Como ya el
título indica, esta es la historia de una mesa. También de algunos figurantes;
pero identificarlos carece de importancia para los hechos que se pretenden
relatar, por lo que les llamaremos Conjunto X cuando hablemos de todos, y X al
mencionar a cualquiera de sus elementos individuales o agrupados.
Si de una
persona se tratara, diríamos que nuestra protagonista conoció al Conjunto X cuando
ya era anciana, pero como es un mueble, afirmaremos que ya era vieja cuando se
cruzó en las vidas del resto de personajes de este cuento.
Era vieja y
estaba vieja, con una vejez que se escapaba a través de la madera mutilada de
sus esquinas, de sus patas y de las esquinas de sus patas; que se escapaba por
las múltiples capas de colores desconchados que manifestaban su trayectoria de
cambios y los cambios de sus sucesivos propietarios.
Había sido
además considerada inservible, porque fue encontrada en la basura.
Pero en tiempos
de casas de alquiler y muebles de reciclaje, algún X comprendió que aquel
desecho tenía la altura justa y un tablero horizontal sobre cuatro patas. Sobre
la marcha decidió que eran las únicas condiciones indispensables en una mesa
proporcionándonos, a ella una nueva oportunidad de vivir, y a mí la oportunidad
de inventarme esta historia.
Así su
recorrido conocido empieza en un cubo de basura y continúa subiendo a un cuarto
piso y aposentándose en un saloncito mini mini. Vestida con los mismos trajes, tiempo
después bajó de nuevo las mismas escaleras, subió otras y terminó instalada, siempre de
paso, en un cuarto de estar diferente, este un poqui…ito menos mini.
Fue en un
penúltimo descenso, mientras otro definitivo viaje al contenedor terminaba, cuando
en un arrebato de coquetería la mesa decidió mostrar a los X que su colorida
vestimenta escondía brillantes tablas de madera ensambladas milimétricamente.
Volvió a subir
escaleras y volvió a ocupar otro centro. Esta vez sí, de un salón salón.
De forma
simultánea a todo este trajín, algunos de los componentes del Conjunto X desarrollaban
intereses y aficiones, a veces complementarios, que acabarían por converger.
Y por divergir.
Comenzó la
transformación.
De la mesa. Que
acabó libre de las capas añadidas una a una. Que fue curada de las heridas y
arañazos con los que el tiempo y los sucesivos propietarios habían pagado sus
servicios. Que recuperó su madera esencial y quedó dispuesta para lucir
cualquier traje posible.
Fue sólo un
paso inicial.
La mesa vio
tapadas de nuevo sus desnudeces, con un barniz transparente que insinuaba sus
nobles vetas, con ornamentos copiados de algún viejo título de algún X. Con
mimo. Con el resultado último de un lucimiento esplendoroso; tanto, que se
encerró en una sábana para evitar el polvo.
De esta manera
se protegía el día que le fue presentada en su nuevo estado a un X, quien impresionado por aquella belleza y llevado por su atrevimiento, solicitó el
usufructo temporal de la joya, ofreciéndole así la oportunidad de salir del
escondrijo y lucirse.
No hubo ni quórum
ni decisión.
El reloj siguió
su curso y la mesa continuaba su existencia
estúpidamente protegida bajo la sábana. Al menos eso creían los X que en un encuentro como
tantos se toparon con la ¡sorpresa!
En el centro de
un salón, en el mismo lugar central que había ocupado en cada una de sus casas,
brillante y agradecida tras las múltiples cirugías, lucía su nueva vida.
Había llegado
para quedarse.
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