Ahora que ya me
había acostumbrado, como al queso de toda la vida, a los nombres de toda la
vida, tendré que cambiar el chip para aprender a pronunciar con familiaridad un nombre que me suena
extraño.
Has plantado tu
diminuto cuerpo en este mundo de locos y me han sorprendido, como siempre, tu
pequeñez, tu vulnerabilidad y tus ganas de vivir.
Cuando te he conocido buscabas con instinto la
calidez de un cuerpo que te proporcionara también alimento.
Tenías hambre.
Espero que
nunca pierdas el apetito. En todos los sentidos, porque si el hambre física permitirá
crecer a tu cuerpo, será de otro tipo la que te llevará por caminos
creados sólo para ti.
Este es el
deseo de tu tía, escéptica y descreída por los años, sorprendida por el poder y
la terquedad de la vida, cansada a estas horas de la noche, y convencida de que hoy sus palabras no están a la altura de tu circunstancia.
Bienvenido, ERIC.
Con el corazón.
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