Hai un’anno in più / l’hai compieuto solo oggi… (canzone italiana per gli
auguri).
Si te conozco un poco, sé que
estarás esperando esta entrada de felicitación y, porque creo conocerte, te informo
de que no es comparable con la que en su momento escribí para Jorge. Por varios
motivos.
Primero, porque cuando me siento
delante del ordenador, tengo más o menos idea de lo que quiero expresar, pero
jamás conozco de antemano el resultado final. Escribir es una forma de dejarme
llevar para intentar aclarar pensamientos durante el proceso.
Segundo, porque cada resultado
final depende (en cantidad y en “calidad”) de dos hechos diferentes y, hasta
cierto punto, contradictorios: la coherencia e integración de cada idea y
obsesión en mi todo, y cómo me siento en el momento. Y si de algo puedes estar
seguro es de que mi estado de ánimo actual y el que me invadía el cuatro de
enero de dos mil doce no tienen nada que ver. A él le llegaron los dieciocho en
un mal periodo para mí.
Tercero, porque Jorge es Jorge y
tú eres tú, dos personas diferentes, y jamás comparables, a las que la
casualidad y diversas causalidades ajenas a vosotros hicieron hermanos.
Los padres muchas veces afirmamos
que “hemos educado a nuestros hijos de la misma manera”, pero estoy convencida
de que no es cierto. Todos los niños al nacer llegan con las mismas necesidades
afectivas, pero su manera de coumunicarlas y su forma de adaptación a
circunstancias que ya les vienen dadas, son completamente diferentes en cada
caso.
Ante esta circunstancia, como
padres no nos queda otra opción que romper continuamente ideas preconcebidas
para a su vez adaptarnos, y seguir un método de ensayo y error esperando que,
en el mejor de los casos, el resultado sea aceptable. Porque la percepción
final del proceso siempre estará en función del papel que cada uno representó
en la obra.
Creo que sabes que tengo una
mente muy racional, y dándole vueltas a esto de las relaciones familiares, en
los últimos tiempos sólo he podido llegar a una conclusión: Jorge y tú sois, de
manera diversa, igual de importantes para mí porque cada uno de vosotros es mi
hijo, y porque los dos compartís, de manera diferente, el mejor sitio de mi
corazón.
De tus primeras horas de vida
recuerdo lo fácil que fue tu llegada a este mundo y la exigencia que se escondía en tus
llantos iniciales. Sé que no te gusta nada que te recuerde aquellos tiempos,
pero me parece que esta es la hora de reconocer un error, y lo que creo que
fue nuestro acierto.
Errado fue intentar seguir
contigo métodos que antes habían dado tan buenos resultados. Gracias al cielo,
te encargaste de dejar claro desde el principio que ocupabas un lugar único en
el mundo y que tu puesto era irreemplazable, así que no me dejaste otra opción
que la de acomodarme a tus órdenes.
El acierto fue la única norma que
en aquellos momentos era inviolable cuando se trataba de la relación contigo:
yo jamás empezaba una guerra, pero en la multitud de ellas que provocabas debía
buscarme la vida para dejarte muy clara mi victoria.
No tengo nada en contra de la
rebeldía filial; es más, estoy convencida de que detrás de ella, en cada hijo, hay
una reivindiación de afecto, tal vez equivocada en las formas, pero legítima en
el fondo.
Así fuimos, adelante y atrás,
durante los primeros años de tu vida, hecho que mirado desde la distancia me
produce placer, porque todo aquello nos ha conducido a lo que somos. Así hemos llegado a tu
independencia legal, que me proporciona la excusa para rebuscar en la memoria y
sacar a relucir algunas pequeñas pinceladas que integran el cuadro de nuestras
vidas.
No son otra cosa los recuerdos.
De tu precocidad en el apredizaje,
siempre marcando los tiempos, porque aprendías lo que querías y cuando lo
deseabas, ni antes ni después. De haberme sentido Mister Hyde hablando con tus
profesores. Del orgullo que sentí cuando le organizasteis la fiesta a Karishma para
que conociera la importancia de sentirse protagonista. De cuando te dejé
olvidado en la biblioteca del García Lorca, precisamente porque no habías dado
guerra.
Más cercanas en el tiempo, me
vienen a la mente tu sinceridad de adolescente, tus trampas intentando que
decidiéramos por ti y tu idea de mi idea negativa de la existencia,
fundamentada pero también exagerada.
Y de ahora mismo me quedan el
viaje que mano a mano hemos disfrutado el último verano, materializando
intereses compartidos, y tu redacción sobre la importancia de Italia en tu vida, que según tú
te define. A pesar del diez, sabes que sigo pensando que no te mojaste. Y, por cierto que me alegré
mucho cuando lo reconociste.
Si hubieses querido preguntarme,
hubiera podido hablarte de otros rasgos que creo que te identifican mejor: amigo
de tus amigos de cada momento, colaborador en lo importante, familiar,
independiente, inteligente, perfeccionista hasta la exasperación, magnífico
intérprete de las relaciones personales y muy implicado en las cosas que
directamente te afectan.
Al resto del mundo lo ves lejano
y no te preocupas mucho de entenderlo. Tal
vez porque eres muy joven, pero no te preocupes por esto porque, como dijo
George Bernard Shaw “la juventud es una enfermedad que se cura con los años”.
Yo prefiero, sin embargo,
quedarme con el pensamiento de Ambrose Bierce cuando afirmaba que “la juventud es el periodo de lo posible”. Por
eso, tras tanta retórica, te expresaré mi único deseo en tu día más especial:
En tus 18 y después, disfruta, aprovecha y aprende de todo lo que las
circunstancias sitúen a tu alcance, porque será lo único que para siempre te pertenecerá en exclusiva.
TANTI BACCI E AUGURI, GUILLERMO
Me alegro de haber compartido parte de esos años de Guillermo y alguna de las anécdotas. Yo también te deseo unos felices 18.
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