Después de cenar, he
cogido el tabaco y el cenicero, el libro y el lápiz y me he sentado en la
hamaca más cómoda, dispuesta a disfrutar de una plácida sesión de lectura
nocturna.
Entre los libros que
voy alternando, en los últimos tiempos nunca falta alguno sobre el periodo en
el que, en mi opinión, el mundo se volvió loco; esto es, la época, más o menos
larga, que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Leo sobre aquellos años para
intentar comprender, aunque sé que nunca lo conseguiré.
En la actualidad le
toca el turno a la biografía de Hitler, escrita por Ian Kershaw, que según la
profesora de Historia de Jorge, es la mejor de todas. Lo habíamos
comprado en una de nuestras excursiones a la búsqueda de publicaciones
oportunas, cuando él preparaba la monografía. Como tantos otros de mis libros,
estaba esperando su turno.
Las lecturas nos
llevan siempre por caminos imprevistos en función de nuestros momentos anímicos.
Cuando leí Ana Karenina, me llegaron
la descripción de una muerte y de un
entierro.
El autor del libro que
ocupa parte de mi tiempo en la actualidad hace, en ocasiones, interpretaciones
psicológicas sobre el personaje que refleja; yo, a veces, comparo entre esas
interpretaciones y el concepto que sobre mí misma guardo.
Excuso decir que me
pongo muy contenta cuando me sitúo en las antípodas. Pero algunas veces descubro
determinados rasgos que no me resultan tan lejanos, lo que me lleva a interrogantes
que no me gustan.
Como decía al
principio, en estos avatares pensaba yo ocupar las horas previas al sueño; pero
he levantado los ojos del libro para “masticar” algo que acababa de leer y,
allí estaba ella.
Una luna llena
fantástica. Grande y brillante, justo entre el árbol y la esquina de la casa
del vecino. De inmediato he cogido el portátil y los accesorios y me he montado
la oficina.
Tengo la suerte de
vivir en una casa que me permite, en las noches asfixiantes de verano, refugiarme
en el exterior y disfrutar, al mismo tiempo, temperatura y tranquilidad.
Mientras escribo, sigo
contemplándola; ahora entre las hojas del árbol. Y pienso que, de algún lugar
en la oscuridad que me rodea, tal vez surja Peter Pan y me invite a acompañarlo
en un viaje hasta ella donde, con un poco de suerte, encontraríamos a una
niña perdida.
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