Conocida es la existencia de todo
tipo de corporativismos que como cualquier ismo incluye o excluye a los
individuos en función de una única circunstancia que a su vez es la que los fundamenta.
No todos tienen la misma visibilidad
ni la misma influencia social, porque no todos poseen el mismo poder ni sus
integrantes el mismo prestigio, real o supuesto, otorgado o tomado de motu
propio, entre los ciudadanos que en cada caso están en el otro lado.
Bien, como iba diciendo, los hay de
toda clase; algunos incluyen a su vez a otros más específicos; otros, esconden
subclases en su interior. Así, hay corporativismos de funcionarios, de jueces,
de médicos, de maestros y profesores, de periodistas, de monitores, de basureros, de jardineros, de floristas, de enterradores y de señoras de la limpieza, de la gente que lee y de la que no abre un libro, de
los animalistas, de los indiferentes con los animales y de los que disfrutan cazando, de los maridos, de las mujeres, de los
hermanos, de las suegras, de los yernos, de las nueras y hasta de los hijos.
Pero no hay un corporativismo de los
padres, no puede haberlo dado que los padres anteponen a sus hijos ante cualquier
conflicto con hijos de otros, lo cual no evita que en muchas ocasiones
aparezcamos en los medios de comunicación como un colectivo homogéneo, como los
únicos agentes educadores cuando interesa, y como los responsables de las cosas
que a los demás, curiosamente muchos de ellos padres a su vez, no les gustan.
Y sí, los padres hacemos muchas cosas
mal, los hijos son muchas veces consecuencia de nuestro errores, y nos sentimos
culpables de algunas circunstancias; pero ni lo hacemos todo mal, ni siquiera todos lo
hacemos mal de la misma manera. Algunas veces, hasta nos portamos medianamente
bien y nuestros hijos no nos regalan carbón por Navidad.
Viene todo esto a cuento de una
noticia que leí en Yahoo el 25 de
enero. No es la primera ni la única de este estilo. La transcribo íntegra.
La carta viral de
una profesora andaluza: "Estoy harta de aguantar la mala educación de los
alumnos y el proteccionismo de sus padres"
Ser profesor en España es una profesión de alto riesgo. En el país europeo
líder en fracaso escolar, las aulas están llenas de pasotas que parecen estar
protegidos tanto por la administración como por sus propios padres, que les
consienten todo tipo de desmanes. Por eso los docentes se encuentran muchas
veces solos ante situaciones de lo más desagradable, que incluso pueden
acarrearles lesiones físicas.
Así queda gráficamente demostrado en el discurso pronunciado por
la profesora Eva María Romero Valderas, que trabaja en el IES Isidro de
Arcenegui de Marchena (provincia de Sevilla) y que se ha convertido en
viral al ser transcrita por el diario La
Voz de Marchena.
Las palabras forman parte de un discurso-arenga pronunciado por
Romero Valderas ante el Claustro de profesores de su centro y que reproducimos
íntegro a continuación:
Vayan por delante dos premisas:
1ª: No tengo nada en contra del Equipo directivo. Esto que voy a
decir a continuación no es producto de una situación puntual que deba
resolverse con una modificación del Plan de Centro ni nada parecido. Sí quiero
que conste en acta.
2ª: Esto que voy a hacer ahora se llama arenga: discurso militar
para enardecer a las tropas antes de entrar a la batalla.
Ya está bien señores, de seguir aguantando.
Yo no estoy aquí para aguantar, y utilizo las palabras textuales que un padre me dijo por teléfono cuando lo
llamé para que corrigiera la actitud de su hija, que no me dejaba hacer mi
trabajo.
A mí, que yo sepa, me pagan para enseñar, no por aguantar.
Harta de la sociedad, que encumbra a seres que presumen de su ignorancia,
que valora a un futbolista o a un ‘nini’ más que a una persona con estudios,
respetuosa y educada. De los programas de televisión, que presentan
como modélicos a aquellos que sin estudios y sin sacrificio alguno se
han colocado ganando un sueldazo por criticar, acostarse con, comprar en…
Estoy harta de aguantar la mala educación con la que llegan, cada vez en
mayor porcentaje, los niños al Instituto. La falta de consideración, no
digo ya de respeto, hacia mi persona cuando entro en las clases, que
parece como si entrara el viento por la ventana.
Harta del proteccionismo de los padres, que quieren que sus hijos
aprueben sin esfuerzo y sin sufrir, sin traumas…De la falta de valoración
del esfuerzo que sí hacemos nosotros.
Harta de la Administración, que cambia las leyes y la normativa que rige en
mi trabajo sin preguntarme qué opino y sin darme formación para hacer bien mi nuevo trabajo. Que me coloca
dos horas más en el horario lectivo y me explota laboralmente, porque yo, en
los últimos años, lo único que hago es trabajar, trabajar como una posesa. Ya,
hasta mis hijos me lo dicen.
Ahora dicen que nos van a devolver esas horas, ¿sabéis donde nos la van a
devolver? En el horario irregular que dedicamos en casa, el que nadie ve. Yo
tardo cinco horas en corregir 30 exámenes de 1º de Bachillerato, entonces ¿ya
esa semana no doy ni una hora más en casa, no? Ya no programo, no
preparo mis exámenes, no me actualizo para utilizar la Tablet (que me he
comprado de mi bolsillo para trabajar mejor), ni para saber utilizar
la plataforma digital del Centro, no relleno informes de faltas, no redacto
actas…y un largo etcétera de tareas invisibles.
El colmo es que algunos de nosotros nos hemos planteado pedir reducción de
jornada, cobrando menos, para hacer bien nuestro trabajo. Pero, ¿adónde
vamos a llegar? ¿En qué trabajo se hace eso? ¿Dónde se ha visto
renunciar a tu salario para dormir con la conciencia tranquila? Esto no pasa en
ningún lado.
Y encima de todo hay que aguantar “¡Qué bien viven los maestros!” Porque
para la sociedad somos unos privilegiados que “no damos un palo al agua”.
La noticia comienza glosando la carta
es sí, en la que la profesora dice estar harta de muchas más cosas, pero ya el
titular las resume en dos, que para eso es un titular: «la mala educación de
los alumnos y el proteccionismo de los padres». Si los padres no protegieran a
sus hijos, probablemente aparecerían los de Asuntos Sociales con la espada de
Damocles de la casa de acogida. Y sí, ya sé que exagero, pero también los
padres podemos ser maniqueos.
Después habla del liderazgo español
en el índice de fracaso escolar y de aulas llenas de alumnos sin interés por
aprender a los que las dos instituciones más directamente implicadas, familia y
administración, según ellos, «parecen proteger», dejando sola frente al peligro
a la cuarta pata de la mesa, es decir, los profesores. Por cierto, que «parecer
proteger» y «proteger» no son expresiones sinónimas.
La noticia finaliza el comentario de
la carta indicando el nombre de la docente, el instituto en el que ejerce su profesión,
el diario que ha publicado la noticia, y su supuesta importancia, dado que si
se ha «convertido en viral» es porque ha suscitado interés y mucha gente la ha
leído.
Yo también, y voy a contestarla.
También yo voy a pronunciar un
discurso-arenga, aunque no sea ante un claustro predispuesto a mi favor, sino en el sumidero de frustraciones
en que se convierte tantas veces este cuaderno de bitácora.
Vayan por delante dos premisas:
2.ª Lo que viene a continuación tampoco es producto de una situación puntual, y también se llama arenga: discurso militar para enardecer a las tropas
antes de entrar a la batalla.
Porque sí, señores, ¡YA ESTOY HARTA!
Harta de los que creen ser los únicos
que aguantan en su trabajo hechos que no se acomodan a sus expectativas.
Harta de que se hagan extensivas las
palabras desafortunadas y la sinrazón de una sola madre a todos los padres.
Harta «de los programas de televisión
que presentan como modélicos […] a aquellos que se han colocado ganando un
sueldazo por citicar, acostarse con, comprar en…» Por eso no los veo.
Harta de que haya de gastarse una
parte del presupuesto familiar en una academia para que los chicos aprueben asignaturas en el instituto o la universidad.
Harta de que se piense que los padres
deseamos hijos inútiles y asociales.
Harta de los que se limitan a tirar
balones fuera.
Harta de la administración que cambia
las leyes educativas cada cuatro años y harta de los profesores que no se
preocupan por las lagunas que eso crea en los alumnos, ni por que tengan que
dedicar un tiempo precioso de sus vidas a aprender datos inútiles e inconexos
en asignaturas que sólo verán durante un curso escolar de su formación, sino
porque ¡oh Dios! les coloca dos horas más en su horario lectivo.
Por cierto, que a mí tampoco me han
preguntado nunca qué opino sobre las reformas.
Harta de que al hablar de fracaso
escolar en los medios de comunicación se cuestione todo, alumnos, padres,
sociedad, leyes educativas, formación del profesorado, contenidos, horarios y
programas, presupuestos y recursos. Todo, excepto la labor de los profesionales en el aula, como si
hubiesen alcanzado tal nivel de excelencia en su trabajo que no cupiera ningún
tipo de mejora.
Harta de los profesores que piden a los padres respeto para su trabajo en la comunicación con los hijos, sin que el respeto sea recíproco en sus manifestaciones públicas sobre el tema.
Harta de los profesores que piden a los padres respeto para su trabajo en la comunicación con los hijos, sin que el respeto sea recíproco en sus manifestaciones públicas sobre el tema.
Harta de los que maximizan los
inconvenientes de su profesión y minimizan interesadamente sus ventajas.
Harta de dicotomías y generalizaciones.
Harta de dicotomías y generalizaciones.
Intentando dejar de estar harta he
empezado a hojear el periódico y me he encontrado con un artículo cuyo título,
subtítulo y primeras frases eran:
El científico rojo al que perdonó Franco
Documentos inéditos muestran
la asombrosa vida de Rafael Méndez, discípulo de Ramón y Cajal y compañero de
juergas de Federico García Lorca y de Lola Flores.
Corría el año 1922 y los
alumnos de Santiago Ramón y Cajal se reían de él en su cara. El egregio ganador
del premio Nobel, de fama mundial tras descubrir las neuronas del cerebro,
intentaba controlar a sus desbocados discípulos de primer curso de Medicina en
Madrid. (Diario El País, 30 de enero
de 2017).
Creo que después de esto sobran los
comentarios. Incluidos los de mis hartazgos.