Hoy nos hemos encontrado con la
restauración.
La girola y el pórtico de la basílica
de San Antonio están llenas de andamios, con lo que las pinturas sólo se pueden
ver de aquella manera. A cambio, el mausoleo del santo (dentro de la propia
catedral) está recién restaurado y los mármoles lucen espelendorosos.
Llevamos seis días, con sus
veinticuatro horas correspondientes, compartiendo cada momento; así que hoy
hemos decidido darnos un respiro de tres horas y andar cada uno por nuestro
lado, para descansar uno de la otra -y viceversa-.
Como en este hotel las bicicletas
estaban incluidas en el precio y la ciudad se presta al disfrute de este medio
de transporte, nuestra libertad de movimiento (y la posibilidad de perdernos de
vista) se ampliaba, aun moviéndonos los dos por los mismos lugares, lo que viene
a significar por los sitios habituales de los guiris.
A las siete y cuarto nos hemos
reencontrado. Primero, porque se acercaba la hora de cenar, y después porque teníamos
reservadas las entradas para ver la Capella degli Scrovegni, con pinturas de
Giotto, estas ya restauradas y a punto.
Las visitas a este monumento
están muy controladas, para evitar el deterioro de la pintura. Hay que esperar
durante un cuarto de hora, en una salita aneja, para reducir las diferencias de
humedad y temperatura con la calle; a continuación unas puertas automáticas se
abren, y una vez entra la gente, vuelven a cerrarse.
Sólo pueden pasar un máximo de
veinticinco personas cada quince minutos. En nuestro grupo éramos cuatro.
Una vez dentro, una no puede
dejar de sentirse una privilegiada por visitar semejante maravilla en esas
circunstancias.
Y de pensar en la Capilla
Sixtina.