Habitualmente no
compro revistas del corazón, o lo que es lo mismo prensa rosa, o lo que viene a
significar ídem, cotilleos.
Habitualmente,
pero en las últimas semanas he hecho muchas excepciones a esta regla, siempre
con la misma actitud.
Tras echar un
ojo a todas las portadas y comprobar que sólo variaban en la proporción relativa del tamaño de la foto de los mismos “personajes”,
cogía una cualquiera. Después, para cambiar de actividad y por aburrimiento,
leía los titulares grandes y se la pasaba a mi madre que se encargaba de
amortizar la compra.
Pero un día sí
que elegí. Ese día llamó mi atención la portada de Hola, con la foto (y la
exclusiva) a página completa de Preysler y Vargas Llosa en Nueva York, inaugurando
una tienda.
De golpe me
produjo urticaria la visión de tanto dulzor, tanta azúcar, tanta melaza, tanta
miel y tantas rosas, tanto trapo de diseño, tanto maquillaje insuperable, tanto
pelo en su sitio, tanta falta de arrugas, tanto artificio, tanto estilo, tanta
importancia, tanta expectativa, tanta mentira, tanta perfección, tanta sonrisa,
tanto amor, tanta felicidad.
Tanta mierda.
Al final opté
por la publicación que mostraba en primera página las cuitas y contratiempos mucho
más a mi medida de María Teresa Campos y su hija, no recuerdo si era Lecturas
o Semana.
He de decir que
no acerté con la elección, porque entre los colaboradores con sección fija encontré
a J. J. Vázquez, y me jodió que a consecuencia de mi ignorancia una parte del
euro y pico que yo había pagado por la revista acabara en sus manos.
Hoy he comprado
Pronto.
Y mañana
volverá la rutina.
Se acaba el
verano y terminan mis vacaciones. De ambos quedarán el calor insoportable de
julio, cenas y cafés en compañía de amenas conversaciones, algunas risas, los
libros leídos, muchas reflexiones, el vermú en Casanova el día de San Roque, el
fin de semana en el pueblo de Begoña, la simpatía y vitalidad de mi sobrina, los
reencuentros, el estupendo concierto de Serrat de anoche a pesar de la egolatría
de algunas espectadoras, y la fiesta del cinco.
Del resto… digamos
que el tiempo más apetecible lo gasté limpiando la cocina.
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