sábado, 17 de octubre de 2015

Que veinte años no es nada

Sentir
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada… 
Fragmento de Volver
Carlos Gardel.

Hace días que le daba vueltas a la idea de escribirte esta entrada el diecisiete de octubre sin que nada se me ocurriera que valiese la pena. Solo expresiones obvias y frases que por manidas han perdido su significado.

No estoy segura de que lo que voy a decir sea muy diferente, pero ayer por la mañana se me ocurrió algo.

Aparentemente, sin venir a cuento como en tantas ocasiones, me encontré pensando a la vez en la estrofa que cito  al principio y en tu cumpleaños. Intrigada por la simultaneidad de dos ideas tan diferentes me pregunté por la causa.

No tengo nada que aclarar sobre tu aniversario más personal, consecuencia del azar.

En cuanto a los versos, forman parte de una canción de amor romántico, pero esto ni me interesa ahora ni viene al caso. Bajo la mirada indiferente de las cosas de siempre, cuenta las contradicciones de alguien que retorna a los paisajes que veinte años antes fueron testigos de su felicidad y su hundimiento.

Es un viejo tango, visceral como todos los tangos, a la vez triste y enérgico, descriptivo y expresivo, nostálgico y desesperado. En la última estrofa, como en la caja de Pandora, una ínfima esperanza de que pueda quedar lugar para su esperanza a pesar del tiempo y sus efectos.

Es en el ritornello donde la canción afirma que “veinte años no es nada”. Yo no estoy de acuerdo.

Veinte años explican las diferencias entre cincuenta y un centímetros y un metro noventa, entre dos kilos novecientos cincuenta gramos y lo que quiera que peses ahora, entre el control externo y el autocontrol. En veinte años se evoluciona de actividades impuestas a intereses compartidos, de posiciones estáticas a las dinámicas necesarias para buscarse la vida lejos de casa, y solucionársela. Veinte años nos conducen desde el llanto como único sistema de comunicación hasta el dominio de la lengua materna con sus matices de dobles y triples sentidos (materna, no paterna, cosas del vocabulario). Veinte años explican la distancia entre decidir comportamientos, negociar, y aceptar; entre tener la sartén de las decisiones por el mango y no tener sartén.

Sí. Salvo si nos quedamos colgados de un amor en pretérito indefinido, veinte años son un camino muy largo en el que no me ha quedado otro remedio que adaptarme a las exigencias de tus tiempos, porque aunque sea tentador creer lo contrario, los padres siempre vamos por detrás.

Finalmente he encontrado la razón de la simultaneidad de pensamientos de la que hablaba al principio  en el cruce entre el número veinte, mi relación actual con el tempus fugit, y las posesiones que este impostor imprescindible va dejando con parsimonia, normalmente conocidas como experiencias.

Y una de mis experiencias me dice que  a pesar del mi “pesimismo patológico que no hay Dios que lo aguante” no concibo la vida sin ti; así que Dios no, pero tú tendrás que seguir aguantándolo. A él y a mis esfuerzos por superarlo.

Para terminar, ahora sí, me resta decirte lo obvio:


Besos y abrazos, viajes, amigos, experiencia, diversión con sentido, y un poco de tiempo para estudiar,

Mami
 P.D. Como chico listo y buen psicólogo que eres, estoy segura de que sabrás ver todas las referencias personales tuyas, mías, y tuyas y mías, presentes en estas palabras. Ya sabes, el contexto y todo eso.

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