No me había olvidado de Valentina, pero la dejé abandonada el
14 de abril, fecha de la última entrada de este blog que le hacía referencia.
Como finalización del taller de escritura que ya pertenece a
mi historia, mi protagonista debía escribirle una carta a la persona que, en el
capítulo anterior, el azar había cruzado en su camino (en este caso, a Framuel).
La carta debía tener un enfoque multisensorial, fin que, me parece, no llegué a
conseguir.
Valentina fue muy rauda en enviar su misiva, pero yo no lo
fui tanto en publicarla.
Otras urgencias de las musas, múltiples quehaceres, nimios
avatares personales, y el ser conocedora de que el reloj de alguien con 99 años
a cuestas lleva su propio ritmo, han retrasado el evento hasta este momento.
En la pestaña “más información” encontraréis la
personalísima visión de mi protagonista sobre su encuentro y, al final del
mismo, los comentarios que la profesora me hizo.
Según he llegado a la habitación del hotel, he
cogido mi libro dispuesta a continuar con la lectura, tal y como es mi
costumbre, pero creo que la conversación que hemos mantenido hace poco más de
una hora me ha soliviantado de tal manera que no soy capaz de concentrarme.
Verás, personalmente, la boda de Clara con tu
hermano me ha dado la posibilidad de disfrutar de dos noches en un lugar
diferente al habitual. Y, créeme si te digo que yo no tengo tantas facilidades
como vosotros, los jóvenes, para andar de un lugar a otro. Pero, eso sí, me
parece que dispongo de una cierta capacidad para disfrutar de todo lo que la
vida me ofrece.
Un “hotelito”, dijeron, para que no te
encuentres demasiado a disgusto. Un hotelito con viejos trastos acomodados a
las nuevas necesidades.
La habitación con una sólida puerta de madera,
con una llave como las de toda la vida. Me dicen que ahora lo normal son
puertas que se abren con una tarjeta como el DNI, pero yo no sabría qué hacer
con eso. Una vez dentro, amplitud y techos elevados con vigas vistas de madera,
aptos para claustrofóbicos. Nada más entrar dos puertas, también de madera
maciza, dan paso al baño una y al armario la otra.
En el interior del armario, tres únicas perchas
de madera sujetas a la barra, y dos cajones, nos indican que casi con toda
seguridad allí no pasaremos mucho tiempo.
El baño, moderno. Modernísimo, diría yo, pero
con una enorme bañera en la que no he conseguido meterme. ¿Se han olvidado
acaso de la comodidad de las duchas para algunas personas? Una taza, un bidé
(elemento que no he usado en mi vida) y dos lavabos. ¿Para qué quiero dos
lavabos? Tal vez uno sea para peinarme y otro para lavarme los pocos dientes
que me quedan, -he pensado-.
Después el pasillo se expande a ambos lados. Suelo
rústico de baldosas, paredes pintadas de blanco, directamente sobre el cemento,
ventanal de aluminio (que ajusta mejor) pero con aspecto de madera (que es más
bella y más cálida).
En la izquierda una mesa-escritorio con cajones
y un sillón, probablemente encontrados en tiendas de muebles viejos. Y a la
derecha, presidiéndolo todo, una enorme cama, con cabecero de hierro forjado y
dosel. El colchón tremendamente duro para mi gusto, y de una altura incómoda
para mi estatura. Al lado del tálamo,
dos mesillas de noche a juego con el escritorio, con una lamparita de
lectura cada una y los interruptores correspondientes
Cinco cuadros con bellas fotografías en blanco y
negro, representando paisajes de la zona, completan la decoración. A ellos
hemos de añadir la televisión, incrustada en la pared como una lámina más;
completamente negra cuando está apagada.
Es maravilloso sentir el olor a limpio que
desprenden, cuando te acercas, sábanas, toallas, cortinas y la multitud de
cojines que cubren la cama, aunque su blancura me haga sentir culpable cuando
los uso. Y después, ¡son tan suaves!
Al entrar en la habitación siempre noto el olor
impersonal de cualquier ambientador. Pero si abro el ventanal, el aroma de los
pinos me hace sentir en el campo. Sé que
mañana me marcharé, pero cuando durante el día veo la estancia tan luminosa que
casi me hace daño, no me resisto a la tentación de soñar dónde colocaría una de
las mesitas y el sillón para disfrutar mi rincón de lectura.
Con la ventana cerrada, podría leer mientras escuchara
el silencio. O podría abrirla, para oír trinar a los pájaros entre los árboles.
No sé si todo esto te interesa. Imagino que no
mucho.
Framuel. Debo
decirte que, antes de que vinieras a nuestra mesa esta noche, ya conocía tu
nombre. Ya conocía algunas cosas de ti porque, desde luego se te da muy bien
hacerte notar.
Ahora siento la necesidad de darte algunos
consejos. Aún a riesgo de que me consideres osada, me parece que mi edad me
permite concederme este lujo, y a lo mejor así consigo deshacerme de la
ofuscación que en estos momentos siento.
Alguien tan (aparentemente) seguro de sí mismo, supongo
que es muy consciente de sus virtudes. Imagino que sabes perfectamente que eres
guapo, elegante y cautivador, que has ganado muchas batallas con tus miradas
profundas. Además eres joven y, por lo que me has dicho, tienes amigos y te
mueves por el mundo con naturalidad.
Por eso no acabo de comprender tu necesidad de
ser “la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro”.
Has criticado la boda de tu hermano –y mi bisnieta, no lo olvides- como si el
novio hubieras sido tú, como si te correspondiera algún papel en su
organización. Te he observado durante la cena sin que fueras consciente, y he
sabido de tu necesidad de que el mundo gire a tu alrededor.
Lo siento por ti, y te compadezco. Porque mi
experiencia ¡mi experiencia, no lo olvides! me ha conducido al convencimiento
de que sólo podremos ser felices si nos olvidamos del mundo y buscamos en
nuestro interior. Así que hazte un favor: olvídate de los demás y disfruta de
las muchas cualidades que –objetivamente- tienes.
Aunque será difícil que volvamos a coincidir,
espero que dediques algunos segundos a reflexionar sobre el contenido de esta
carta.
Espero que no la recuerdes cuando sea demasiado
tarde.
Y que, junto con mis palabras, te llegue el
abrazo que de corazón te envío,
Valentina
COMENTARIO
DE LA PROFESORA:
Creo que en alguna otra ocasión hemos hablando
del poder tremendo que tienen los objetitos. La importancia tan tremenda que
los detalles de esos objetos que aparecen en el texto. Se debe a su poder
simbólico. En esta carta aparece uno de esos objetos que sin decir nada lo dice
todo. Ese armario vacío con tres perchas colgadas. Me gusta mucho. Sí, ya sé que es un hotel y
que eso no es raro. Sin embargo que lo nombres, que lo nombre una anciana, que
sea lo que se encuentra llena a ese armario de simbolismo. ¿No os habla de
soledad, de provisionalidad, de algo que tiene mucho que ver con su propia
vida? Me gusta mucho. Y me gusta su
sensibilidad, la de Valentina. Cómo lo percibe todo, los olores, el aire que
respira. Algo tan adecuado a alguien para quien las prisas ya no existen y la vida
es ese sentir y desmenuzar lo que la vida le pone delante.
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