No extrañéis,
dulces amigos,
que
esté mi frente arrugada.
Yo vivo
en paz con los hombres
y en guerra con mis
entrañas.
Antonio Machado
La primera vez que leí estos versos mi
frente aún estaba lisa; pero en la belleza de las palabras descubrí una
realidad que, sin gustarme, me identificaba. Muchos años después las arrugas ya
han aparecido.
No soy persona que se encariñe con las
cosas más allá de su utilidad práctica. Hay muchos elementos de todos los que
hemos inventado y de los que nos podemos rodear que me gustan, pero ninguno al
que me costara renunciar; tal vez porque los objetos constituyen sucedáneos de
algo todavía por encontrar.
En este contexto de no valoración existen,
no obstante, un par cosas, exclusivas y ganadas a pulso, de las que me siento
orgullosa. Que al mundo, o a quien quiera que represente al mundo en este caso,
le traigan al pairo, me la refanfunfla.
Una es este cuaderno de bitácora liberador
de mis malos instintos. Y con el que he descubierto que, de una u otra manera,
puedo explayarme sobre las cosas que me importan, obviar las opiniones ajenas,
aclarar mis ideas, reflexionar, decir tonterías y jugar con las palabras.
Otra son mis amigas. Mis distintas
amigas.
Y todas las chicas con las que en los
últimos tiempos descubro puntos de encuentro; tal vez porque compartir la misma
franja de edad nos conduce a compartir inquietudes, tal vez por circunstancias
vitales más o menos parecidas, tal vez porque –más allá de diferencias
aparentes- es con las que acabo encontrando situaciones anímicas paralelas.
Esperando no olvidarme de ninguna de las
que en los últimos tiempos he sentido cercanas en algún momento, empezaré por
Begoña. Una amistad de muy largo recorrido que comenzó un lejano día en que
ella se empeñó en ser mi amiga, arriesgándose a pincharse con mis espinas, y
que ha evolucionado desde nuestra extraña adolescencia hasta lo que ahora
compartimos.
Nuestra relación ha resistido a bodas, a bautizos, a los barrios feos, a la convivencia, a amores que matan y a amores que murieron, al tiempo y hasta a las malas compañías.
Nuestra relación ha resistido a bodas, a bautizos, a los barrios feos, a la convivencia, a amores que matan y a amores que murieron, al tiempo y hasta a las malas compañías.
Aún recuerdo las primeras discusiones
cuando me decía que le gustaba mi pelo y yo no podía creerlo. Tras tantos años
no ha cambiado de opinión y continúa afirmando que le gustan (considero
oportuno aclarar que sólo a nivel estético) mi pelo y mi culo.
María, las múltiples inquietudes
compartidas y nuestra amistad creciendo en la misma medida en que nuestros
hijos aumentaban de tamaño. Ahora ellos no nos necesitan, pero yo (y espero que
también viceversa) sigo necesitándola. Después de todo, nuestra relación ha
sobrevivido también, en este caso, a sus disputas de niños.
Sólo me frustra una cosa de ella: conoce
tanto de cine que es imposible descubrirle una película.
Mercedes, en la que tantas veces encuentro
mis mismas inseguridades y puntos débiles; aunque me da la sensación de que
ella al menos conseguía desquitarse un poco cada vez que soltaba el zapato.
Toñi, en la que veo circunstancias e
interpretaciones personales que también forman parte de mi vida.
Montserrat y Consuelito. Las que soportan y
respetan mis silencios.
Montserrat, tan pendiente siempre de los
demás que llega a resultarme incomprensible. Tan dispuesta a encontrar el lado
bueno de las cosas. Tan buena persona que a veces tengo tentaciones de decirle
que suelte el zapato, aunque sea contra mí
Con ella mantengo la (des)esperanza de
escucharla cantar en un coro de verdad, en algún lugar que la merezca.
Consuelo, tan discreta que cuando la conocí
me planteaba si tenía opinión propia sobre algo, o si algún tema le interesaba.
El tiempo me ha demostrado que sólo meditando mucho y analizando cada detalle
se puede llegar a ser tan sabia.
Amparo. A la que creo haber descubierto
detrás de la máscara de hiperactividad que la oculta, y a la que nunca pensé
que echaría tanto de menos.
Raquel, que siempre me muestra su
agradecimiento por algo que interpreté de corrido.
Lolita. El mundo, simplemente, la necesita,
porque su presencia lo transforma en un lugar más amable.
Sonia, la persona más fuerte y valiente que
conozco, a la que su mente analítica no impide viajar en el tren de la vida.
Al margen de nombres, recuerdo
conversaciones que me han devuelto la fe en la comunicación más allá de emisor,
receptor, mensaje código y canal, algunas de las cuales, sin embargo, desearía
no haber mantenido nunca.
Con Cristina, una noche de fiesta, sobre un
tema que normalmente no surge en esas circunstancias; con Mari Tere, una mañana
de verano; con otra Cristina, a la que hace mucho tiempo manifesté la
posibilidad de encontrar un lugar común al margen del trabajo, y ahora
siento que lo hemos logrado. Con Esperanza, en estos días más cercanos.
Creo que mi harén ya está completo. Que están todas las que son.
Y desde luego son todas las que están.
Puede que esta entrada resulte dulzona e
infumable. Mas hoy necesitaba hacer recuento de la gente importante que he ido
encontrando por el camino y que comparte esta agreste estación de mi
existencia.