lunes, 23 de julio de 2012

Los procesos digestivos


Para Consuelito, el mejor sol de invierno que conozco. Calienta el corazón cuando menos te lo esperas, y cuando más lo necesitas.
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domingo, 15 de julio de 2012

Reflexiones para una crisis



El Gobierno de esta noble nación española, cuya presidencia se supone que ostenta (excepto en celebraciones deportivas y otros actos de figurar, en los que ejerce, de facto) el señor Rajoy, (me ahorro los títulos que reglamentariamente le correspondan, porque detesto el protocolo), continua con su habitual verborrea legislativa de los viernes, vía decreto,  Por supuesto, in crescendo. Deben vernos como niños que, en la noche de Reyes, necesitan cada vez un regalo más llamativo para seguir sintiéndose impresionados. Y, por supuesto, ellos son los magos que se sacan de la chistera los elementos necesarios que nos harán exclamar: ooohhh!

Este país tiene en 2012, según la Wikipedia -que, por otro lado no es una fuente muy fiable- una población de 47.190.494 habitantes; o, lo que viene a ser lo mismo para el caso, una población de 47.190.494 vacas. ¿Se imaginan ustedes, Señorías Ciudadanos, la leche que se puede obtener de tal cantidad de ejemplares productivos, si, además, se rebajan los gastos de explotación?

Y a ello que se pusieron.

Como las huelgas no les han permitido ahorrarse en sueldos tanto como pretendían y además rebajan la productividad, les quitan una paga extra a todos los trabajadores de la Administración. Pero no, no perderán ese dinero definitivamente; el Gobierno no puede ser tan arbitrario. Les será restituida en 2015 (año electoral) en un plan de pensiones que los trabajadores no podrán gestionar, y que los bancos se encargarán de minorar en la próxima crisis financiera.

Constituía un tremendo agravio comparativo el que laborales y funcionarios gozaran de días de libre disposición y el resto no. ¿La solución? Dejarles tres, para que deban seguir sintiéndose agraciados. Estas dos decisiones, bien mirado, a lo mejor tampoco les salen tan caras en las elecciones: primero, porque quedan muy lejos; segundo, por la idea, compartida por un buen número de ciudadanos biempensantes, de que estos trabajadores son todos una panda de vagos.

Con esto pretenden ahorrar, según aparece en los diarios, 6.315 millones de euros. Lo que no nos han contado es que la mayoría de estos días no suponen ningún ahorro porque no se cubren con otros trabajadores; y que, en los casos en que sí se hace, el ahorro económico será, en realidad, ahorro de puestos de trabajo.

Como tomar estas medidas aisladamente crearía malestar y, por otro lado, quedaban aún muchas vacas productivas; como los bancos necesitan más dinero para seguir invirtiendo en deudas de países que se hunden –entre ellos, el nuestro-, pero pagan muy bien mientras lo hacen; como la mala gestión no tiene la culpa de nada y ya no es posible especular con lo que antes se hacía y, como nos importa poco jodernos siempre que nos jodamos todos, el resto de sablazos se han repartido (más o menos) por igual entre todos los españolitos.

Hay situaciones en las que el elevado número de tacos que el castellano posee se queda corto para definir una situación o calificar a sus promotores y, además, escritos no quedan tan bien y pierden expresividad. Así que, estimado ciudadano, aquí van algunas reflexiones que a lo mejor le sirven.

Revise todos los electrodomésticos de su casa. Si la televisión tiene una raya que no le gusta, si el ordenador a usted todavía le sirve pero tiene el sistema operativo MS Dos, si la lavadora parece que no centrifuga del todo bien, si está pensando en cambiar el cazo de calentar la leche por un microondas, o la nevera le despierta a las dos de la mañana cada noche con un ruido infernal, tal vez necesite cambiarlos. Pero sea rápido en la decisión, porque a partir de septiembre la broma le costará el dos por ciento más. Y sea selectivo, no vaya a necesitar un crédito para el cambio de mobiliario.

Lo mismo vale para el coche. Si el suyo tiene una puerta que no cierra, los frenos chirrían, le cuesta meter la quinta velocidad y nunca está seguro de que llegará a su destino cuando se pone en carretera, cámbielo; pero hágalo ya. En caso contrario, mejor que le haga los apaños necesarios para salir del paso, le pase la ITV, y continúe viviendo aventuras con su utilitario.

Los alimentos. Coma lo que coma, sepa que tendrá que pagar un dos por ciento extra por darle a su cuerpo lo que necesita para seguir sujetándole. Claro que, si se trata de sobrevivir, siempre podrá comprar más patatas (que cuestan menos, y por tanto también pagan menos impuestos) y disminuir el consumo de carne y pescado. De delicatesen como las cerezas a principio de temporada, mejor no hablamos.

En cuanto a la ropa, más de lo mismo, salvo que nos volvamos todos nudistas. Y me temo que: 1) muchos no estamos por la labor. 2) no nos dejarían. 3) el clima, salvo en Canarias, lo hace inviable.

Si usted se dedica a lo que conocemos como profesional liberal, sepa que hacienda va a hacer caja con sus dineros, ya que tendrá que adelantarle un seis por ciento más que hasta ahora. Si después tiene suerte y le devuelven algo será, por supuesto, sin darle las gracias y sin intereses.

Imagine que decide encontrarse a sí mismo en un pueblo perdido, pasar una semana tirado en la arena de la playa o machacarse con caminatas interminables en cualquier parque natural. En ese caso también deberá apoquinar más: por el transporte, por la estancia, por las comidas del restaurante (si se lo puede permitir) y por los cafés que se tome o el agua que se beba.

Mejor que no use gafas, pero si es su caso, mi consejo es que vaya a su óptica antes del 1 de septiembre. ¿Qué el oculista le dice que no le ha cambiado la graduación? No importa. Calcule, más o menos, según su historial, cuanto puede variarle en el próximo año y encargue unos antejos de previsión. Cuando después no le sirvan, siempre podrá intentar adaptar sus ojos a las nuevas lentes.

Si en el peor de los casos, además de la crisis externa (o provocada por ella) tiene usted una crisis existencial, y decide que necesita hacer algo que parezca que cambiará su vida, es posible que acuda a lo que siempre fueron sus alternativas.

Le gustan las plantas, así que decide llenar su casa de flores que le alegren, al menos, la vista. Desistirá en cuanto llegue a la tienda y el dependiente le informe de que, gracias a la magnanimidad del Gobierno, usted deberá pagar un trece por ciento más de lo que pensaba. No se preocupe, para esto existen todavía alternativas; vaya al campo y coja ramilletes de flores silvestres -mientras todavía sean gratis-, o róbele los geranios a la vecina.

Aparte de cambiar el aspecto de su domicilio puede que quiera variar también el propio. Tenga cuidado y busque un establecimiento familiar; si se le ocurre ir a su peluquero de siempre, en una conocida cadena de belleza, la broma le saldrá cara, en la misma proporción que las flores.

Con el cine y el teatro encontrará el mismo problema; también en cualquier concierto al que decida asistir o si quiere contratar a un payaso que le alegre la tarde haciéndole reír. Sepa que todos los “servicios prestados por artista o personas físicas” han incrementado su valor añadido vía impuesto del 8 al 21%.

Llegados a este punto mi sugerencia es que, si aún le quedan ganas de darle una alegría al cuerpo, contrate los servicios de una (o un) trabajadora del sexo. Son personas físicas, pero no están reguladas y trabajan al margen de la ley. ¡No hay mal que por bien no venga!.

La otra propuesta factible que se me ocurre es que usted se vaya de tiendas. Cada vez tendrá menos dinero, ni ganas de gastarlo, pero sus señorías han decidido que si todos nos encerramos en casa daremos una impresión de país triste y sin alicientes. Como esto no es real, ponen a nuestra disposición los parques temáticos comerciales -todos iguales- los 365 días del año para que, si no podemos comprar, al menos paseemos.

Anímese porque mientras pasea no fuma (si es su caso) y hace ejercicio físico, lo que redundará en ahorro para el sistema sanitario. Bien pensado, todo son ventajas.

Por cierto, un inciso. Si por una de esas malas jugadas del destino tiene usted que ir al Servicio de Urgencias del Hospital de Arganda y los médicos deciden que debe pasar una noche (pongamos por caso) en aquellos aposentos, acuérdese de llevarse la almohada de casa, (al menos que -como una servidora- pueda dormir sin ella), ya que allí no se la facilitarán.

En este momento puede que esté tan asqueado que desee morirse. Ni se le ocurra. Sepa que el último gasto de su vida, también le saldría un trece por ciento más caro, así que déjelo para mejor ocasión.

Si aún así continúa en su empeño, haga algo mejor: Compre un billete de avión para La India y, una vez allí, pida que lo incineren y tiren sus cenizas al Ganges. Probablemente le resultará algo más caro, pero conocerá ese país antes de desaparecer y, además, ¿para qué necesitará después el dinero?

Y sobre todo, no sentirá que le estafan, también, el último suspiro.

sábado, 7 de julio de 2012

Venezia


He vuelto a Venecia. Mejor dicho, ha vuelto lo que permanece de quien fui; yo he ido por primera y única vez.

Fue uno de esos viajes decidido en un momento, una noche de sábado, fútbol y aburrimiento. Con muy poco tiempo entre la decisión y el hecho, lo que en ningún momento consideré un inconveniente.

A la vuelta leí Marca de agua, que narra algunas experiencias del autor, Joseph Brodsky, a lo largo de sus diecisiete inviernos en la ciudad, a la vez que describe sus lugares y analiza sensaciones y pensamientos. Las lecturas nos llegan distintas cuando conocemos los espacios de los que hablan; a la vez que imaginamos, nos recordamos cómo pasamos por allí. Los libros que recrean paisajes son siempre una guía diferente.

Patria de Marco Polo y Casanova, Venecia es una ciudad peculiar. Evocadora, más por diferente que por el agua, los canales, las góndolas y un supuesto romanticismo real en nuestras mentes, más que en su espacio. Todo en ella es vetusto y antiguo, y el romanticismo se explica como añoranza; por el tiempo ido o por la permanencia de las cosas. Brodsky iguala tiempo y agua afirmando que “ambos se nos escapan de las manos”.

Tiene, por supuesto, una Via Garibaldi y una Via Mazzini, pero también la calle Amor de los Amigos. Tiene el Puente de los Suspiros; suspiros de amor a la ciudad, a su cielo y a sus aguas, que lanzaban quienes lo cruzaban en el sentido de la cárcel.

Al llegar al hotel el recepcionista nos preguntó si era la primera vez que visitábamos la ciudad. Cuando le contesté que había estado hacía mucho tiempo, respondió: “Venecia sigue igual”. Tenía razón.

En realidad, todo lo que la define es consecuencia de la adaptación de sus gentes al medio. Ellos han hecho de la necesidad virtud. Incómoda para vivir, sus habitantes la hacen acogedora. Me gusta pensar que el idioma hace amables a los italianos y los venecianos hacen amable a su ciudad.

Lugar de contrastes, la ausencia de vehículos nos permite escuchar el silencio cuando dejamos atrás el bullicio de los turistas. Con los mismos lugares siempre llenos de gente, es muy fácil escapar y perderse por calles y plazuelas sólo en compañía de nosotros mismos.

Sitios de una tranquilidad hecha a la medida de los niños donde no encontramos ninguno; nos cruzaremos, si acaso, con algún dueño paseando a su perro, algún hombre con el periódico bajo el brazo, alguna mujer con bolsas de plástico. En realidad la Venecia de los venecianos es una ciudad fantasma.

De día tiende a los tonos azules, tal vez consecuencia del reflejo del agua; la ausencia de luz en los canales la transforman, al llegar la noche, en oscura. Casi negra.

Sólo los turistas se renuevan. Lo demás son edificios anclados en sus cimientos de agua que el agua modela, letreros de flechas amarillas que señalan siempre y desde siempre las mismas direcciones, chimeneas humeantes como recuerdo del calor de otros tiempos. La ciudad donde el espacio permanece en el tiempo.

Fuera de la plaza de San Marcos no se camina; las calles nos llevan por recovecos, puentes, callejones, callecitas y canales. Tal vez sea su venganza, obligándonos mientras decidimos por dónde continuar, a descubrir sus más insospechados rincones.

Venecia es su carnaval de disfraces que permite, al menos una vez al año, esconderse de uno mismo y transformarse en un sueño. Tuvimos la suerte de ver su inauguración, con la milagrosa transformación del agua de una fuente en vino, para disfrute de todos los presentes que degustamos un gélido vasito. En ese ambiente me resultaba fácil verme María Antonieta recorriendo las aguas del Gran Canal hacia el baile. Por supuesto, de disfraces; por supuesto, con máscara.

Disfrutamos la vista de algunos canales laterales y parte de la laguna helados, en el recorrido hacia el aeropuerto; a cambio, en mi recuerdo Venecia será también la ciudad del frío. Ignorando las previsiones meteorológicas, no me había llevado gorro ni guantes; acabé comprándome las dos cosas. Para nuestra fortuna, el último día el tiempo mejoró y pudimos disfrutar de un capuccino en una terraza de uno de sus innumerables cafés, viejos y entrañables.


Venezia... la ciudad donde los sueños nunca se hacen realidad. Venezia... metáfora de la vida.