En el mundo ideal no existiría la palabra “guerra”, porque no habríamos
necesitado inventarla.
No habría niños en los hospitales. Menos el día de Navidad.
En el mundo ideal nadie moriría con dolor. Ni conviviría con circunstancias que le sobrepasaran. Objetivas o subjetivas.
En mi mundo ideal esta noche saldría de cañas con siete personas y un muerto,
disfrutaríamos de unas tapas variadas y de la conversación que se terciara.
O habría desaparecido, sola, el uno de diciembre. Con la decisión firme de
plantearme la vuelta sólo a partir del quince de enero, y con las únicas obligaciones
de sentir el tibio sol y ver el tiempo pasar.
A falta de isla y hamaca, un letargo largo como todo ese periodo sería una
posibilidad a valorar.
En mi mundo ideal hoy me hubiera dedicado a leer Cuento de Navidad y a escuchar villancicos clásicos -sabiendo que
ambos eran pura invención sin base real-, en lugar de cumplir ajenas y lejanas
expectativas que no me pertenecen.
En mi mundo ideal recorrería la Tierra buscando un regalo más allá de los
compromisos para una persona especial. O alguien lo recorrería para mí.
En mi mundo ideal hoy y ahora sería verano, el clima cálido y los días
eternos, lo que ampliaría mi espacio más allá de cuarenta metros cuadrados.
En mi mundo ideal nadie me diría “pon algo de tu parte”. Ni lo pensaría.
En mi mundo ideal no existiría esta mentira universal llamada Navidad.
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