lunes, 8 de septiembre de 2014

Amberes (Antwerpen)



7 de septiembre de 2014. Domingo
 Tras once horas de sueño reparador, a las ocho y media nos dirigíamos hacia el tren, por una Brujas desierta, tan diferente a la de ayer, que no hemos resistido la tentación de hacernos unas fotografías por el camino.
La primera sorpresa nos esperaba antes de llegar a Amberes, con la perspectiva, según nos acercábamos, de su estación. Grandiosa, antigua, fabricado en piedra el vestíbulo y en hierro y cristales sus andenes protectores de inclemencias, lo que supongo agradecerán especialmente los viajeros que lleguen o partan en invierno o con mal tiempo.
No ha sido nuestro caso, el mal tiempo, porque la temperatura es agradable aunque variable; y con variable quiero decir que depende de nuestra posición respecto al astro rey. En las zonas de sol, basta con una manga corta, en las de sombra, hay que colocarse el jersey, con lo que nos pasamos el día con el quita y pon.
De camino a la Oficina de Turismo hemos pasado por la calle más comercial, es decir, aquella en la que están las mismas tiendas de todas las ciudades turísticas: H&M, Swarowski, Nike, Christian Dior, Burger King, Fnac, todas las que ahora no puedo recordar y alguna made in Bélgica.
Rubens nació en esta ciudad, aquí está su casa-museo y hacia ella nos hemos dirigido, para descubrir que está formada por un edificio tradicional de ladrillo unido a otro, de diseño italiano realizado por el propio pintor, donde estableció su taller. En el exterior, tres arcos de estilo romano clásico inspirados en un diseño de Miguel Ángel, comunican patio y jardín.
En el interior, objetos de la época, unos que pertenecieron a Rubens y otros que se supone que le pertenecieron, poquitos cuadros suyos, algunos de artistas protegidos por él o de sus amigos, cerámicas de la zona,  y una explicación sincera de cómo se llevó a cabo la restauración del edificio durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y los motivos por los que hoy sabemos que el museo actual no se corresponde con la realidad de la casa en la época en que el pintor la habitó.
Como curiosidad, una estatua de Adán y Eva que, tras ser robada, fue encontrada y sacada sana, salva y entera por la policía del fondo del río, y no hablamos de un río cualquiera.
Yo creo que las ciudades cuentan múltiples historias de sus ríos, pero también que sus ríos esconden secretos de las ciudades que bañan, así que siempre los visito cuando me los encuentro de camino.
Eso hemos hecho hoy con el Escalda (Schelde en su idioma original). Hemos ido a rendirle honores, y de paso a descubrir el cauce más ancho que yo recuerde, con barcos de enorme calado anclados en sus orillas, con aguas tranquilas y curvas serenas.
Así que sí, que Adán y Eva, con su tamaño de unos veinte centímetros y su delicadeza de alabastro fuesen rescatados intactos de tal inmensidad, puede considerarse un milagro análogo al de su creación en el Paraíso Terrenal.
El resto del día se nos ha ido en comer, tomar un café, pasear por la amplia zona peatonal, encontrar cerrada la iglesia de san Carlos Borromeo (diseñada originalmente por Rubens), e intentar entrar en la catedral donde cuatro vigilantes nos han impedido el paso, primero porque se acercaba la hora de la misa y después porque la misa ya había empezado.
Por supuesto, hablamos de Amberes, y en el trayecto de vuelta nos hemos embelesado con los diamantes, con los diseños de joyas con diamantes, con los engarces de los diamantes y con el brillo de los diamantes. El precio no figuraba.
Libres de impuestos para los turistas, y con un cincuenta por ciento de descuento (al menos eso ponía en el escaparate), hubiese yo elegido muchas de las preciosidades que mis ojos han contemplado para mi colección privada, pero en aquel momento no tenía a mano ni la Visa, ni la chequera ni el número de teléfono de mi banquero.
El viaje de vuelta nos ha regalado una lluvia de globos aerostáticos suspendidos en el cielo.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Brujas (Brugge)


A las cuatro de la mañana, sonaba mi amigo. Tras el desayuno y demás menesteres propios del despertar impropio a esas horas (al menos para la que suscribe), a las cinco y media, en el aeropuerto. A las seis menos diez, en la puerta de embarque. A las siete menos cuarto, ocupando nuestros asientos. A las siete y veinte, despegaba el avión con Guillermo y conmigo entre los pasajeros.
Seguimos.
A las nueve la aeronave aterrizaba en el aeropuerto de Charleroi, después de un vuelo tranquilísimo si exceptuamos el bote en la toma de tierra. A las diez menos cuarto subíamos al tren que nos trasladaría hasta Bruselas y tras la espera pertinente, al que nos ha conducido a nuestro destino definitivo en Brujas. Minuto arriba, minuto abajo a las doce entrábamos en el hotel, situado en el centro de la ciudad tal como esperábamos y que hemos encontrado con facilidad.
Total, una hora y cuarenta minutos de transporte aéreo convertidas en ocho horas efectivas de traslado. Menos mal que viajamos convencidos de que el viaje es el camino.
Con el mapa en las manos de Guilermo, en un primer contacto con la ciudad nos hemos dirigido a la vecina plaza Grote Markt, flanqueada por el ayuntamiento al Este, por la catedral al Sur, por casas multicolores típicas en todo su perímetro… y por la Fnac, que nos ha sacado de un apuro porque allí hemos encontrado una tarjeta para la cámara de Guillermo, que había olvidado la suya en casa.
Hemos ido luego en busca de la Madonna de Brujas, escultura de mármol y una de las  pocas obras de Miguel Ángel fuera de Italia. Pues bien, hemos encontrado la Basílica de Nuestra Señora, pero no hemos visto a la virgen porque desconocíamos el lugar exacto en el que se ubica.
No importa, volveremos. Después nos hemos dedicado a callejear, y hemos aprendido que a partir de ahora pediremos tamaños pequeños de comidas y bebidas, porque nos han venido grandes el tamaño grande de las patatas y el mediano de las cervezas.
Desde el hotel hemos oído música procedente de la calle; asomados al balcón hemos descubierto su origen y hemos decidido seguir a los intérpretes. Ellos nos han conducido hasta la plaza, y han premiado nuestra curiosidad con un concierto de música moderna adaptada para banda.
Con el idioma no hemos tenido problemas porque todo el mundo habla inglés, pero estamos en la zona flamenca, su idioma es parecido al holandés (eso al menos he leído) y no tienen buenas relaciones con el francés.
En cuanto a su lengua autóctona, imposible. Fundamental el mapa, buscar las calles letra a letra y conocer la equivalencia del nombre en español y en flamenco de las ciudades, porque el instinto y la intuición no sirven de nada.
La gente llama a Brujas la Venecia del Norte. Las dos tienen turistas y las dos tienen canales. Bajo mi punto de vista, ahí acaban los parecidos.
Porque Venecia tiene más turistas y muchos más canales que Brujas. Venecia es una ciudad de piedra y Brujas es una ciudad de ladrillos, Venecia es renacentista, barroca y cuadrada, mientras que las fachadas y tejados triangulares de Brujas recuerdan formas góticas. En Brujas se pasea y en Venecia se sube y se baja. Brujas está inundada de bicicletas, un medio de transporte impensable por imposible en Venecia. Brujas es cómoda, Venecia es incómoda. Los canales de Venecia son su medio de transporte mientras que por los canales de Brujas sólo circulan los turistas en barcos de grupo.
Así que, como no consigo encontrar el parecido entre ambas, sólo se me ocurren dos explicaciones para el nombre, uno el afán de hacer literatura, y el otro, la necesidad humana de comparación entre dos ciudades bellas cada una a su modo pero completamente distintas e incluso, diría, opuestas.
Tras este largo y trabajado (aunque el trabajo haya sido apetecible) día, son las ocho y media de la tarde y todavía luce el sol (esto es un decir, porque hay niebla), pero estamos matados y la cama nos llama insistentemente, así que hoy creo que dormiremos unas cuantas horas más de lo que aconsejan las estadísticas.

Tenemos que recuperar.