Mi hermana Fofi me ha hecho saber vía comentario en el blog que hister se escribe «hipster». Le doy las gracias por la información que corregiré cuando vuelva, pero me temo que no es el único error de estas entradas escritas con cansancio y con prisa por terminar e irme a dormir.
Hoy 5,5 grados centígrados y sin aire que corta el cutis, es decir, día con temperatura excelente en el que hemos podido prescindir de los guantes y del gorro.
Hoy 5,5 grados centígrados y sin aire que corta el cutis, es decir, día con temperatura excelente en el que hemos podido prescindir de los guantes y del gorro.
Por la mañana hemos ido a
Tuefelsberg, un destino no muy habitual entre los guiris de Berlín. Jorge lo
había encontrado en Internet cuando andábamos planeando el viaje.
Es la colina más alta de la ciudad
aunque sólo tiene ciento quince metros de altura, pero posee algunos detalles interesantes.
El primero, que durante la época nazi estuvo allí instalada una escuela técnica
militar, construida por Albert Speer, arquitecto favorito de Hitler y viejo
conocido de Jorge y mío desde que hizo la monografía sobre La utilización política de los juegos olímpicos; el segundo, que al
acabar la guerra quisieron destruir el edificio pero no pudieron debido a su
resistencia, con lo que decidieron echarle encima todos los escombros de
Berlín, que eran muchos después de los bombardeos, y como resultado crearon la colina;
el tercero, que los americanos aprovecharon que aquella elevación de terreno
quedaba dentro de su sector para crear la estación de escucha más grande
durante la guerra fría.
El cuarto detalle interesante es
que después plantaron un bosque con árboles de hojas caducas, y para allá que
nos hemos ido. Siguiendo las indicaciones del GPS del teléfono de Jorge, por
caminos nevados hemos llegado hasta arriba para encontrarnos con una valla o,
mejor dicho, una doble valla.
La puerta estaba cerrada pero,
puesto que habíamos llegado hasta allí no íbamos a rendirnos tan fácilmente y
hemos decidido dar la vuelta por si encontrábamos alguna abertura. Al principio
ha sido fácil, pero al llegar a la cara norte el camino era muy estrecho y
estaba completamente helado, con un talud al otro lado. A Jorge le resultaba
muy divertido ir patinando, pero yo, de natural patoso, lo he atravesado con el
palo que me servía de apoyo, resbalando, sudando, jurando en arameo y
agarrándome como una lapa a la valla con ambas manos.
Hemos conseguido dar la vuelta sin
percances sin encontrar ningún punto de acceso. El viaje de vuelta ha sido muy
relajado.
El estadio Olímpico estaba muy
cerca y hemos aprovechado la oportunidad. Hemos llegado tarde a una visita
guiada (en inglés, lo que no me hubiera servido de mucho) y hemos ido por libre,
para descubrir un campo de fútbol en
silencio, sin gente y sin griterío, porque la única parte visitable era el
espacio que se puede ver cualquier día de partido, o sea, el terreno de juego. Me
he hecho una foto.
En los alrededores se encuentran
el resto de instalaciones deportivas edificadas para los Juegos Olímpicos de
1936, lo que da una perspectiva de su tamaño y de la megalomanía de sus
creadores.
Así nos han dado las tres de la
tarde, hora española de comida, pero estábamos en Alemania. Sin idea fija hemos
cogido, nos hemos bajado en Rosa de Luxemburgo y justo enfrente hemos
encontrado un bar, escrito así, a nuestra manera, donde vendían
hamburguesas. Hemos cogido la ocasión
por los pelos.
Después hemos montado en tranvía. Lo
mismo que me gusta ver los ríos de las ciudades por donde paso, -por cierto, el
de Berlín se llama Spree, no sé si lo había comentado ya-, procuro también subir
a este medio de transporte cuando los lugares lo ponen a mi disposición. Como
tenemos la tarjeta de transporte, nos hemos subido en la primera parada que
hemos encontrado, hemos llegado hasta el final, hemos vuelto para atrás, nos
hemos bajado donde nos ha parecido y hemos terminado en Alexanderplazt.
A las seis teníamos entradas
reservadas para un concierto en el auditorio de la Filarmónica de Berlín.
Resumo: proyección de película muda con texto en alemán y música en directo; el
edificio magnífico, el auditorio aún más, la música estupenda, y la película,
entendida sólo a trozos.
Aprovechando que la noche estaba
serena y fresca pero no fría, hemos vuelto a casa por la calle de las embajadas
que aloja los edificios que su nombre indica. Todas modernas, con menos de veintiséis
años, menos la italiana, alojada en un edificio neoclásico que debe ser el
único que quedó en pie después de la guerra.
Mañana último día. Postdam.
No hay comentarios:
Publicar un comentario