis dieciséis años y a un acto de rebeldía.
¿Por qué, al escuchar estas canciones (sólo algunos ejemplos) puedo recordar nítidamente tantos detalles, intrascendentes en su mayoría, cuando no banales? ¿Por qué estas músicas y estas situaciones, y no otras? ¿Por qué –justo- esos momentos y –justo- en esos momentos?
Tal vez porque cuando somos conscientes de la importancia de lo que nos sucede a la vez que nos ocurre, nuestra atención capta aspectos (objetivamente) importantes. Tal vez, entonces, la música quede como evocadora de estados de ánimo; como pegamento, indeleble, de instantes a nuestro recuerdo.

Y, si los recuerdos son la única forma de conservar lo que fuimos, me pregunto qué músicas me llevarán a qué gente, a qué situaciones, a qué sentimientos, cuando mi actual presente se haya transformado en anónimos días de mi pasado.

1 comentario:

  1. Hola Pe:
    Te debo mis recuerdos... Ah! no. Mis diez canciones. Estoy en ello.

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