En mi temprana juventud oía decir a menudo,
sobre la amistad, a los que me ganaban en la balanza (y el balance)
de los años, algo que me resistía a aceptar: los amigos podían contarse con los
dedos de una mano. Ahora, ya me sobran dedos.
Algún tiempo después llegó a mí por primera
vez otra obviedad: los amigos se eligen; la familia (a excepción del
marido, supongo), nos viene impuesta.
No tengo tan claro si los amigos se eligen,
nos eligen o los elegimos; si son consecuencia de necesidades afectivas
complementarias coincidentes en el tiempo, o de la pura casualidad; si cada uno
de ellos llena un vacío que nos completa; si son la manera de explicarnos a
nosotros mismos, a través de afinidades encontradas –y valoradas- por encima de
las diferencias.
Sí creo que, entre todas las relaciones
humanas, la amistad es la más libre; incluso para desatar sus propios nudos.
Aunque pueda decepcionar –¡qué dolor!-, no pide, no exige, da sin comprometer.
Los amigos nos animan a perseguir nuestros
sueños, aunque nos dirijan por un sentido distinto a los suyos. Nos entienden
sin palabras cuando buscamos entre otra mucha gente, porque sabemos que la
encontraremos, su mirada cómplice; cuando su sonrisa encuentra la nuestra.
Con ellos nos permitimos el lujo de
hacernos vulnerables, contándoles nuestras debilidades, dándoles herramientas
que pueden herirnos (incluso, de muerte). Sólo la confianza que les tenemos nos
permite ser tan kamikazes.
Nos devuelven en voz alta -como un eco-,
con un gesto que deshace cualquier dramatismo, miedos, pensamientos y
soluciones que nos negamos a expresar con palabras.
Comparten nuestra vida y nuestro tiempo,
pero nunca pretenderán elegir por nosotros. Ante nuestros proyectos
descabellados, valorarán, de forma más objetiva que nosotros mismos, ventajas e
inconvenientes; nos avisarán de los riesgos y nos comunicarán que podemos
escornarnos.
Y, cuando efectivamente escornados,
volvamos a contárselo, su respuesta será un abrazo; y dos palabras: ¿cómo
estás?
Nunca estas cinco: “ya te lo decía yo”.
A los amigos les entristece, pero no les
importa, vernos llorar.
Chicas, sois una gota de agua en los océanos. Pero mi
universo sin vosotras, aquí y ahora, sería mucho más desierto.
Gracias
Me siento identificada con las reflexiones y pensamientos que expones. Gracias por compartirlos, son de gran ayuda.
ResponderEliminarMuchas de las cosas que tengo que agradecerte es que, contigo, ya no me siento tan sola en el mundo. Conocerte, un regalo de la vida.
Consuelo Dueñas Villar
Gracias por estar aquí y por hacer que mis días, especialmente los viernes por la tarde, sean mucho mas interesantes.
ResponderEliminarQuiero que sepas que cada vez me gusta más lo que leo por aquí. Expresas con clarividencia lo que a los demás nos cuesta un potosí.
ResponderEliminarHace tiempo, que digo que a la familia la puedes querer o no, uno no tiene que sentirse en la obligación de hacerlo. Mientras que los amigos los encontramos y, a veces sin buscarlo, los descubrimos -gracias- y hay una transformación del respeto, que surge en la relación al inicio, hasta el cariño y el afecto de una amistad algo más consolidada.
Me siento identificada con las reflexiones y pensamientos que expones. Gracias por compartirlos, son de gran ayuda.
ResponderEliminarMuchas de las cosas que tengo que agradecerte es que, contigo, ya no me siento tan sola en el mundo. Conocerte, un regalo de la vida.
Consuelo Dueñas Villar