Lo mejor de la literatura en general y de los poemas
en particular que me identifican, es que eliminan por un rato mi necesidad de ser
escuchada, porque en su belleza constituyen un axioma de que alguien antes que yo,
en algún momento, sintió idéntico desamparado, las mismas inquietudes, un
sosiego similar o anhelos parecidos.
Por eso, aunque mis gustos hayan virado un tanto con
el paso de los años y aunque las preferencias dependan casi siempre del
instante anímico y afectivo, me gustan los cantautores en castellano.
Yo puedo entenderlos y descubrir nuevos significados
en viejas letras; en ocasiones porque alguna expresión me había pasado
desapercibida de tan conocida, y en otras porque mi evolución me conduce a
prestar una nueva atención a las viejas formas. Ellos me proporcionan,
combinados, el placer de la música y de las palabras y expresiones retorcidas
que me identifican.
Cuando Jorge estudiaba el Bachillerato y andaba
decidiendo el tema para la monografía, le propuse que eligiera algún aspecto
específico de las letras de las canciones de Joaquín Sabina, en cuyo caso gustosamente
le ayudaría a recopilar información.
Por supuesto no me hizo caso. Le respondí entonces que
sería yo quién comentaría esas canciones de vez en cuando en este cuaderno de
bitácora; sin embargo, cuando me ponía a ello, no era capaz de elegir la
primera.
Nunca pensé que empezaría con Nube negra. No es la que más me gusta, ni la segunda, ni la tercera…
Pero me gusta. Esta noche ha sonado en la cocina mientras hacía la cena y la
pregunta ha surgido automática: ¿por qué no?
Desconozco el motivo por el que mi cerebro ha atado esta
canción al corto poema de Gil de Biedma No
volveré a ser joven, pero ahí andan de la manita, en amor y compañía en
algún lugar de mi sesera, llamándose mutuamente cada vez.
Así que aquí van los dos.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a
comprender más tarde
-como todos los jóvenes,
yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre
aplausos
-envejecer, morir, eran
tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable
asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Más allá de la poderosa
evocación que implica “llevarse la vida por delante” y de la
oposición entre “las dimensiones del teatro” (el lugar donde la vida se
desarrolla) y “el único argumento de la obra” (la vida, –siempre reducida a una
única posibilidad entre todas las que pudieron ser- y limitada ya, además, a “envejecer,
morir”), me parece que este poema constituye una oposición fantástica de
tiempos verbales que le dan el tono justo.
Ya los dos primeros versos
presentan la oposición pasado (iba) / presente (empieza), porque la vida
siempre fue en serio, pero nosotros (empezamos) a comprenderlo cuando ya sólo
queda la posibilidad del salto hacia los recuerdos formado con las ausencias.
Existe además ese “uno” impersonal que generaliza la experiencia.
En los dos siguientes versos y en toda la segunda
estrofa mezcla pasados perfectos (“vine”, “quería”, “eran”) a infinitivos que
describen la urgencia de vivir mientras aún no se piensa en morir (“llevarme”, “marcharme”,
“envejecer, morir”).
En la última estrofa, los dos primeros versos son una
exposición de hechos objetivos, a los que el adjetivo “desagradable” evita cualquier
duda en la interpretación, en tanto que los dos puntos crean la expectativa de
lo que llegará, inevitable: “envejecer, morir,” son el único argumento posible,
porque todo lo demás estará contenido en estos dos infinitivos y ambos, a su
vez, en “vivir”. Pero esto, al estado anímico del poeta, no le interesa.
Cuando busco el
verano en un sueño vacío,
cuando te quema
el frío si me coges la mano,
cuando la luz
cansada tiene sombras de ayer,
cuando el
amanecer es otra noche helada,
Cuando juego mi
suerte al verso que no escribo,
Cuando sólo
recibo noticias de la muerte,
cuando corta la
espada de lo que ya no existe,
cuando deshojo
el triste racimo de la nada.
Sólo puedo
pedirte que me esperes
al otro lado de
la nube negra,
allá donde no
quedan mercaderes
que venden
soledades de ginebra.
Al otro lado de
los apagones,
al otro lado de
la luna en quiebra,
allá donde se
escriben las canciones
con humo blanco
de la nube negra.
Cuando siento
piedad por sentir lo que siento,
cuando no sopla
el viento en ninguna ciudad,
cuando ya no se
ama ni lo que se celebra,
cuando la nube
negra se acomoda en mi cama,
Cuando despierto
y voto por el miedo de hoy,
cuando soy lo
que soy en un espejo roto,
cuando cierro la
casa porque me siento herido,
cuando es tiempo
perdido preguntarme qué pasa.
Sólo puedo
pedirte que me esperes
al otro lado de
la nube negra,
allá donde no
quedan mercaderes
que vendan
soledades de ginebra.
Al otro lado de
los apagones,
al otro lado de
la luna en quiebra,
allá donde se
escriben las canciones
con humo blanco
de la nube negra.
En cuanto a Nube negra, es un poema (con estructura de
canción) que Luis García Montero escribió para Sabina en los tiempos en los que
“la salud, más fu que fa”. Y, sí, habla de la nube negra; o, lo que es lo
mismo, de un deprimido.
Su estructura consta de ocho
estrofas divididas en dos partes, integradas a su vez por cuatro cada una: dos
primeras cuyos versos comienzan todos con la palabra “cuando”, y las dos
últimas en forma de estribillo, que rompen la anáfora y (unido a la longitud
menor de los versos) el ritmo del poema.
Como no podría ser de otra
manera, la composición está preñada de palabras y figuras literarias con connotaciones
negativas.
Las dos primeras estrofas hablan,
sobre todo, de la falta de esperanza. Así nos encontramos con que el poeta
busca el verano (la esperanza) en un sueño vacío; pero los sueños, por
definición, no pueden ser vacíos, con lo que ya nos remite a algo imposible, o
a la imposibilidad de los sueños. Después describe una mano tan fría que quema
(antítesis), que remite a la muerte y a la huida. Una luz cansada (sin iniciativas)
que “tiene sombras de ayer”, tal vez porque es su consecuencia, o tal vez
porque por el horizonte no se vislumbra sombra del mañana, idea en la que incide el verso siguiente
cuando al amanecer le sigue “otra noche helada”.
Este crescendo del vacío vital culmina en la
estrofa siguiente cuando el autor habla ya directamente de la muerte y la nada.
“Cuando corta la espada de lo que ya no existe” es el verso que más me gusta
del poema: un pasado que nos duele, que se disipó y que ya nunca podremos
recomponer
Me parece importante, al analizar
esta composición, comprender que describe la situación anímica del autor sin
intentar, en ningún caso indagar en posibles soluciones. Espera salir de ahí,
pero no se plantea cúandos ni cómos.
Las estrofas quinta y sexta nos
transmiten el sentimiento del autor frente a sus propios sentimientos: piedad
por encontrarse en ese estado, miedo ante la situación, aislamiento por falta
de recursos (“cierro la casa porque me siento herido”) y añicos por reconstruir
(“soy lo que soy en un espejo roto”). La vacuidad de seguir adelante sin
sentido (“cuando ya no se ama ni lo que se celebra”); y, otra vez, la falta de
expectativas (no hay escape a otro lugar, la compañera de cama es la depresión
y faltan las respuestas).
Sólo en el estribillo la canción menciona
“el otro lado”, pero el punto de vista permanece en el mismo margen, el de las
palabras tristes. No habla de luces que se encienden, sino de apagones; ni de lunas
brillantes, sino de “lunas en quiebra”, lunas rotas que no se disfrutan.
En cuanto a los versos “allá
donde no quedan mercaderes / que venden
soledades de ginebra”, la última repetición del estribillo cambia el tiempo del
verbo y venden se transforma en vendan, permaneciendo intacto el resto,
lo que introduce un matiz importante: en la actualidad del poeta son reales
esas soledades consecuencia de la química, mientras que en el futuro espera que
se conviertan en una simple posibilidad.
Un comentario de un texto se
puede hacer desde muchos puntos de vista y tan profundo como queramos.
Con este, y como resumen final,
añadiré que las estrofas primera, segunda, cuarta y quinta (en primera persona)
expresan cómo se siente y se ve a sí mismo el autor instalado en su nube negra,
mientras que los versos segundo a octavo del estribillo (descriptivos, y con
sólo dos verbos por toda fortuna) describen al mundo desde esa perspectiva.
“Sólo puedo pedirte que me
esperes”… Único lugar para la esperanza en todo el poema. Y único lugar en el
que aparece una segunda persona.
Tal vez porque la sola
posibilidad de volver sea a través de una mano extendida, de unos ojos
interrogantes, de una sombra amable que indique el camino que conduce a las
respuestas.
O a través del reflejo que las
bellas palabras de los poetas nos devuelven.
P.D. Para los optimistas, también hay un dicho que dice
que “nunca vas a ser más joven que en este momento”. Y otro, “este es el primer
día del resto de tu vida”. He buscado en Internet (sin demasiado empeño) si
formaban parte de algún poema, pero no he encontrado nada.
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