viernes, 18 de mayo de 2012

El efecto mariposa


Un mismo martes de mayo se revelaron los elementos naturales en dos lugares distintos. El agua destrozó una pequeña parte del mobiliario doméstico y el fuego se ensañó con un auditorio, rompiendo la perspectiva de un concierto apetecible por diferentes motivos. Por suerte, el aire estuvo calmo y la tierra no tembló.

Varias cosas por solucionar, una tarde que rellenar en la agenda, y a otra cosa.

Organizamos nuestras vidas en torno a horarios habituales que repetimos sistemáticamente. Y empleamos parte del tiempo que nos queda libre en organizar nuestro tiempo libre.

Así, hacemos continuamente planes: grandes o pequeños, lejanos o cercanos, importantes o indiferentes; seguros, posibles o probables. Incluso, en ocasiones, prevemos alternativas coincidentes.

Entre tanto  ajetreo queda espacio para improvisar. Una llamada que no podemos ignorar; una propuesta a la que no podemos -o no queremos- renunciar; aquello que no corría prisa, pero que el paso de los días ha transformado en urgente; el amigo que nos necesita. Tantas y tantas cosas.

De vez en cuando, la casualidad mete mano y nos obliga a cambiar las previsiones. También esto forma parte de una normalidad que nos permite economizar pensamientos.

En la otra realidad que son nuestros ensueños, pasamos el rato preguntándonos acerca de cosas -improbables- a las que asociamos la capacidad de cambiarnos la vida si, por casualidad, la conjunción se transformara en adverbio y el punto en acento. Qué pasaría, que haría yo si (me tocaran un millón de euros en la lotería, coincidiera con mi galán de Hollywood en el ascensor, encontrara el trabajo soñado...).

Rara vez estimamos sin embargo, en lo que significan, todos los pequeños síes independientes, vulgares, mil veces repetidos, e insignificantes en apariencia que, al coincidir por azar en un instante, nos conducen a caminos imprevistos y a una realidad que ya nunca podrá ser la planeada.

Nosotros tampoco.

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