Esta tarde
hemos llegado a Santiago de Compostela, ciudad de conocimiento obligatorio, y
ciudad a la que siempre vale la pena volver si la fortuna y las circunstancias se ponen de nuestra parte.
Pero hoy mi comentario irá por otros derroteros.
El hotel de
Ribadeo tenía una salita, coqueta y recoleta, con vistas a la ría del Eo,
cómodos sofás y revistas de todo tipo, muchas de cotilleo.
Allí empecé a hojear
Semana y me enteré, con pocas hojas
de diferencia, de que Vargas Llosa e Isabel Preysler habían disfrutado en amor
y compañía de un fin de semana en Lisboa, y de que los hijos de él intentaban
arropar a su madre tras la separación.
El conocimiento simultáneo de ambas noticias y concienzudos análisis posteriores
me han conducido a formular el principio fundamental de conservación de la felicidad y la infelicidad: al igual que la energía, no se crean ni se destruyen; sólo cambian
de sujeto.
No me agradezcáis el descubrimiento.
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