martes, 31 de marzo de 2015

Patologías


Cuando el Power Point era lo más de lo más, allá por la Edad Media de la Era Digital, era habitual encontrar en el correo electrónico ficheros idénticos con remites distintos. La originalidad comenzaba ya a escribirse en los libros de historia de la Era Analógica.

Archivos con fotografía, música y un texto, el tema podía ser cualquiera que permitiera la combinación de los tres formatos y algunas frases manidas, sensibleras y efectistas.

Y una, que en la época era sensiblera, tendía a quedarse con el efectismo y siempre ha sido manida porque nadie escapa de sí mismo, guardaba aquellos mensajes, aquellas imágenes, aquellos sonidos, repetidos y olvidados, por si acaso se le ocurría volverlos a mirar.

Guardé muchos, muchísimos, tantos que el verano pasado, harta de no encontrar lo importante, desesperada de tanta basura, dediqué muchas energías a cribar lo que mi Síndrome de Diógenes Digital había acumulado desde los tiempos iniciales de mi relación con la informática, lo que viene a ser, más o menos, veinte años o una vida.

Reencontré todas aquellas presentaciones; pero ya no era una neófita informática, y también había aprendido a separar el polvo de la paja.

Armada de paciencia abrí cada uno de ellos; separé, para quedármelas, la música que me gustaba y, a pesar de las dudas que me genera la fotografía desde la generalización de las cámaras digitales y el Photoshop, algunas bellas imágenes.

En cuanto a los textos, los clasifiqué y guardé unos pocos, literarios o con información sobre temas de mi interés.

El resto camuflaban bajo distintas formas el mismo contenido, que dicho en corto venía a ser alégrate de lo que tienes, sé amable, sé optimista, tú puedes controlar lo que haces, tú puedes conseguir lo que quieres, reenvía este mensaje a la gente a la que quieres.

Dos comentarios.

Uno, que jamás ninguno de estos archivos volvió a salir de mi ordenador.

El segundo, que al final sí que los reenvié. Todos juntos. A la papelera. Después la limpié.

Antes había llegado a la conclusión de que los autores y distribuidores de aquellos libros de autoayuda comprimidos en mensajes electrónicos eran genuinos representantes de los optimistas patológicos, convencidos de que basta con la intención y el deseo es suficiente.

Una actitud que me crispa. La contraria se resume en once palabras.

Esto es lo que hay y si no te gusta te jodes.

O si puedes te buscas un Sabina con el que identificarte.

lunes, 23 de marzo de 2015

¡Boicot!

Bueno, pues resulta que desde hace unos días una guerra incruenta y no soterrada enfrenta a algunas celebrities; en el campo de batalla de Istagram, que por fortuna también en las redes sociales existen diferencias de clases, Dolce & Gabbana versus Elton John y algún aliado más sumado a su causa.

La cosa empezó, como todos los litigios, por un quítate de ahí esas ideas, que si la única familia es la tradicional, que si determinados niños son hijos de la química, que si basta ya de úteros de alquiler, que si cómo se os ocurre llamar sintéticos a mis preciosos hijos, que si os deberían dar vergüenza vuestras ideas retrógradas, que si os vais a enterar porque voy a solicitar a todos los consumidores que no compren vuestros productos, que si...

Y servidora feliz a medida que el ambiente se caldeaba, porque la verdad es que en nuestra clase social no es muy habitual que se nos convoque a significarnos. Vamos, que oí boicot y se me hicieron los ojos chiribitas, y no pienso quedarme al margen.

Esta vez pasaré de fruslerías filosóficas y me ocuparé de lo importante.

Había elegido ya el bolso de estreno para la próxima fiesta jet, pero no puedo dejar pasar la ocasión, que a los de mi estatus siempre nos faltan oportunidades para dejar bien clarita nuestra postura, así que ya lo he decidido. Renunciaré a gastarme el sueldo mensual que me paga la ETT en Dolce & Gabbana.

Dadas las circunstancias, elegiré a Christian Dior.