(Sic).
Lansquenete.
Sin poder
especificar más detalles, conocía que la primera palabra se relacionaba de
alguna manera con la mención de citas en textos escritos, y jamás con
anterioridad había tenido el placer de cruzarme con la segunda.
En este momento
me complace haber rellenado la laguna, sin que a mi pesar pueda explicar a
quién debo darle las gracias, si al azar que decidió jugar conmigo, o a la
tenacidad de ambos vocablos que insistieron hasta llegar a ser conocidos por mí.
Me explico.
En un intervalo
de tiempo que no llega a sumar una semana, desde el último jueves, me he
encontrado con “(sic)” en una biografía, en los recuerdos transcritos de un
viaje, en un artículo del periódico y en un correo burocrático al que el
susodicho (sic) hacía incomprensible. Y cada vez yo me decía por lo bajini: “tengo que buscar su definición”.
Después me iba con otra historia y el “tengo que…” seguía sumando en la columna
del debe.
En la misma
biografía me tropecé, también el jueves pero por primera vez, con “lansquenete”.
Por el contexto (el libro), decidí que era una palabra alemana sin lugar posible
para ella en ninguno de mis diccionarios.
Pero ¡oh
casualidad!
La pérdida de
tiempo por Facebook, esa misma noche, me condujo a un artículo del escritor
Luis García Montero en el que evocaba un recuerdo personal de García Márquez.
¡Y a la
palabreja!
Dos
pensamientos simultáneos me asaltaron. Uno, lo erróneo de mis primeras
conclusiones. Dos, “tengo que buscar su definición”.
Finalmente,
cuando esta tarde ha vuelto a asaltar mi tranquilidad, he decidido mover el
trasero del sofá y terminar de una tacada con ambas dudas semánticas.
A la otra, la
de por qué razón algo tan absolutamente banal como una palabra nunca escuchada
con anterioridad y otra de indiferente existencia hasta el jueves, comienzan a pasearse
por mi vida con tal promiscuidad, continuaré dándole vueltas. Por supuesto, no espero
llegar a ninguna conclusión determinante.
Y en el fondo
tampoco me importa.
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