miércoles, 3 de mayo de 2017

Seguimos progresando

Los hospitales son lugares donde sanar. También donde morir de mil maneras diferentes, pero eso no viene al caso.

No son la alegría de la huerta, y como nadie ha propuesto (de momento) la celebración en sus dependencias de fiestas sin reserva del derecho de admisión, los pisamos cuando no nos queda otra, unas veces por enfermos y otras como visitantes por necesidad (intrínseca o extrínseca, eso tampoco viene al caso).

En esta última tesitura, aparte de nuestra presencia y buena compañía (se supone), nuestra charla y nuestra mejor disposición, no es raro que seamos portadores de un pequeño detalle de buena voluntad que alegre la frialdad del lugar y las circunstancias o ayude a pasar el tiempo dilatado sin explicación y sin remedio: una revista, un libro, un cuadernillo de crucigramas, una sopa de letras, unas flores, unos bombones, algo dulce.

¿Bombones? ¿Algo dulce? Sepa usted que si se presenta con regalo semejante está cometiendo una aberración. No importa el grado de afinidad de su amigo, su conocido, su familiar, o lo que quiera que sea suyo, con este tipo de alimentos, ni si tiene hipoglucemia crónica y su índice de masa corporal es más bajo de lo recomendable, porque las estadísticas dicen que el porcentaje de obesos es del no sé cuántos por ciento, su media continúa subiendo, y el azúcar es uno de los máximos responsables.

En el caso probable de que sea usted un desafortunado con múltiples experiencias en esto de las visitas hospitalarias, conocerá sobradamente las propiedades paliativas contra los malos pronósticos o el aburrimiento de una chocolatina, una bolsita de patatas fritas, un paquetito de galletas,  o un café con azúcar conseguidos en la máquina del pasillo a altas horas de una noche de insomnio.

Olvídelo. Olvídese del pasado.

Está en un templo de la salud, y precisamente por eso usted no es usted. Usted es una gran mayoría estadística que pasa olímpicamente de su altura, su peso y la relación entre ellos; de sus específicos datos físicos (no digamos de los psicológicos), sus genuinos gustos y su capacidad de cuidar de usted mismo.

Usted es un niño mimado al que ante todo conviene evitar la ocasión del pecado. Por eso, para facilitarle su ejercicio de buen chico, el menú disponible en su próxima visita a la máquina expendedora consistirá en frutas, ensaladas (sin sal y sin aceite se supone, aunque la cosa no está clara de momento), zumos sin azúcar y productos lácteos bajos en calorías.

Los caprichitos que endulzan la vida y sus circunstancias tendrán que esperar hasta su salida del hospital.

Si puede pagarlos.

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