De un día para otro, sin aviso de cortesía, sin
nocturnidad pero con alevosía, han echado el cierre al café Comercial.
Sus puertas quedaron varadas en un ángulo
definitivo.
No volverán a girar.
Es posible que sus propietarias lo sientan como
una posesión, o un motivo de discordia familiar, o una posibilidad de negocio.
No, no han pensado en nosotros.
No han pensado en mí.
Lo conocí primero a él, a su esquina y a su
plaza. Después, frecuentándolo fui descubriendo su historia, sus personajes, su
ambiente genuino, sus veladores de mármol, sus camareros de toda la vida.
Me
gustaban sus nubes de humo luego desaparecidas en aires de tiempos nuevos, su
tranquilidad, sus habituales, muchos más habituales que yo, su aspecto bohemio
ya decadente y anacrónico en aquellos años.
En un intento vano de
supervivencia, se movía a pasitos en el mundo cambiante a ritmo de Ferrari. La
modernidad le llegó cuando los clientes sustituyeron la libreta y el bolígrafo
por el portátil y el móvil, pero siguieron manteniendo las ganas de
conversar.
Lo conocí con diecisiete años y fueron muchos los
cafés que saboreé entre sus paredes y las lluvias que vi caer a través de sus
cristaleras en los tiempos del Lope de Vega.
Siempre buscábamos la mesita más arrinconada.
Estudiábamos. O nos contábamos secretos con la
intensidad y vehemencia que sólo los adolescentes quieren, saben y pueden
manifestar.
Después, la vida me alejó de aquel barrio y yo me
fui separando de él sin dejarlo nunca del todo, volviendo en cada oportunidad
para dejarme envolver por su nostalgia y las mías, para sentarme otra vez a su
mesa, para pedirme otro café.
Él formaba parte de esas gentes a las que veo
poco pero desde la distancia me transmiten el placer de saberlas incluidas en
mi normalidad.
Un tarde de la última primavera, finalizado Edipo Rey en el Teatro Abadía, me senté
con dos jovencitos ni siquiera veinteañeros a comentar la tragedia en una
terraza de la zona. Caminando después llegamos a su calle.
No entre, me limité a mirarlo y hablar bien de
él; lo había recordado demasiado tarde.
No sabía que era la última oportunidad.