Cuando
el Power Point era lo más de lo más,
allá por la Edad Media de la Era Digital, era habitual encontrar en el correo
electrónico ficheros idénticos con remites distintos. La originalidad
comenzaba ya a escribirse en los libros de historia de la Era Analógica.
Archivos
con fotografía, música y un texto, el tema podía ser cualquiera que permitiera
la combinación de los tres formatos y algunas frases manidas, sensibleras y
efectistas.
Y
una, que en la época era sensiblera, tendía a quedarse con el efectismo y
siempre ha sido manida porque nadie escapa de sí mismo, guardaba aquellos
mensajes, aquellas imágenes, aquellos sonidos, repetidos y olvidados, por si
acaso se le ocurría volverlos a mirar.
Guardé
muchos, muchísimos, tantos que el verano pasado, harta de no encontrar lo importante,
desesperada de tanta basura, dediqué muchas energías a cribar lo que mi
Síndrome de Diógenes Digital había acumulado desde los tiempos iniciales de mi
relación con la informática, lo que viene a ser, más o menos, veinte años o una vida.
Reencontré
todas aquellas presentaciones; pero ya no era una neófita informática, y también
había aprendido a separar el polvo de la paja.
Armada
de paciencia abrí cada uno de ellos; separé, para quedármelas, la música que me
gustaba y, a pesar de las dudas que me genera la fotografía desde la
generalización de las cámaras digitales y el Photoshop, algunas bellas imágenes.
En
cuanto a los textos, los clasifiqué y guardé unos pocos, literarios o con
información sobre temas de mi interés.
El resto camuflaban bajo distintas formas el mismo contenido, que dicho en
corto venía a ser alégrate de lo que tienes, sé amable, sé optimista, tú puedes
controlar lo que haces, tú puedes conseguir lo que quieres, reenvía este
mensaje a la gente a la que quieres.
Dos
comentarios.
Uno,
que jamás ninguno de estos archivos volvió a salir de mi ordenador.
El
segundo, que al final sí que los reenvié. Todos juntos. A la papelera. Después
la limpié.
Antes
había llegado a la conclusión de que los autores y distribuidores de aquellos
libros de autoayuda comprimidos en mensajes electrónicos eran genuinos
representantes de los optimistas patológicos, convencidos de que basta con la
intención y el deseo es suficiente.
Una
actitud que me crispa. La contraria se resume en once palabras.
Esto es lo que hay y si no te gusta te
jodes.
O
si puedes te buscas un Sabina con el que identificarte.
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