Sentir
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada…
Fragmento de Volver
Carlos Gardel.
Hace días que le daba vueltas a
la idea de escribirte esta entrada el diecisiete de octubre sin que nada se me
ocurriera que valiese la pena. Solo expresiones obvias y frases que por manidas
han perdido su significado.
No estoy segura de que lo que voy
a decir sea muy diferente, pero ayer por la mañana se me ocurrió algo.
Aparentemente, sin venir a
cuento como en tantas ocasiones, me encontré pensando a la vez en la estrofa
que cito al principio y en tu
cumpleaños. Intrigada por la simultaneidad de dos ideas tan diferentes me pregunté
por la causa.
No tengo nada que aclarar sobre
tu aniversario más personal, consecuencia del azar.
En cuanto a los versos, forman
parte de una canción de amor romántico, pero esto ni me interesa ahora ni viene
al caso. Bajo la mirada indiferente de las cosas de siempre, cuenta las contradicciones
de alguien que retorna a los paisajes que veinte años antes fueron testigos de
su felicidad y su hundimiento.
Es un viejo tango, visceral como
todos los tangos, a la vez triste y enérgico, descriptivo y expresivo, nostálgico
y desesperado. En la última estrofa, como en la caja de Pandora, una ínfima
esperanza de que pueda quedar lugar para su esperanza a pesar del tiempo y sus
efectos.
Es en el ritornello donde la canción afirma que “veinte años no es nada”. Yo
no estoy de acuerdo.
Veinte años explican las
diferencias entre cincuenta y un centímetros y un metro noventa, entre dos
kilos novecientos cincuenta gramos y lo que quiera que peses ahora, entre el
control externo y el autocontrol. En veinte años se evoluciona de actividades
impuestas a intereses compartidos, de posiciones estáticas a las dinámicas necesarias
para buscarse la vida lejos de casa, y solucionársela. Veinte años nos conducen
desde el llanto como único sistema de comunicación hasta el dominio de la
lengua materna con sus matices de dobles y triples sentidos (materna, no
paterna, cosas del vocabulario). Veinte años explican la distancia entre
decidir comportamientos, negociar, y aceptar; entre tener la sartén de las
decisiones por el mango y no tener sartén.
Sí. Salvo si nos quedamos
colgados de un amor en pretérito indefinido, veinte años son un camino muy largo
en el que no me ha quedado otro remedio que adaptarme a las exigencias de tus
tiempos, porque aunque sea tentador creer lo contrario, los padres siempre
vamos por detrás.
Finalmente he encontrado la
razón de la simultaneidad de pensamientos de la que hablaba al principio en el cruce entre el número veinte, mi
relación actual con el tempus fugit,
y las posesiones que este impostor imprescindible va dejando con parsimonia,
normalmente conocidas como experiencias.
Y una de mis experiencias me
dice que a pesar del mi “pesimismo
patológico que no hay Dios que lo aguante” no concibo la vida sin ti; así que
Dios no, pero tú tendrás que seguir aguantándolo. A él y a mis esfuerzos por
superarlo.
Para terminar, ahora sí, me
resta decirte lo obvio:
Besos y abrazos, viajes, amigos,
experiencia, diversión con sentido, y un poco de tiempo para estudiar,
Mami
P.D. Como chico listo y buen
psicólogo que eres, estoy segura de que sabrás ver todas las referencias personales
tuyas, mías, y tuyas y mías, presentes en estas palabras. Ya sabes, el contexto y
todo eso.
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