Miradme
en esta foto, mientras soy princesa, antes de ser depuesta de todos los tronos
salvo del corazón de mi abuelo, lo cual no es mucho, porque todo el mundo sabe
que mi abuelo tiene mal carácter.
Me
gustaría contaros mi pequeña historia, ahora que acabo de cumplir un año. Y, no
sé porqué, pero me parece que un año es una fecha importante para vosotros.
Diréis
que una niña tan pequeña no posee el don de la palabra, sólo el de los ruidos.
Tendréis
razón, pero tengo dos poderosos contraargumentos. Uno, que a tan corta edad no
se habla, pero nadie ha demostrado que no se piense. Y dos, que en todos los
cuentos de princesas existe un hada buena encargada de hacer realidad sus
deseos.
Y
mi deseo es contaros que en esta fotografía veo una princesa en blanco, recién
vestida para la foto. Blancos zapatitos con hebilla y sin adornos; blancos
calcetines de doblez perfecto; blanco vestido de vuelo y frunces, de cuello
bebé bordado, de puntillas en las mangas cortas.
Es
verano.
Creo
que a mi madre le parezco preciosa tan arregladita, aunque me gustaría decirle
que casi siempre prefiero vestir de plebeya y poder jugar con el barro. Cuando
crezca, cuando sea grande como ella, ¿me seguirá gustando el color blanco, o lo
consideraré sucio o incómodo, e incluso feo?, ¿me sentiré a gusto vestida de
blondas?
Con
esto siempre tengo dudas, porque hay una cosa relacionada que vosotros llamáis
moda que no tengo ni idea de lo que significa.
La
foto muestra mis piernas, regordetas, dobladas, porque aún no estoy muy ducha
en esto de caminar. Tendré que seguir practicando. Tengo mucho tiempo.
Las
rodillas. Me da que no cambiarán demasiado.
Los
brazos, también regordetes, también hacia el exterior, para ayudarme a guardar
el pobre equilibrio que me mantiene. Veréis que muestro ya claras preferencias
diestras sujetando una rebanada de pan. Grande, para mi diminuto tamaño.
¡Uf!
¡Cómo me gusta el pan! Espero poder seguir comiéndolo siempre, siempre,
siempre.
Ahora
os contaré un secreto, pero si no se lo decís a nadie.
Cruci.
En
esta foto me gusta mi cara. Una carita redonda enmarcada en un pelo por crecer
de bucles insinuados. Una carita con nariz pequeña y barbilla pronunciada, ojos
que interrogan al mundo y boca de comisuras que miran al suelo.
Si
¡por fin! en algún momento llego a ser mayor, ¿seguirán mis ojos observando con
curiosidad, o por el camino se cansarán de mirar y se volverán miopes? ¿Serán
capaces de encontrar soluciones para mis cosas? ¿Se hará tan pronunciada mi
simpática barbilla de ahora como para transformarme en bruja al alcanzar la
edad de mi abuela? ¿Anticipa mi boca mi pesimismo?
¡Ya!
Ahora
que he satisfecho mi deseo contándoos este cuento, el cuento no tiene sentido,
porque cuando ¡por fin! tenga recuerdos habré olvidado para siempre los
recuerdos de ahora. Ahora que soy princesa feliz.
Entonces
sólo quedará esta vieja fotografía.
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