miércoles, 4 de enero de 2012

Felices 18, Jordi

Muchas casualidades juntas de la biología te llevaron a ser, justamente, tú. Abriste el ojo al mundo el 4 de enero de 1994. Y, según las matemáticas –que no dejan de ser un sistema inventado de conocimiento-, cumplirás 18 años esta madrugada  a la 1:55 (según el informe del hospital, que no registra segundos. Yo, podrás comprender que no estaba para mirar la hora). La primera noche de tu vida, y ya me dejaste sin dormir. ¡Podías haber esperado un poco!
Mi primer recuerdo asociado contigo es el miedo a lo desconocido, en general. Pero también miedos particulares: al parto, sobre todo -y no me consolaba la frase hecha de que “todo el mundo lo había conseguido antes”-; a no ser capaz de cambiarte el pañal; a que te me cayeras de los brazos puesto que en esto también serías –absolutamente- el primero; a los cambios de mi vida; a no ser ya más dueña de mi tiempo; a que no se me despertara nunca (¡soy tan dormilona!) eso que llaman instinto maternal. Por cierto, había en mí tal ausencia del susodicho instinto que, hasta que naciste, las tías decían que tendrían que adoptarte. Y lo peor era que su afirmación iba en serio.
Pero, ¡ah, cuando te vi las orejas!
Recuerdo tus primeros pasos, con la tía Ana y conmigo, en el centro comercial de Vicálvaro; el momento en que descubrí que empezabas a leer, porque leíste la marca de la lavadora mientras yo la utilizaba para lo obvio; la biblioteca, la escuela de música,  y las frustraciones –compartidas- de la piscina; las –obligadas- películas de Disney y otros divertimentos, que me resultaron mucho más interesantes; tus magníficas notas y tu buen comportamiento. Recuerdo cuando viste el mundo con colores oscuros, que nada tenían que ver con tu daltonismo;  tu muro de silencio, siendo un poco más mayor. Recuerdo cómo disfrutamos con tus legos y tus playmóbil.
De acuerdo con los cálculos que los médicos hacían, debiste nacer a finales de 1993. Pero tu retraso y nuestra medida del tiempo te cambiaron el año. Nunca te lo agradeceré bastante porque empezaste el cole un curso después y, como consecuencia, conocí a varias personas (sabes cuáles) que, desde entonces, me son muy importantes.
En todo este tiempo has ido cumpliendo años. Ahora llegas a los 18. Y algunas cosas cambiarán: eres mayor de edad; legalmente, dejaré de ser tu tutora. Ya no tendré que firmarte las autorizaciones y, si metes la pata (espero que no), tendrás que asumir solito las consecuencias; podrás comprar bebidas alcohólicas y emborracharte si quieres (sigo esperando que no); podré mandarte a comprar tabaco (y, en este caso, espero que vuelvas, sobre todo por el tabaco).
Bromas aparte, seguirán igual las cosas que nos importan, incluidos acuerdos y desacuerdos. Yo seguiré comiéndome mis miedos (distintos, y menos controlables), para que tú VIVAS. Tomarás decisiones que probablemente no me gusten; serán tuyas y lo más que podré hacer será (si me dejas) darte mi opinión.
Me parece que los hijos estáis condenados a decepcionarnos, desde el momento en que las expectativas que ponemos en vosotros son (siempre y sólo) nuestras.
A pesar de ello, espero que sigamos disfrutando nuestros proyectos actuales y nuestras futuras realidades. Tenemos muchas cosas por compartir antes de que llegues a ser arquitecto.
Por todo ello,
FELICES 18 AÑOS JORDI. DISFRÚTALOS Y APROVÉCHALOS.
 PORQUE NO VOLVERÁN.

2 comentarios:

  1. Hola Maripi:
    Vuelves a emocionarme con tus palabras; Quizás (de nuevo) porque el texto relata experiencias conocidas, y que no son del todo ajenas...
    Un día de estos voy a cobrarte por cada uno de los suspiros que lanzo por tus palabras: Sacaría una buena "propi".
    Besos y ¡¡Felicidades Jor!!

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  2. Acaso nosotros tenemos la sensación de haber decepcionado a nuestros ancestros?.
    Debemos aprender a emocionarnos con las cosas sencillas del día a día, y tú provocas la firme intención de que ningún afecto quede sin mostrarse, ni ninguna palabra en el silencio.
    Leer este blog es un soplo de aire fresco en la comtaminada rutina diaria.

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