Jorge se ha traído a Berlín un gorro de cosaco que tiene una
placa con la hoz y el martillo. Tiene además, Jorge, un abrigo azul fosforito
que le distingue de los colores negros u oscuros de la gran mayoría. Y ambas
cosas me vienen al pelo para encontrarlo a primera vista. No es que haya
demasiados turistas en esta ciudad y en este momento, pero ayer, sin ir más
lejos, camino de Sachsenhausena bajando del tren ambos nos despistamos del grupo,
perdimos el autobús y nos tocó caminar dos kilómetros, pero gracias a lo
colorido de su indumentaria siempre lo encuentro en las multitudes.
Hemos dedicado la mañana al Hamburguer Bahnhof, un museo
con arte del siglo XX y que podríamos considerar organizado en tres apartados
diferentes. En el ala derecha, según se entra, destacan el gran formato en general de
las obras expuestas y el número de las mismas. Más allá de
las sopas Campbell y la botella de Coca Cola de Andy Warhol y sus cuadros de
Marilyn, Mao, Elvis, zapatos cuchillos y algún elemento más que ya se ha perdido de mi memoria.
Cuando se visita un museo, a no ser que se tomen notas, la
mayoría de las cosas no se recuerdan ni siquiera en el momento de salir. Al
menos a mí me pasa, por eso no puedo recordar ya al autor de dos cuadros
enfrentados, del mismo estilo y cuya característica fundamental era el brillo
de sus colores, ni al de tres fotografías fantásticas.
Si me acuerdo de Kiefer, Anselm Kiefer, al que no conocía de
nada, pero una de cuyas obras me ha impresionado tanto por la angustia que
provocaba que he memorizado su nombre para buscar después información sobre su
obra y su vida.
Desconozco el título de la obra porque estaba en alemán: un vestido con cristales clavados de tamaño considerable en
forma de trapecios . Por la forma podíamos intuir una mujer por debajo. La escultura no tenía cabeza.
En la parte izquierda del museo hemos encontrado una pequeña
muestra de pinturas y esculturas catalogadas por los nazis como arte degenerado. pero que tuvieron suerte y se salvaron de la quema. Entre ellos un picasso y varios cuadros de artistas
italianos.
La tercera parte de la que hablaba es la parte mayor y me
parece que es un lugar de experimentos en el que la primera pregunta que me
sugiere es qué se puede entender por arte. Había vídeos, noticias de
periódicos, una especie de taller, había cosas colocadas sin orden ni
concierto, algo que podía considerarse el rodaje de una película, un
apartamento de enanos (por lo pequeño), en fin, cientos de cosas, y entre
ellas, en unas sala, dos monitores de televisión enfrentados, uno en cada
extremo. En uno de ellos, un hombre gritaba continuamente, en el otro, un
hombre bailaba. ¿Y en medio, qué?
La incomunicación.
A las dos y cuarto teníamos cita para una visita guiada por
el Berlín alternativo, o sea, para ver grafitis. Y ha sido muy interesante.
Partiendo de la ex-casa okupa Tacheles, hemos visto, desde cierta distancia, eso
sí, el único dibujo de Banksy en la ciudad, hemos entrado en la sala de baile
más antigua de la ciudad, recuerdo de los alegres años veinte, decorada aún
como entonces y a la que me gustaría volver a tomar una cerveza, pero me parece
que ya no tendremos tiempo; en el barrio judío hemos encontrado la sinagoga que
buscábamos ayer, patios, tiendas y bares completamente alternativos y el
callejón del Pollo Muerto y hemos aprendido el porqué de tan curioso nombre; tras
la pausa y un café hemos recorrido los grafitis del Muro y hemos vuelto a
cruzar el puente Rojo, de nombre oficial impronunciable en alemán, para terminar
en el mismo barrio que ayer. El barrio turco se llama, pero nosotros no lo sabíamos.
Cuando las potencias se dividieron Berlín al final de la
guerra, esta zona quedó bajo la influencia de los americanos, que como siempre negociaron
con posterioridad según sus intereses: si Turquía les permitía construir una
base en su territorio, ellos concederían visados a los turcos para que pudieran
trabajar en la reconstrucción de la ciudad. El número, por lo visto, se les fue
de las manos, tanto como para provocar el cambio de nombre del barrio.
Durante todo el recorrido hemos ido conociendo también las
presiones urbanísticas de la ciudad tras la caída del muro, casos de
especulación y los movimientos de personas producidos cuando los barrios
marginales se transforman en sitios de moda.
Al terminar el guía nos ha
recomendado un bar para tomar una cerveza de las de Alemania – medio litro,
positivo en el control de alcoholemia en España- y allá que nos hemos ido. Era un bar grande, con mesas, de reuniones y charlas… y con
sala de fumadores.
Ni qué decir tiene que ha sido uno placer enorme tomar una
cerveza, fumar, charlar y estar en un sitio caliente todo a la vez. Y mayor
placer aún por la rareza de semejante oportunidad en los tiempos que corren.
Al salir hacía muchísimo frío y he llegado a casa helada.
Mañana, las letras del tiempo de Internet dicen que nevará.
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