lunes, 25 de enero de 2016

Palacios, parques y un puente



Hemos tenido un día sin gorro, sin bufanda, sin guantes y con el abrigo abierto que casi molestaba; anoche llovió y hoy a ratos bajaba la niebla para dar a los palacios y jardines y a la Puerta de Brandeburgo un aspecto fantasmagórico de película de misterio. Este veinticinco de enero hemos caminado una barbaridad.

En días anteriores se me olvidó comentar la estratégica situación de nuestro hotel, al lado de Zara, H y M, Pull and Bear, Levis, Saturn y el resto de tiendas presentes en todas las ciudades del mundo. Lástima que ir de compras no sea lo mío. También queda al lado de la famosa iglesia derruida de Berlín que no sé cómo se llama.

Bueno, ahora sigo sin saber su nombre, pero por si a alguien le interesa su denominación completa es iglesia evangélica luterana Kaiser-Wilhelm Gedächtniskirche. He preguntado a san Google.

Como ayer adelanté, hoy hemos dirigido nuestros pasos, mejor dicho, el tren nos ha conducido, a Postdam, lugar conocido,  según me ha hecho saber Jorge, como La Versalles de Alemania, y que tras la división del país quedó enclavada en la RDA.

Es una ciudad relativamente pequeña, según el mapa, porque no la hemos recorrido entera (por razones obvias); señorial, con grandes casas o palacetes de piedra maciza y bella factura, y con hermosos jardines en general bien conservados y muy cuidados; regia, porque sólo en el parque de Sanssouci se ubican tres palacios de reyes o emperadores de la época prusiana, uno de ellos declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco; con varios ríos y múltiples lagos que hemos visto con hielo, pero no helados; histórica, porque en una de sus iglesias se saludaron por primera vez el presidente de la república Hindenburg y el entonces todavía sólo canciller Adolf Hitler, en uno de sus palacios se juntaron Truman, Stalin y Churchill para celebrar la conferencia que lleva el nombre de la ciudad y decidir el futuro de Alemania tras la guerra,  y en otro se concretaron los detalles y se decidió la Solución Final.

Seguro que la ciudad contiene muchos más detalles interesantes, pero no hemos tenido tiempo para descubrirlos.

Hemos gastado la mañana paseando por los inmensos jardines palaciegos, casi bosques, y rodeando sus egregios edificios porque al ser lunes estaban cerrados, y hemos descubierto que protegen a las estatuas tapándolas con una especie de caseta de madera hecha a medida para cada una. Supongo que el invierno de la zona es dura hasta para las piedras.

Dispuestos a comer, el primer restaurante que hemos encontrado tenía nombre español, empezaba por «M» y la M tenía unos cuernos. Nos ha sonado a toros y como teníamos hambre y estábamos cansados hemos entrado. Efectivamente, en su carta había patatas «arrugadas» y pimientos de padrón, pero también otras viandas que nada tienen que ver con nuestras especialidades culinarias.

Hemos comido estupendamente escuchando la música de Chavela Vargas y… Sabina. ¡Sorpresas de salir de casa!

Después, Jorge no quería ir al puente de los espías (Glienicke); opinaba que estaba demasiado lejos, que era estúpida mi pretensión de visitarlo sólo porque lo había visto en una película, y que si no hubiésemos ido al cine antes de venir,  yo desconocería su existencia no hubiera propuesto ir hasta allí. He utilizado como contraargumentos las afirmaciones de que tengo muchos más años que él, que cualquier día de estos me dolerá una pata, o el brazo, o los pies, o todo a la vez que él dispone de la ventaja del tiempo para volver a Posdam, que mientras pueda no quiero perderme nada, y que efectivamente, lo malo de la verdad es que una vez que la conoces, pierdes las excusas y no puedes volver a la ignorancia. A cuenta de este último punto hemos mantenido una pequeña charla filosófica.

Y hemos ido al puente. Y lo hemos cruzado.

Luego hemos vuelto a la estación en tranvía.

Al llegar a Berlín nos hemos dedicado a callejear, a hacer fotografías y a retratar los adoquines que recuerdan el recorrido del Muro, la Cancillería de Ángela Merkel (por el momento), algunos de los muchos edificios modernos e iluminados de oficinas y ambos lados de la Puerta de Brandemburgo.

También hemos visto una manifestación con casi más policías que manifestantes, pero como no sabemos alemán desconocemos sus reivindicaciones.

Mañana vuelvo a Madrid.

Berlín es el siglo XX reconcentrado, una ciudad surgida de los escombros, con calles anchas y plazas grandes, con muchos edificios reconstruidos y muchos otros nuevos. Una ciudad conocedora y docente de su pasado.

Yo vine a buscar su historia y no me ha decepcionado.

domingo, 24 de enero de 2016

Aventurillas

Guerra fría

Mi  hermana Fofi me ha hecho saber vía comentario en el blog que hister se escribe «hipster». Le doy las gracias por la información que corregiré cuando vuelva, pero me temo que no es el único error de estas entradas escritas con cansancio y con prisa por terminar e irme a dormir.

Hoy 5,5 grados centígrados y sin aire que corta el cutis, es decir, día con temperatura excelente en el que hemos podido prescindir de los guantes y del gorro.

Por la mañana hemos ido a Tuefelsberg, un destino no muy habitual entre los guiris de Berlín. Jorge lo había encontrado en Internet cuando andábamos planeando el viaje.

Es la colina más alta de la ciudad aunque sólo tiene ciento quince metros de altura, pero posee algunos detalles interesantes. El primero, que durante la época nazi estuvo allí instalada una escuela técnica militar, construida por Albert Speer, arquitecto favorito de Hitler y viejo conocido de Jorge y mío desde que hizo la monografía sobre La utilización política de los juegos olímpicos; el segundo, que al acabar la guerra quisieron destruir el edificio pero no pudieron debido a su resistencia, con lo que decidieron echarle encima todos los escombros de Berlín, que eran muchos después de los bombardeos, y como resultado crearon la colina; el tercero, que los americanos aprovecharon que aquella elevación de terreno quedaba dentro de su sector para crear la estación de escucha más grande durante la guerra fría.

El cuarto detalle interesante es que después plantaron un bosque con árboles de hojas caducas, y para allá que nos hemos ido. Siguiendo las indicaciones del GPS del teléfono de Jorge, por caminos nevados hemos llegado hasta arriba para encontrarnos con una valla o, mejor dicho, una doble valla.
La puerta estaba cerrada pero, puesto que habíamos llegado hasta allí no íbamos a rendirnos tan fácilmente y hemos decidido dar la vuelta por si encontrábamos alguna abertura. Al principio ha sido fácil, pero al llegar a la cara norte el camino era muy estrecho y estaba completamente helado, con un talud al otro lado. A Jorge le resultaba muy divertido ir patinando, pero yo, de natural patoso, lo he atravesado con el palo que me servía de apoyo, resbalando, sudando, jurando en arameo y agarrándome como una lapa a la valla con ambas manos.

Hemos conseguido dar la vuelta sin percances sin encontrar ningún punto de acceso. El viaje de vuelta ha sido muy relajado.

El estadio Olímpico estaba muy cerca y hemos aprovechado la oportunidad. Hemos llegado tarde a una visita guiada (en inglés, lo que no me hubiera servido de mucho) y hemos ido por libre, para descubrir  un campo de fútbol en silencio, sin gente y sin griterío, porque la única parte visitable era el espacio que se puede ver cualquier día de partido, o sea, el terreno de juego. Me he hecho una foto.
En los alrededores se encuentran el resto de instalaciones deportivas edificadas para los Juegos Olímpicos de 1936, lo que da una perspectiva de su tamaño y de la megalomanía de sus creadores.

Así nos han dado las tres de la tarde, hora española de comida, pero estábamos en Alemania. Sin idea fija hemos cogido, nos hemos bajado en Rosa de Luxemburgo y justo enfrente hemos encontrado un bar, escrito así, a nuestra manera, donde vendían hamburguesas.  Hemos cogido la ocasión por los pelos.

Después hemos montado en tranvía. Lo mismo que me gusta ver los ríos de las ciudades por donde paso, -por cierto, el de Berlín se llama Spree, no sé si lo había comentado ya-, procuro también subir a este medio de transporte cuando los lugares lo ponen a mi disposición. Como tenemos la tarjeta de transporte, nos hemos subido en la primera parada que hemos encontrado, hemos llegado hasta el final, hemos vuelto para atrás, nos hemos bajado donde nos ha parecido y hemos terminado en Alexanderplazt.

A las seis teníamos entradas reservadas para un concierto en el auditorio de la Filarmónica de Berlín. Resumo: proyección de película muda con texto en alemán y música en directo; el edificio magnífico, el auditorio aún más, la música estupenda, y la película, entendida sólo a trozos.
Aprovechando que la noche estaba serena y fresca pero no fría, hemos vuelto a casa por la calle de las embajadas que aloja los edificios que su nombre indica. Todas modernas, con menos de veintiséis años, menos la italiana, alojada en un edificio neoclásico que debe ser el único que quedó en pie después de la guerra.

Mañana último día. Postdam.

Día de museos



Ha nevado. Al levantarnos hemos visto el suelo blanco y la nieve que continuaba cayendo. Hace menos frío.

Anoche no escribí porque llegué al hotel con mucho frío y como no entraba en calor me metí en la cama. Dormí estupendamente y hoy, según lo planeado hemos ido de museos.

Por la mañana al Neues Museum, a conocer un poco más de la historia antigua y el edificio, que como todos en esta ciudad está reconstruido, pero que me ha gustado mucho, sobre todo, precisamente, la forma en que Chipperfiel lo reformó, dejando visible los distintos estadios de su trayectoria.

Su contenido está formado por una inabarcable colección de objetos de distintas épocas, fundamentalmente griegos, romanos, y sobre todo, egipcios.

Y por supuesto, entre estos últimos destaca la reina que sigue reinando muchos siglos después, ahora en su museo, en su sala sola para ella. Con su largo y delicado cuello, con sus delicados colores y su tocado imposible, sin su oreja izquierda y sin un trozo de la derecha, su único ojo parece que nos inquiriese directamente. Situada entre cuatro cristales de grosor considerable, si se la mira desde atrás, el juego de luces hace que parezca que a su vez ella se mirara eternamente, coqueta, en un espejo que sólo puede devolverle su imagen matizada.

Después de comer hemos entrado en el Museo de Pérgamo, y aunque la pieza que le da nombre está en restauración y la fachada también, me ha gustado muchísimo.

La reconstrucción de la puerta de Istar –diosa babilonia del amor y de la guerra, de los dos juntos, como si ya en la antigüedad los hombres fuesen conocedores de que ambos son dos caras de la misma moneda-, y de la puerta del mercado de Mileto, las maquetas, las piezas de arte árabe, asirio y griego, la grandiosidad y la perfección de muchas de ellas, hacen que me parezca un museo imprescindible si se tiene la suerte de visitar esta ciudad.

También hemos aprendido algo sobre los negocios de compra venta de obras de arte entre los dirigentes  y poderosos de los diferentes países.

Al salir había niebla lluviosa, la nieve había desaparecido de la calzada casi por completo e íbamos a ir al Memorial, pero allí había hielo, hemos patinado un par de veces y, ante la perspectiva de rompernos una pierna, hemos cambiado de opinión y nos hemos ido a tomar un helado.

La ciudad alternativa


22 de enero de 2016

Jorge se ha traído a Berlín un gorro de cosaco que tiene una placa con la hoz y el martillo. Tiene además, Jorge, un abrigo azul fosforito que le distingue de los colores negros u oscuros de la gran mayoría. Y ambas cosas me vienen al pelo para encontrarlo a primera vista. No es que haya demasiados turistas en esta ciudad y en este momento, pero ayer, sin ir más lejos, camino de Sachsenhausena bajando del tren ambos nos despistamos del grupo, perdimos el autobús y nos tocó caminar dos kilómetros, pero gracias a lo colorido de su indumentaria siempre lo encuentro en las multitudes.

Hemos dedicado la mañana al Hamburguer Bahnhof, un museo con arte del siglo XX y que podríamos considerar organizado en tres apartados diferentes. En el ala derecha, según se entra, destacan el gran formato en general de las obras expuestas y el número de las mismas. Más allá de las sopas Campbell y la botella de Coca Cola de Andy Warhol y sus cuadros de Marilyn, Mao, Elvis, zapatos cuchillos y algún elemento más que ya se ha perdido de mi memoria.

Cuando se visita un museo, a no ser que se tomen notas, la mayoría de las cosas no se recuerdan ni siquiera en el momento de salir. Al menos a mí me pasa, por eso no puedo recordar ya al autor de dos cuadros enfrentados, del mismo estilo y cuya característica fundamental era el brillo de sus colores, ni al de tres fotografías fantásticas.

Si me acuerdo de Kiefer, Anselm Kiefer, al que no conocía de nada, pero una de cuyas obras me ha impresionado tanto por la angustia que provocaba que he memorizado su nombre para buscar después información sobre su obra y su vida.

Desconozco el título de la obra porque estaba en alemán: un vestido con cristales clavados de tamaño considerable en forma de trapecios . Por la forma podíamos intuir una mujer por debajo. La escultura no tenía cabeza.

En la parte izquierda del museo hemos encontrado una pequeña muestra de pinturas y esculturas catalogadas por los nazis como arte degenerado.  pero que tuvieron suerte y se salvaron de la quema. Entre ellos un picasso y varios cuadros de artistas italianos.

La tercera parte de la que hablaba es la parte mayor y me parece que es un lugar de experimentos en el que la primera pregunta que me sugiere es qué se puede entender por arte. Había vídeos, noticias de periódicos, una especie de taller, había cosas colocadas sin orden ni concierto, algo que podía considerarse el rodaje de una película, un apartamento de enanos (por lo pequeño), en fin, cientos de cosas, y entre ellas, en unas sala, dos monitores de televisión enfrentados, uno en cada extremo. En uno de ellos, un hombre gritaba continuamente, en el otro, un hombre bailaba. ¿Y en medio, qué?

La incomunicación.

A las dos y cuarto teníamos cita para una visita guiada por el Berlín alternativo, o sea, para ver grafitis. Y ha sido muy interesante. Partiendo de la ex-casa okupa Tacheles, hemos visto, desde cierta distancia, eso sí, el único dibujo de Banksy en la ciudad, hemos entrado en la sala de baile más antigua de la ciudad, recuerdo de los alegres años veinte, decorada aún como entonces y a la que me gustaría volver a tomar una cerveza, pero me parece que ya no tendremos tiempo; en el barrio judío hemos encontrado la sinagoga que buscábamos ayer, patios, tiendas y bares completamente alternativos y el callejón del Pollo Muerto y hemos aprendido el porqué de tan curioso nombre; tras la pausa y un café hemos recorrido los grafitis del Muro y hemos vuelto a cruzar el puente Rojo, de nombre oficial impronunciable en alemán, para terminar en el mismo barrio que ayer. El barrio turco se llama, pero nosotros no lo sabíamos.

Cuando las potencias se dividieron Berlín al final de la guerra, esta zona quedó bajo la influencia de los americanos, que como siempre negociaron con posterioridad según sus intereses: si Turquía les permitía construir una base en su territorio, ellos concederían visados a los turcos para que pudieran trabajar en la reconstrucción de la ciudad. El número, por lo visto, se les fue de las manos, tanto como para provocar el cambio de nombre del barrio.

Durante todo el recorrido hemos ido conociendo también las presiones urbanísticas de la ciudad tras la caída del muro, casos de especulación y los movimientos de personas producidos cuando los barrios marginales se transforman en sitios de moda.

Al terminar el guía nos ha recomendado un bar para tomar una cerveza de las de Alemania – medio litro, positivo en el control de alcoholemia en España- y allá que nos hemos ido. Era un bar grande, con mesas, de reuniones y charlas… y con sala de fumadores.

Ni qué decir tiene que ha sido uno placer enorme tomar una cerveza, fumar, charlar y estar en un sitio caliente todo a la vez. Y mayor placer aún por la rareza de semejante oportunidad en los tiempos que corren.

Al salir hacía muchísimo frío y he llegado a casa helada.

Mañana, las letras del tiempo de Internet dicen que nevará.

jueves, 21 de enero de 2016

Resumen del día y algunos datos prácticos


Mi parapeto contra el frío está constituido por camiseta y pantalones térmicos, otros pantalones con forro polar por debajo y capa impermeable aunque fina en el exterior, sudadera, abrigo de plumas, gorro, bufanda y guantes. ¿El resultado?  Que ir al baño resulta ser una tarea muy dificultosa. Procuro beber poco durante el día para visitarlo lo menos posible.

Hoy hemos pasado la mañana y parte de la tarde envueltos en múltiples acentos castellanos  con los españoles en minoría, lo que me ha recordado el potencial de una lengua con tantos millones de hablantes en ámbitos geográficos tan diferentes y distantes.

Hemos recorrido los restos y la recreación del campo de concentración de Sachenhausen, hemos visto fotografías y hemos conocido historias, pero en la tranquilidad y el silencio del lugar y en la blancura de los campos cubiertos de nieve, entre la suavidad de nuestras pisadas era muy difícil imaginar el horror, la miseria, el hambre, la muerte. Y el frío.

En la comodidad de mi estado de turista bien pertrechada no he podido individualizar víctimas de la maldad sin sentido. Tampoco verdugos.

Por la tarde hemos tomado un café en un bar de los que ya casi no quedan en Madrid, de luces matizadas y conversaciones tranquilas, de solitarios, parejas o tríos, de lecturas, y de trabajo o placer con el portátil, en un gesto de adaptación a los tiempos.

En el exterior tenía luces de colorines y le he dicho a Jorge que en España habríamos pensado en un club de alterne. Me ha contestado que estoy un poco retrasada, que me dé una vuelta por Malasaña y que clarísimamente estábamos en un bar de híspers.

Clarísimamente, también, le he tenido que preguntar qué era un hisper.

Hemos terminado la tarde noche, en el sentido literal, porque era nuestra tarde pero hacía un buen rato que había anochecido, paseando la East Gallery, es decir el tramo del muro pintado con grafitis por artistas de todo el mundo. Algunos son fantásticos, y el conjunto es muy curioso por las diferentes interpretaciones sobre un mismo hecho que pueden contemplarse juntas.

A pesar de que los carteles avisan de que “manchar las pinturas puede acarrear multas de 95.000 euros”, lo cierto es que hay tramos que están llenas de otros grafitis sobrepuestos, firmas, dibujos y textos, entre los cuales no podían faltar algunos en nuestra lengua madre.

Después de cruzar el Spree, que según  Jorge es poco más río que el Manzanares por el puente Rojo, llamado así por el color de los ladrillos y no de la política hemos vuelto al hotel en metro. Estamos amortizando bien el billete de turista.

Por cierto, que ayer se me olvidó comentar que en los accesos al metro y al tren no existen tornos ni controles de ningún tipo. Sí hay revisores.

miércoles, 20 de enero de 2016

Primeras impresiones





Hemos dormido como marmotas, lo que seguro no extrañará a la gente que nos conoce; la nieve se va deshaciendo pero en los parques, jardines y calles menos transitadas aún queda la suficiente como para darse el lujo personal de dejar una huella efímera; por supuesto sigue haciendo mucho frío aunque no lo notamos demasiado porque vamos pertrechados; las botas del Decathlon, una maravilla, mis pies siempre calientes.

En el Free tour de la mañana, con guía español, hemos visitado los no lugares, es decir aquellos en los que los testigos de la realidad previa de la ciudad desaparecieron a consecuencia de las bombas, de la euforia o del interés en borrar la historia para evitar la posibilidad de que fuese convertida en símbolo.

Hemos aprendido a descifrar el recorrido del Muro en sus adoquines, y la pertenencia en su momento al sector oriental o al occidental de ambos lados de la misma calle, en las placas incrustadas en el. También hemos descubierto que los semáforos son distintos en ambas zonas: en lo que fue Berlín capitalista son iguales que en el resto de Europa; en el área que fue comunista el peatón es un señor con sombrerito con nombre propio, Ampelmännchen, (“hombre del semáforo” en alemán).

El guía nos ha contado que al inicio de la reunificación proyectaron reunificar también estas señales, pero cambiaron de idea porque se dieron cuenta de que los niños identificaban mejor al señor del sombrerito. Dejaron las cosas como estaban y en la actualidad se ha montando en torno a él toda una industria de souvenirs, por cierto, bastante cara. ¡Cómo cambian los tiempos!

Hemos gastado la tarde paseando desde Alexanderplazt hacia la zona soviética, con edificios ahora rehabilitados que han atenuado las diferencias. Por cierto que Berlín es una ciudad muy bien documentada, con carteles en cualquier lugar ilustrativos de los múltiples procesos que la fueron cambiando y definiendo desde principios del siglo XX hasta la actualidad.

Después, para amortizar la tarjeta de transportes, hemos cogido el metro y nos hemos dirigido a ver la Topografía del Horror, nombre que suena fuerte, pero que me parece también muy descriptivo. Dedicado a las actividades de la Gestapo, las SS y los servicios secretos, no se ha escatimado ninguna información. Es un museo pequeño pero imposible de asimilar en una sola visita, en el que pueden verse fotografías comentadas de un enorme valor testimonial, periódicos de la época, documentos oficiales, comunicaciones internas entre los líderes, fichas raciales y, en general, cualquier documento que puede resultar interesante para exponer cómo funcionaron las cosas.

Organizado en distintos apartados, ninguno que pueda ser importante ha quedado en el olvido. Los países invadidos de Europa, uno por uno, la responsabilidad de los líderes, la participación de los miembros del partido, la fotocopia de una carta anónima instando a intervenir en contra de un judío, las víctimas, los verdugos, los culpables y las consecuencias.

Hace poco he terminado de leer los Diarios de Berlín, y me preguntaba por los motivos  de la importancia de Wilhemstrasse. Esta tarde he encontrado la explicación en una maqueta del  museo: salvo la Cancillería del Reich, todos los órganos de poder de la época se ubicaban en esta calle,

De vuelta a casa he decidido que el metro de Berlín es rápido, puntual y muy cómodo, entendiendo por cómodo el hecho de que a lo largo del día lo hemos cogido tres veces con trasbordo y siempre nos hemos sentado desde el principio.

Bueno, menos una en que no hemos querido.

martes, 19 de enero de 2016

Berlín, por fin


El viaje era una asignatura pendiente desde el verano de Italia y  una casilla por rellenar en el cuadro de proyectos.

Mientras iban quedando atrás por unos días los agobios habituales, el avión se elevaba y amanecía sobre Madrid dibujando en el horizonte circunferencias concéntricas de la Tierra, el cielo ya iluminado por los rayos nacientes y otra zona todavía sumida en la noche.

Después ha terminado de amanecer y yo me he dormido.

Un viaje absolutamente tranquilo nos ha depositado, a las diez y media, con sol y diez grados bajo cero, en una ciudad blanca. Sí, María, he tenido suerte. He visto Berlín nevado, como en las películas.

Tras deshacernos temporalmente de las maletas a cambio de euros nos hemos dedicado a callejear. Jorge ya había estado aquí;  en su momento me abandonó por sus amigos y ahora, a cambio, me aprovecho de sus conocimientos, dado el control que ha demostrado tener de los lugares por los hoy hemos circulado. También lo utilizo de intérprete porque el alemán (el idioma) es una cosa imposible y de mi inglés no me fío.

Nuestro paseo sin rumbo ha incluido en este orden la travesía del Tiergarten, restos varios del Muro, más restos de otro muro que en otra época formó parte del refugio antiaéreo, el Ministerio de Economía actual, sede de la Lufwafe y ministerio de Goring durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los pocos que se salvaron de los bombarderos, el Checkpoint Charlie y el exterior del Museo de los Horrores.

Después de comer, el Reichtag. Con cita previa, como el médico.

He de decir que a la entrada me he sentido un poco oveja, porque éramos un grupo muy numeroso y por cómo nos conducían de un sitio a otro con señas y palabras cortas y elementales. Esto no es una crítica a los organizadores, sino un intento de explicación, porque una puede entender que en semejante babel los gestos constituyen la única posibilidad.

La cúpula de sir Norman Foster espectacular en mi opinión, ecológica según la audioguía,   maravillosa por el contraste y la interacción entre los cristales (hoy, además, con nieve), los espejos, la altura, el larguísimo embudo vertical que recoge el H2O caído por el óculo superior abierto y la aún más larguísima rampa horizontal (o casi horizontal, que por algo es una rampa). La perspectiva incluye además, hacia abajo, el salón de plenos del Bundestag con las ultramodernas sillas azules de sus señorías alemanes incluídos y hacia el lateral, un ángulo de 360 grados sobre la ciudad.

A todos estos efectos hoy se ha añadido la espectacularidad de la puesta de sol.

En la base de la cúpula puede visitarse una exposición permanente de fotografías sobre el propio edificio, su historia y sus historias. Una me ha llamado la atención. Fue tomada en el momento de la caída del Muro, cuando la gente se volvió y loca y comenzó a romperlo con cualquier cosa que tuviera a mano y le sirviera para la ocasión. Un chico con cara de asombro y alegría atraviesa el agujero en la dirección prohibida durante tanto tiempo.

En la película El puente de los espías otro chico más o menos de la misma edad, con cara de angustia, intenta traspasar el Muro antes de que cierren el único sitio que aún se lo permite. Los dos son jóvenes, los dos quieren salir, los dos buscan horizontes. Ambos van en bicicleta.

 Aquí anochece sobre las cinco.

Mañana iremos a la Puerta de Bradenburgo para hacer un free tours y después aguantaremos en la calle mientras soportemos las gélidas temperaturas. Jorge dice (con razón) que no me queje porque fui yo la que se empeñó en venir en esta época precisamente… ¡porque quería sentir el frío de verdad!

lunes, 4 de enero de 2016

Nuevo año

Las mayúsculas y el orden introducen un ligero cambio de significado: Año Nuevo, nuevo año. Cuando el último Año Nuevo es ya recuerdo, queda la perspectiva de un nuevo año con fecha de caducidad conocida.

Estrenar año es como estrenar zapatos, aunque nos sienten bien y nos resulten cómodos es muy probable que nos hagan daño.

Después de casi cuatro meses viviendo en las llanuras de Bruselas, Guillermo volvió con ganas de montañas, así que aprovechando su deseo, la disposición del tiempo cronológico y la bonanza del atmosférico, ayer fuimos a Cercedilla con ganas de caminar. No madrugamos.

Una vez allí, empezamos tomando un café para seguir las habituales buenas costumbres e iniciamos el ascenso. Al principio por la calzada romana, luego por un tramo entre piedras y escalones, y por último transitando por la Carretera de la República mucho mejor asfaltada y con una pendiente sostenida pero más fácil de salvar, llegamos hasta la Ducha de los Alemanes, una cascada con bastante agua dada la sequía prolongada de las últimas estaciones, donde especulé con la posibilidad de que debiera su nombre al hecho de que los soldados alemanes se hubieran bañado allí en los ratos libres que les dejaba una guerra que no era su guerra, porque me acordé de que mi abuelo siempre decía que los había visto bañarse en el Pilde, o sea, en el río de mi pueblo, en aquella misma época, en el mes de febrero. Él lo comentaba con admiración, por el hecho de que pudieran meterse en el agua con las temperaturas propias de Burgos, del mes de febrero, y del mes de febrero de aquellos años tan anteriores al calentamiento global y a las comodidades posteriores.

Contemplando el verdor de los pinos, la evolución de las nubes, los valles en los lugares en los que la ausencia de árboles nos lo permitía, la fina y discontinua capa de nieve en algunas laderas, los restos muertos de los helechos y las curvas que nos iban precediendo, escuchando a ratos el ulular del viento del que nos protegían los árboles, llegamos hasta el mirador dedicado a Vicente Aleixandre, donde leímos sobre una enorme piedra de granito su verso:

 «Sobre está cima solitaria os miro
campos que nunca volveréis por mis ojos
piedra de sol inmensa, eterno mundo
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza.»

Sentados en el mirador de Luis Rosales, mientras admirábamos la vasta, impresionante y bellísima vista que desde allí se pierde, mientras Guillermo y Luci intentaban localizar referencias geográficas de todo tipo, nos comimos el bocadillo. Luego abandonamos a los poetas y comenzamos el descenso.

Antes de volver a Madrid pasamos por San Lorenzo de El Escorial y Villalba. Aquí cenamos, bebimos y vimos a la familia; allí no hicimos gran cosa, llegamos tarde, dimos un paseo por los alrededores del monasterio y una vuelta por la plaza y las calles aledañas, siguiendo a las figuras de un enorme belén con muchos integrantes pero sin el Niño, sin la Virgen y sin San José, protegidos en el interior de un edificio con una larga cola de visitantes esperando en el exterior. Mientras lo recorrimos con el coche para marcharnos, descubrí que en amplias zonas es, como Rivas, un pueblo fantasma.

Habían pasado más de treinta años desde mi última visita a San Lorenzo, pero hubo una época, alrededor de mis dieciocho años, en la que íbamos casi todos los fines de semana. La familia de un ácrata chico bien que conocíamos tenía allí un caserón desvencijado donde dormíamos gratis, hecho que se acomodaba muy bien con nuestras míseras economías de entonces. Fue allí, en sus cuestas, con una bicicleta prestada y unos tacones imposibles, donde me rompí el pie, me destrocé la cara y me dejé la piel de las manos, todo en una sola caída. En lugar de volver a Madrid nos quedamos para aprovechar la fiesta de Guadarrama.

Ayer recordé lo que recuerdo de aquella época, pero recordé sobre todo lo que he olvidado: el lugar donde estaba la casa y su descripción más allá del enorme tamaño, las personas que me acompañaron reducidas ahora a los tres únicos nombres que aún puedo evocar, Nati, Antonio, Paula,  el coche ruinoso sin marca en mi memoria, el tiempo, divertido pero sin divertimentos concretos para llenar tantos días, y yo diluida en todos estos datos y en otras nimiedades en las que me miro sin reconocerme.

Así fue mi dos de febrero de dos mil dieciséis. El uno lo había dejado pasar entre un ataque profundo de claustrofobia psicológica y varios leves. Hoy es tres, mañana es el cumpleaños de Jorge y al día siguiente Guillermo volverá a sus llanuras.

Espero que durante los próximos trescientos sesenta y tres días el mercado de la vida nos provea de tiritas suficientes para curar las rozaduras.