jueves, 17 de septiembre de 2015

Hipólito

Tras muchos meses de ausencia volvió la lluvia a Madrid tan escasa como el pan en épocas de guerra, la madre de Cristiano Ronaldo ha abierto cuenta en Instagram y ya cuenta con más de 33 000 seguidores, J. J. Vázquez ha conseguido llenar un teatro de espectadores interpretándose a sí mismo.

Está claro que el mundo no funciona como me gustaría.

Convencida de que ellos ya definieron lo importante y de que los  que hemos llegado después nos limitamos a matizar, lo que viene a ser lo mismo que marear la perdiz, yo sigo con los clásicos, en este caso con las tragedias de Eurípides.

Hoy he leído Hipólito.

Me parece que no hay mucha gente interesada en estas historias, por otra parte disponibles en cualquier página de la web; como, además, son el poderío del texto original y los matices de los personajes los que prevalecen sobre lo contado, cometeré el atropello de desvelar el final sin sentirme culpable.

Teseo, el de Ariadna y el laberinto de Creta, casado con una amazona engendró un hijo al que bautizó (es un decir) como Hipólito. Con el paso de los años, resultó ser un muchacho protegido de Artemisa, amante de los caballos y de la caza, tan sobresaliente por su belleza y castidad que Afrodita, envidiosa, decidió castigarlo. A lo bestia, que en algo tenía que manifestarse el poderío de una diosa.

Mientras el muchacho crecía y era educado en otra ciudad, el padre enviudó, volvió a casarse, tuvo otros hijos  con la nueva mujer, y la vida siguió hasta que Fedra, así se llamaba la desdichada, conoció a Hipólito y siguiendo divinos designios cayó en brazos de Eros. (Principio del drama).

Loca de amor por él, consciente de la inviabilidad de su deseo, sucedió lo que suele en estos casos, descuidó a su persona, dejó de comer, empeoró su aspecto, (imagino que suspiraba por los rincones aunque eso el texto no lo dice), y caminaba sin rumbo por los lugares posibles evitando dirigirse al único deseado.

Asustada por estos síntomas y su mala apariencia, la nodriza de Fedra inquirió, y obtuvo de ella la confesión de su estado no sin antes haberle prometido mantener el secreto; mas en un intento de ayudar a deshacer el lío, cual Celestina adelantada a su tiempo, y tal vez conocedora de que sólo con su puesta en práctica se terminan este tipo de males, rompió la palabra dada haciéndole sabedor a Hipólito de las angustias que a su ama afligían.

Pero Hipólito, casto por naturaleza, dato importante, no lo olvidemos, rechazó a Fedra y aprovechó para humillarla soltándole una filípica sobre el sexo femenino y sus representantes. Viéndose traicionada, sintiéndose humillada, ella escribió una tablilla acusándolo de haberla seducido y se suicidó. (Continuación del drama. Hay más).

Volvió entonces Teseo, leyó el escrito y aprovechando la última maldición de las que aún disponía de las tres que Poseidón le había prometido, desterró a su propio hijo quien, lejos de su tierra, murió con posterioridad atropellado por un  carro. (Fin del drama).

Apareció Artemisa, consoló a Teseo, le explicó la historia a posteriori y ordenó al país que honrara la memoria de Hipólito. Y no lanzó un solo reproche a Fedra, porque entendía que habiendo cumplido los designios de su rival pero homóloga Artemisa sólo cabía el veredicto de inocencia.

En cincuenta y dos páginas pequeñas encontramos el amor como fuerza incontrolable y los tabúes del amor (Fedra), la utilización del último recurso disponible para la venganza (Teseo), la imposibilidad de actuar en contra de la antinatural naturaleza de uno mismo (Hipólito), el error de creer en la universalidad de los principios propios (la nodriza), la importancia de la muerte honrosa, las circunstancias incontrolables como poderes superiores que determinan las vidas de los hombres (Afrodita).

Y después de la tragedia, la explicación, el intento de consuelo, y la devolución de las aguas a su cauce con el menor daño posible (Artemisa).

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