Hemos dormido como marmotas, lo que seguro no extrañará a la gente que nos conoce; la nieve se va deshaciendo pero en los parques, jardines y calles menos transitadas aún queda la suficiente como para darse el lujo personal de dejar una huella efímera; por supuesto sigue haciendo mucho frío aunque no lo notamos demasiado porque vamos pertrechados; las botas del Decathlon, una maravilla, mis pies siempre calientes.
En el Free tour de
la mañana, con guía español, hemos visitado los no lugares, es decir aquellos
en los que los testigos de la realidad previa de la ciudad desaparecieron a
consecuencia de las bombas, de la euforia o del interés en borrar la historia
para evitar la posibilidad de que fuese convertida en símbolo.
Hemos aprendido a descifrar el recorrido del Muro en sus adoquines,
y la pertenencia en su momento al sector oriental o al occidental de ambos
lados de la misma calle, en las placas incrustadas en el. También hemos
descubierto que los semáforos son distintos en ambas zonas: en lo que fue
Berlín capitalista son iguales que en el resto de Europa; en el área que fue comunista
el peatón es un señor con sombrerito con nombre propio, Ampelmännchen, (“hombre del
semáforo” en alemán).
El guía nos ha contado que al inicio de la reunificación
proyectaron reunificar también estas señales, pero cambiaron de idea porque se
dieron cuenta de que los niños identificaban mejor al señor del
sombrerito. Dejaron las cosas como estaban y en la actualidad se ha montando en torno
a él toda una industria de souvenirs,
por cierto, bastante cara. ¡Cómo cambian los tiempos!
Hemos gastado la tarde paseando desde Alexanderplazt hacia
la zona soviética, con edificios ahora rehabilitados que han atenuado las
diferencias. Por cierto que Berlín es una ciudad muy bien documentada, con carteles
en cualquier lugar ilustrativos de los múltiples procesos que la fueron
cambiando y definiendo desde principios del siglo XX hasta la actualidad.
Después, para amortizar la tarjeta de transportes, hemos
cogido el metro y nos hemos dirigido a ver la Topografía del Horror, nombre que
suena fuerte, pero que me parece también muy descriptivo. Dedicado a las actividades
de la Gestapo, las SS y los servicios secretos, no se ha escatimado ninguna
información. Es un museo pequeño pero imposible de asimilar en una sola visita,
en el que pueden verse fotografías comentadas de un enorme valor testimonial,
periódicos de la época, documentos oficiales, comunicaciones internas entre los
líderes, fichas raciales y, en general, cualquier documento que puede resultar
interesante para exponer cómo funcionaron las cosas.
Organizado en distintos apartados, ninguno que pueda ser
importante ha quedado en el olvido. Los países invadidos de Europa, uno por
uno, la responsabilidad de los líderes, la participación de los miembros del
partido, la fotocopia de una carta anónima instando a intervenir en contra de
un judío, las víctimas, los verdugos, los culpables y las consecuencias.
Hace poco he terminado de leer los Diarios de Berlín, y me preguntaba por los motivos de la importancia de Wilhemstrasse. Esta
tarde he encontrado la explicación en una maqueta del museo: salvo la Cancillería del Reich, todos
los órganos de poder de la época se ubicaban en esta calle,
De vuelta a casa he decidido que el metro de Berlín es
rápido, puntual y muy cómodo, entendiendo por cómodo el hecho de que a lo largo
del día lo hemos cogido tres veces con trasbordo y siempre nos hemos sentado
desde el principio.
Bueno, menos una en que no hemos querido.
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