domingo, 10 de mayo de 2020

Marzo


Y entonces, llegaron ellos
Me llevaron a empujones a mi casa
Y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas,
Donde no vienen a verme mis amigos
Siquiera de mes en mes, de dos en dos y de seis a siete.
De cartón piedra.
Joan Manuel Serrat

Los vientos de marzo soplaron este año con inusitada virulencia arreciando a mediados de mes en dirección imprevista y desconocida por todas las brújulas.
Cayeron nuestros pedestales.
Los odiados lunes podían ser domingos y podría resultar que en la tarde de un viernes viviéramos un miércoles por la mañana; abril siguió a marzo y mayo a abril; vendrá junio y será otro nombre sin significado.
Disueltos en la nada los estímulos y placeres posibles, sin mirar atrás, sin freno, sin capacidad de asimilación, encontramos una realidad distópica y monotemática de muertos, ausentes y ausencias que nos obligó a inventar neologismos y a redefinir las palabras para encajarlas en los campos semánticos de inseguridad y miedo.
Nos forzó a rellenar muchas veinticuatro horas de días entre cuatro paredes con las mismas vistas e idénticas caras cada vez más desarregladas, sin guía, sin experiencia y sin cuaderno de viaje.
Hablar de ocio en estas circunstancias es un sarcasmo, pero imagino que en el sinsentido cada cual ha organizado su tiempo multiplicado con los elementos a mano, siguiendo a su humor, eligiendo sus salvaguardas.
Por lo que toca a mi persona, una vez comprobé que el único liviano programa de televisión al que soy fiel había desaparecido de la parrilla, desde que vivo encerrada he visto la película Dos papas, los cuatro capítulos finales de la serie El mundo en llamas, el primero de El ministerio del tiempo, tres documentales de Cosmos y otro de dos horas sobre el final de la Segunda Guerra Mundial.
¡Esto es todo, amigos! No anuncios, no telediarios, no noticias, no programas del corazón, no cotilleos, no ruedas de prensa, no comparecencias del presidente, no viajes imaginarios, no bellezas por descubrir, no realidades alternativas, no otras ficciones.
Nada de nada. Un día volveré a ver El club de los poetas muertos que está disponible. No tengo prisa.
Las estadísticas dicen que en este tiempo hemos consumido (sí, seguimos necesitando consumo, aunque sea alternativo) más televisión que nunca, mas ya conocemos que las estadísticas muestran los datos pero esconden la realidad.
Sí he dedicado más tiempo a la lectura. He terminado dos libros; ninguno me ha resultado fácil, pero los dos me han parecido fascinantes. El buen soldado Svejk es el mayor alegato pacifista que por mis manos ha pasado; gótico, lento, sarcástico, irónico, exagerado pero muy realista, no apto para todos los paladares (y no hablo de exquisitez).
De Elsa Morante, Mentira y sortilegio narra los desamores o, mejor, los distintos amores no correspondidos de su familia, entre la sensatez y la locura, entre lo genuino y lo especular, entre lo real y lo imaginado. Es un libro muy denso, que me ha costado terminar pero al final me ha proporcionado el placer de muchas historias complejas con multitud de matices e interpretaciones.
 Como continuación de los retos literarios iniciados el año pasado, en mayo estoy leyendo una recopilación de poemas, una oportuna coincidencia dado lo bien que se compadecen la realidad introspectiva de la poesía y mis presentes anímicos. Por eso incluí el Romance del prisionero en la entrada del otro día e incluyo los versos que inician esta. 
Bueno, por eso y porque ambos me parecen oportunos y me gustan.
La inmensa mayoría de mi minoría lectora no necesita que le explique que la negrita marca cambios y añadidos míos a los versos finales de la canción de Serrat pero no estará de más aclararlo, que no quisiera perder amigos por una acusación de plagio que no es sino una muy admirativa paráfrasis de una estrofa que nos dice de conflictos seguros entre un hombre enamorado a contracorriente y una organizada sociedad a la que resulta intolerable tamaño desmán.
Para ilustrar este texto busqué poemas que contuvieran “marzo”. Encontré pocos y esos pocos me dijeron menos;  no me pareció significativo el nombre del mes en el sentido de los textos.
O tal vez el subconsciente ya había elegido porque cuando daba el intento por baldío, mi cerebro recuperó una canción, 16 marzo, cantada por Acchile Lauro, la he descubierto estos días en la radio. Suena continuamente.
Es una balada, una típica canción italiana de desamor, música pegadiza y letra infumable.
 El estribillo asegura que ella se volverá a enamorar en marzo, el 16 en concreto; en la primera estrofa, chica deja chico sin remordimiento; en la segunda, chico abandona a chica para ser el primero. Al final, cada uno a su casa.
Como nosotros.

P.D.: Después de publicar esta entrada caí en la cuenta de que uno de los versos de la canción de Serrat dice "nos sonreía la luna de marzo". Tanto buscar para acabar en el principio.

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