Este resumen debería haberlo
escrito ayer, pero el wifi se nos rebeló y yo estaba demasiado cansada para
pensar.
Rávena. Primera parada
(obligatoria) en la Oficina de Turismo. Dada la abundancia de bicicletas que
encontramos en el camino desde la estación, preguntamos por la manera de
conseguir una.
Una amable señorita nos informa
de que a mí me la prestan allí mismo de forma gratuita, pero que a Guillermo,
por ser menor de edad, no. Ante la perspectiva de deambular por la ciudad toda
la jornada, una motorizada y el otro andando, aceptamos el velocípedo que se nos
ofrecía y decidimos alquilar otro.
Con los dos ya surtidos de
elementos mecánicos nos dirigimos, con un calor de mil demonios, hacia el
Mausoleo de Teodorico; por una vía con circulación continuada de vehículos y
olvidándonos, también, de que muchos coches italianos carecen de intermitentes y de
que los conductores desconocen mayoritariamente el significado de los pasos de cebra.
En el trayecto hacia el monumento
descubrimos, además, que la bicicleta de Guillermo tenía suelto el manillar.
Por este orden, la atamos a una farola,
continuamos a pata -los dos y la otra bici- visitamos el mausoleo y "decidimos" devolver los vehículos y continuar por la ciudad en el
cochecito de San Fernando.
El resto del día estuvo a la
altura de las expectativas: las iglesias bizantinas, la iglesia de San Vitale,
el Baptisterio Neoniano, el mausoleo de Galla Placida (¡una mujer!) y la
basílica de San Apolinar Nuevo.
No encontramos, porque la
buscamos en el sitio equivocado, la capilla de San Andrés.
Todos los días aquí solemos cenar
sobre las ocho, porque media hora más tarde puede que los sitios empiecen a
cerrar (sobre todo si es lunes).
Pues bien, hoy estábamos de
vuelta en Bolonia, esperando que nos trajeran la pizza cuando hemos oído (en
castellano): "No me lo puedo creer que me encuentre con vosotros
aquí".
Tampoco nosotros podíamos
creerlo. Con la única separación de la pequeña valla que delimitaba la terraza
del restaurante, allí estaba mi compañera de clase.
A lo largo de dos años, ella y yo
hemos descubierto que compartimos diversas casualidades: las dos tenemos ascendencia
en un radio de cuarenta kilómetros de la misma provincia, las dos estudiamos
italiano (aunque ella sea una alumna más aventajada) y las dos vivimos en el
mismo municipio.
Un municipio en el que jamás nos
hemos encontrado por azar.
Eso es la magia de Bolonia....somos de Rivas pero el encanto de Italia nos hace encontrarnos...yo acabo de volver. Por cierto, os hicimos caso y fuimos a Ferrara, nos encantó.
ResponderEliminarUn besazo