miércoles, 28 de agosto de 2013

Quarto giorno. Donde fueres haz lo que vieres... pero entérate primero o ármate de paciencia



Este resumen debería haberlo escrito ayer, pero el wifi se nos rebeló y yo estaba demasiado cansada para pensar.

Rávena. Primera parada (obligatoria) en la Oficina de Turismo. Dada la abundancia de bicicletas que encontramos en el camino desde la estación, preguntamos por la manera de conseguir una.

Una amable señorita nos informa de que a mí me la prestan allí mismo de forma gratuita, pero que a Guillermo, por ser menor de edad, no. Ante la perspectiva de deambular por la ciudad toda la jornada, una motorizada y el otro andando, aceptamos el velocípedo que se nos ofrecía y decidimos alquilar otro.

Con los dos ya surtidos de elementos mecánicos nos dirigimos, con un calor de mil demonios, hacia el Mausoleo de Teodorico; por una vía con circulación continuada de vehículos y olvidándonos, también, de que muchos coches italianos carecen de intermitentes y de que los conductores desconocen mayoritariamente  el significado de los pasos de cebra.

En el trayecto hacia el monumento descubrimos, además, que la bicicleta de Guillermo tenía suelto el manillar.

Por este orden, la atamos a una farola, continuamos a pata -los dos y la otra bici- visitamos el mausoleo y  "decidimos" devolver los vehículos y continuar por la ciudad en el cochecito de San Fernando.

El resto del día estuvo a la altura de las expectativas: las iglesias bizantinas, la iglesia de San Vitale, el Baptisterio Neoniano, el mausoleo de Galla Placida (¡una mujer!) y la basílica de San Apolinar Nuevo.

No encontramos, porque la buscamos en el sitio equivocado, la capilla de San Andrés.

Todos los días aquí solemos cenar sobre las ocho, porque media hora más tarde puede que los sitios empiecen a cerrar (sobre todo si es lunes).

Pues bien, hoy estábamos de vuelta en Bolonia, esperando que nos trajeran la pizza cuando hemos oído (en castellano): "No me lo puedo creer que me encuentre con vosotros aquí".

Tampoco nosotros podíamos creerlo. Con la única separación de la pequeña valla que delimitaba la terraza del restaurante, allí estaba mi compañera de clase.

A lo largo de dos años, ella y yo hemos descubierto que compartimos diversas casualidades: las dos tenemos ascendencia en un radio de cuarenta kilómetros de la misma provincia, las dos estudiamos italiano (aunque ella sea una alumna más aventajada) y las dos vivimos en el mismo municipio.

Un municipio en el que jamás nos hemos encontrado por azar.

1 comentario:

  1. Eso es la magia de Bolonia....somos de Rivas pero el encanto de Italia nos hace encontrarnos...yo acabo de volver. Por cierto, os hicimos caso y fuimos a Ferrara, nos encantó.

    Un besazo

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