Tras muchos
meses de ausencia volvió la lluvia a Madrid tan escasa como el pan en épocas de
guerra, la madre de Cristiano Ronaldo ha abierto cuenta en Instagram y ya
cuenta con más de 33 000 seguidores, J. J. Vázquez ha conseguido llenar un
teatro de espectadores interpretándose a sí mismo.
Está claro que
el mundo no funciona como me gustaría.
Convencida de
que ellos ya definieron lo importante y de que los que hemos llegado después nos limitamos a
matizar, lo que viene a ser lo mismo que marear la perdiz, yo sigo con los
clásicos, en este caso con las tragedias de Eurípides.
Hoy he leído Hipólito.
Me parece que
no hay mucha gente interesada en estas historias, por otra parte disponibles en
cualquier página de la web; como, además, son el poderío del texto original y
los matices de los personajes los que prevalecen sobre lo contado, cometeré el
atropello de desvelar el final sin sentirme culpable.
Teseo, el de
Ariadna y el laberinto de Creta, casado con una amazona engendró un hijo al que
bautizó (es un decir) como Hipólito. Con el paso de los años, resultó ser un
muchacho protegido de Artemisa, amante de los caballos y de la caza, tan sobresaliente
por su belleza y castidad que Afrodita, envidiosa, decidió castigarlo. A lo
bestia, que en algo tenía que manifestarse el poderío de una diosa.
Mientras el
muchacho crecía y era educado en otra ciudad, el padre enviudó, volvió a casarse,
tuvo otros hijos con la nueva mujer, y
la vida siguió hasta que Fedra, así se llamaba la desdichada, conoció a
Hipólito y siguiendo divinos designios cayó en brazos de Eros. (Principio del
drama).
Loca de amor por
él, consciente de la inviabilidad de su deseo, sucedió lo que suele en estos
casos, descuidó a su persona, dejó de comer, empeoró su aspecto, (imagino que suspiraba por los rincones aunque
eso el texto no lo dice), y caminaba sin rumbo por los lugares posibles evitando
dirigirse al único deseado.
Asustada por
estos síntomas y su mala apariencia, la nodriza de Fedra inquirió, y obtuvo de ella
la confesión de su estado no sin antes haberle prometido mantener el secreto; mas
en un intento de ayudar a deshacer el lío, cual Celestina adelantada a su
tiempo, y tal vez conocedora de que sólo con su puesta en práctica se terminan
este tipo de males, rompió la palabra dada haciéndole sabedor a Hipólito de las
angustias que a su ama afligían.
Pero Hipólito, casto
por naturaleza, dato importante, no lo olvidemos, rechazó a Fedra y aprovechó
para humillarla soltándole una filípica sobre el sexo femenino y sus
representantes. Viéndose traicionada, sintiéndose humillada, ella escribió una
tablilla acusándolo de haberla seducido y se suicidó. (Continuación del drama. Hay
más).
Volvió entonces
Teseo, leyó el escrito y aprovechando la última maldición de las que aún
disponía de las tres que Poseidón le había prometido, desterró a su propio hijo
quien, lejos de su tierra, murió con posterioridad atropellado por un carro. (Fin del drama).
Apareció Artemisa,
consoló a Teseo, le explicó la historia a posteriori y ordenó al país que honrara la memoria de Hipólito. Y no lanzó un solo reproche a Fedra, porque entendía que habiendo cumplido los designios de su rival pero homóloga Artemisa sólo cabía el veredicto de inocencia.
En cincuenta y
dos páginas pequeñas encontramos el amor como fuerza incontrolable y los tabúes del amor (Fedra), la
utilización del último recurso disponible para la venganza (Teseo), la imposibilidad
de actuar en contra de la antinatural naturaleza de uno mismo (Hipólito), el
error de creer en la universalidad de los principios propios (la nodriza), la
importancia de la muerte honrosa, las circunstancias incontrolables como poderes
superiores que determinan las vidas de los hombres (Afrodita).
Y después de la
tragedia, la explicación, el intento de consuelo, y la devolución de las aguas
a su cauce con el menor daño posible (Artemisa).
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