He vuelto a Venecia.
Mejor dicho, ha vuelto lo que permanece de quien fui; yo he ido por primera y
única vez.
Fue uno de esos viajes
decidido en un momento, una noche de sábado, fútbol y aburrimiento. Con muy
poco tiempo entre la decisión y el hecho, lo que en ningún momento consideré un
inconveniente.
A la vuelta leí Marca de agua, que narra algunas
experiencias del autor, Joseph Brodsky, a lo largo de sus diecisiete inviernos
en la ciudad, a la vez que describe sus lugares y analiza sensaciones y pensamientos.
Las lecturas nos llegan distintas cuando conocemos los espacios de los que
hablan; a la vez que imaginamos, nos recordamos cómo pasamos por allí. Los
libros que recrean paisajes son siempre una guía diferente.
Patria de Marco Polo y
Casanova, Venecia es una ciudad peculiar. Evocadora, más por diferente que por
el agua, los canales, las góndolas y un supuesto romanticismo real en nuestras
mentes, más que en su espacio. Todo en ella es vetusto
y antiguo, y el romanticismo se explica como añoranza; por el tiempo ido o por
la permanencia de las cosas. Brodsky iguala tiempo y agua afirmando que “ambos
se nos escapan de las manos”.
Tiene, por supuesto, una
Via Garibaldi y una Via Mazzini, pero también la calle Amor de los Amigos. Tiene el Puente de los Suspiros; suspiros de
amor a la ciudad, a su cielo y a sus aguas, que lanzaban quienes lo cruzaban en
el sentido de la cárcel.
Al llegar al hotel el
recepcionista nos preguntó si era la primera vez que visitábamos la ciudad.
Cuando le contesté que había estado hacía mucho tiempo, respondió: “Venecia
sigue igual”. Tenía razón.
En realidad, todo lo que
la define es consecuencia de la adaptación de sus gentes al medio. Ellos han
hecho de la necesidad virtud. Incómoda para vivir, sus habitantes la hacen
acogedora. Me gusta pensar que el idioma hace amables a los italianos y los
venecianos hacen amable a su ciudad.
Lugar de contrastes, la
ausencia de vehículos nos permite escuchar el silencio cuando dejamos atrás el
bullicio de los turistas. Con los mismos lugares siempre llenos de gente, es
muy fácil escapar y perderse por calles y plazuelas sólo en compañía de
nosotros mismos.
Sitios de una
tranquilidad hecha a la medida de los niños donde no encontramos ninguno; nos
cruzaremos, si acaso, con algún dueño paseando a su perro, algún hombre con el
periódico bajo el brazo, alguna mujer con bolsas de plástico. En realidad la Venecia de los venecianos
es una ciudad fantasma.
De día tiende a los
tonos azules, tal vez consecuencia del reflejo del agua; la ausencia de luz en
los canales la transforman, al llegar la noche, en oscura. Casi negra.
Sólo los turistas se
renuevan. Lo demás son edificios anclados en sus cimientos de agua que
el agua modela, letreros de flechas amarillas que señalan siempre y desde
siempre las mismas direcciones, chimeneas humeantes como recuerdo del calor de
otros tiempos. La ciudad donde el espacio permanece en el tiempo.
Fuera de la plaza de San
Marcos no se camina; las calles nos llevan por recovecos, puentes, callejones,
callecitas y canales. Tal vez sea su venganza, obligándonos mientras decidimos
por dónde continuar, a descubrir sus más insospechados rincones.
Venecia es su carnaval
de disfraces que permite, al menos una vez al año, esconderse de uno mismo y
transformarse en un sueño. Tuvimos la suerte de ver su inauguración, con la
milagrosa transformación del agua de una fuente en vino, para disfrute de todos
los presentes que degustamos un gélido vasito. En ese ambiente me resultaba
fácil verme María Antonieta recorriendo las aguas del Gran Canal hacia el
baile. Por supuesto, de disfraces; por supuesto, con máscara.
Disfrutamos la vista de
algunos canales laterales y parte de la laguna helados, en el recorrido hacia
el aeropuerto; a cambio, en mi recuerdo Venecia será también la ciudad del
frío. Ignorando las previsiones meteorológicas, no me había llevado gorro ni
guantes; acabé comprándome las dos cosas. Para nuestra fortuna, el último día
el tiempo mejoró y pudimos disfrutar de un capuccino
en una terraza de uno de sus innumerables cafés, viejos y entrañables.
Venezia... la ciudad donde los sueños nunca
se hacen realidad. Venezia... metáfora de la vida.
¿ y qué hay de la Venecia del cine, la Venecia que hemos conocido a través de la gran pantalla? Esa Venecia romántica, con un misterio y decadencia que la afluencia de turistas no nos deja nunca apreciar
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